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El Viaje de Goyo Gandulla – Capítulo 13: CASTELNUOVO DEL GARDA

(Tiempo aproximado de lectura: 19 minutos).

Si te gusta el durazno… bancate la pelusa -reflexionó Goyo en voz alta, mientras se incorporaba en el acolchado que le servía de cama.

A mí me gusta comerlo. Ahora, laburar en una plantación… es bastante aburrido -respondió el falso Paco, que ya estaba cambiado y preparando el jarro de café con el que desayunaban todas las mañanas.

Está medio nublado. Qué lindo sería que llueva -opinó Goyo. A la primera gota sobre el tinglado sabés como me meto de nuevo abajo de la cortina. Duermo mínimo hasta las once de la mañana.

La cortina estaba improvisada con lona de camión, y el tinglado era el refugio que les había otorgado don Luiggi, el propietario de una finca ubicada en las afueras de Castelnuovo del Garda, plena zona rural de la región del Véneto. La finca tenía unas ocho hectáreas destinadas a la siembra del durazno, y a ella habían llegado Goyo y el falso Paco luego de huir de las dos personas que parecían tratar de localizarlos en la estación Verona Porta Nuova. Los dos muchachos argentinos habían corrido por las callejuelas veronesas aledañas, tratando de marchar siempre a contramano del tránsito. Era una manera de evitar que los persiguieran en vehículo, suponiendo que los enviados de la Camorra tuvieran el recato de no cometer infracciones viales, cosa bastante infructuosa. Luego de una docena de cuadras recorridas, Goyo vio venir un colectivo y sin preguntarle al falso Paco, le hizo señas, deteniéndolo. A bordo de aquel micro intercomunal, los prófugos llegaron al final de Castelnuovo, y optaron por bajarse en la última parada. Desde allí caminaron por trayectos rurales varios, hasta dar con don Luiggi, que justo se disponía a entrar con su camioneta a la finca.

Mi scusi, signore. Siamo raccoglitori di pesche e cerchiamo lavoro… avete bisogno di operai? -preguntó el falso Paco.

Forse… ma tu non sei italiano. Da dove vengono? -respondió el propietario de la finca, un hombre alto, robusto y que aparentaba unos sesenta años, mientras desenroscaba la cadena que ataba su tranquera.

Siamo argentini. Stiamo viaggiando per la campagna in cerca di lavoro -explicó el falso Paco.

Lo único que te entendí es que somos argentinos -dijo en voz baja Goyo, que seguía el diálogo sin entenderlo, aunque imaginándolo.

Los “fugados” de la temible camorra napolitana congeniaron rápidamente con don Luiggi, que vivía con su esposa Stefanía -una mujer de estatura más bien mediana, ceño fruncido, pocas palabras, mirada escrutadora y pelo enrulado rubio-, y no tenían hijos, sólo un par de perros. La tarea encomendada a los argentinos en primera instancia no fue la de recolectar duraznos por una sencilla razón: en febrero no hay recolección. En febrero, y también en marzo, se trabaja en otras cosas.

Non ho bisogno di collezionisti in questo momento, ma ho bisogno di aiutanti in altri tipi di compiti. Hai il coraggio di farlo? -consultó don Luiggi.

Ahora sí no entendí una garcha -dijo Goyo.

Sì signore, siamo bravi in ​​questo -respondió el falso Paco-. No le entendí mucho yo tampoco, pero supongo que no nos va a poner a desarmar un motor.

Los dos meses siguientes en la finca de don Luiggi -llamada “Pesca Sanguinante”, que en castellano significa “Durazno Sangrante”, increíblemente parecido a la canción de Invisible, banda liderada por Spinetta, apodo que le había puesto Nuria a Goyo por su parecido físico con el cantautor argentino-, mantuvo a Goyo y al falso Paco encargados de ayudar a don Luiggi en la poda de los árboles de durazno para eliminar ramas muertas o enfermas y para mejorar su estructura, controlar plagas aplicando productos químicos que eviten la proliferación de hongos y bacterias que podrían afectar los árboles durante la primavera y el verano. También revisaban los sistemas de riego para asegurarse de que estén en buen estado antes del inicio de la temporada de riego en primavera, protegían con mantas las plantas más vulnerables, y realizaban trabajos en la preparación del suelo en vistas de la temporada de crecimiento.

“Pesca Sanguinante” es durazno sangrando, boludo. Recién caigo. Lo acabo de googlear en el celu -se sorprendió Goyo. Qué casualidad, justo un tema de Spinetta, como me bautizó la atorranta de Nuria.

Ya te dije que no boludeés con el celular. Que hables con tu vieja, vaya y pase. Están encriptados pero nunca hay que confiarse. Mirá cómo cayó Escobar Gaviria -llamó la atención el falso Paco, quizá con un dejo de buscada exageración. No hay que minimizar los riesgos, al contrario, hay que maximizar los cuidados.

Eh, boludo. Mirá si nos vas a comparar con Escobar Gaviria… Bueno, salvo que vos también seas narco. Porque todavía no me blanqueaste quién sos ni de dónde venís. Se ve que te gusta seguir “tabicado”.

¿Y para qué mierda querés saber quién soy o de donde vengo? Si así estamos bien. Sigamos así y listo. Aparte… ya le pregunté a don Luiggi por el nombre de la finca y es una coincidencia.

¿Ah sí? ¿Y por qué le puso así? -preguntó Goyo.

Porque una vez el hijo de un vecino abrió un durazno con la mano y chorreó mucho jugo, y el pibe le dijo “mirá, parece que le sale sangre”.

Ah… nada que ver. Claro, era imposible que el gringo éste sea fanático de Spinetta. Si no debe escuchar más que tarantelas

Esa simplificación típica del argentino: italiano… tarantela.

Los días en la finca de don Luiggi pasaban sin pena ni gloria, pero al menos significaban un remanso para los dos argentinos, que venían de la tensión de vivir bajo el influjo de la Camorra napolitana. En la ruralidad del Véneto, los “fugados” se levantaban muy temprano, trabajaban casi a destajo y esa rutina les servía para cansarse en busca de una noche de sueño reparador. Algo así como aquella rutina de ejercicios que llevaba Goyo en el departamento del Mono Benálteguy, cuando esperaba encerrado las directivas de sus “protectores”.

Con Stefanía interactuaban muy poco. Solamente cuando la mujer les traía la comida, casi siempre de manufactura casera -mucha pasta, bastante pescado y alguna vez carne de cerdo o cordero-, salvo alguna pizza comprada en “Porzione Castelnuovo”, según don Luiggi la mejor pizzería del pueblo. Ese pueblo que los argentinos aun no conocían, a pesar de llevar varias semanas en la finca de don Luiggi. Una noche el propio don Luiggi les insinuó que fueran a divertirse un poco al pueblo, pero el falso Paco lo descartó de plano aduciendo que ellos preferían descansar. En realidad no quería arriesgar en lo más mínimo su seguridad y la de Goyo. Entendía que no debían relajarse ni aun en el medio de la campiña italiana. Por otra parte el trabajo de preparación para la cosecha estaba llegando a su fin, de acuerdo al movimiento que se veía, y a los comentarios que alcanzaban a escuchar de don Luiggi cuando hablaba con Stefanía. Más que divertirse, lo que tenían que hacer era decidir los pasos a seguir cuando los trabajos encomendados por don Luiggi terminaran en “Pesca Sanguinante”.

Va quedando poco por hacer, según me dijo Stefanía -comentó Goyo. A partir de abril medio que don Luiggi se arregla solo. ¿Tenés idea qué vamos a hacer ahora? ¿Estará despejado el panorama para rajar, o vos creés que nos seguirán buscando?

Olvidate. No te digo que pusieron a toda la tropa atrás nuestro, pero debe haber un par de grupos que mientras cumplen otras tareas siguen buscándonos. Además los que agarran a los fugados ganan puntos con los de más arriba.

¿Y qué vamos a hacer?

Estuve hablando con don Luiggi, para ver si podemos darle una mano en alguna otra cosa. Me dijo que lo iba a pensar. Veremos qué me dice en estos días.

Durante los meses de abril, mayo y junio un sembradío de durazno casi que se puede manejar a control remoto, o apenas con el trabajo de una sola persona. Al menos una finca de ocho hectáreas como la de don Luiggi. Hay que controlar el sistema de riego, realizar una poda mínima, mantener un mínimo ritmo de fertilización, y algunas tareas menores más. Don Luiggi era un hombre fuerte, y además su esposa Stefanía no mezquinaba esfuerzos cuando había que ayudarlo en alguna tarea pesada. La utilidad de Goyo y el falso Paco en la finca “Pesca Sanguinante” empezaba a esfumarse. La relación con el matrimonio propietario era buena, pero tampoco los iban a adoptar. Si querían permanecer allí para algo debían resultar necesarios, sino era un hecho que don Luiggi les iba a agradecer los servicios prestados y los iba a mandar de vuelta a sus respectivas vidas, tal como cuando lo encontraron en la entrada de la finca.

¿Y si le proponemos quedarnos gratis? -ideó Goyo.

Va a sospechar.

¿Sospechar qué cosa?

No sé, pero va a sospechar. Dos tipos que se quedan en una finca de duraznos sin laburar, sin cobrar, así, al pedo… Nos va a mandar a un hotel.

No, pero yo digo otra cosa.

Goyo estaba metido bajo la lona de camión que usaba de frazada, pero se incorporó para darle énfasis a su idea.

Yo digo que hablemos con don Luiggi y le expliquemos que… necesitamos llegar hasta junio en Italia para recibir la ciudadanía que estamos tramitando. Y mucha plata no tenemos. Que nos deje quedarnos acá, en el galpón. Y nosotros nos arreglamos con la comida.

¿Y tenemos que ir al pueblo a buscarla? -repreguntó el falso Paco, que más que saborear el café se estaba calentando las manos con la taza.

¿A buscarla a quién? -se desorientó Goyo.

A la comida, boludo.

Se la encargamos a Stefanía, que nos la traiga cuando va a comprar la de ellos. Tenemos buena onda con la gringa.

O sea que no sólo le vamos a usar la finca de hotel, sino que además le usamos a la mujer de mandadera.

Y sí, eso puede ser. Pero de última voy yo a buscar la comida. Mirá como estoy, medio barbudo, me voy bien emponchado… bajo perfil… quién me va a conocer. Dale, Paco, no somos Butch & Cassidy.

Qué sé yo… igual no me convence la excusa para quedarnos. ¿Tramitar la ciudadanía? No sé, dejame pensarlo mejor.

Muchos días no nos quedan -avisó Goyo.

Ya sé. Pero dejame ver.

Tres meses debían pasar para llegar hasta la recolección. El falso Paco trataba de imaginar los distintos escenarios posibles que podían presentarse en ese lapso. En la finca de don Luiggi se sentían seguros, nada los intranquilizaba. A “Pesca Sanguinante” no arribaba casi nadie ajeno a la familia del propietario. Apenas si algún conocido de don Luiggi se detenía a conversar de camioneta a camioneta en el ingreso de la chacra. En los meses que llevaban allí jamás habían sentido sobresalto alguno. Estaban casi como aislados de la sociedad. El único contacto con el exterior eran las llamadas de Goyo a su madre, las cuales ocurrían una o dos veces por semana.

Goyito, mi vida. ¿Todavía en ese campo de duraznos? ¿Seguro que no tuviste ningún problema, hijo? Es mucho tiempo ahí, no entiendo qué estás haciendo.

Ya te lo dije, mami. Juntando unos pesos para seguir. Además si hubiera tenido algún problema estaría preso… no trabajando en un campo de duraznos.

Y… no sé, hijo. A veces pienso que estás metido en algún problema y no me lo querés decir. Al menos mandanos fotos… pero no de tu cara, de los lugares donde estás. Yo no entiendo nada de las computadoras, ya sabés, pero el Daniel también me dice que no ponés nada en tu faibu o algo así, no me acuerdo cómo se dice.

Facebook, mamá, Facebook. Y nunca fui de publicar mucho, así que decile al Daniel que no hable al pedo.

Pobre, es un santo el Daniel. Él me parece que también sabe algo y no me lo dice. Se lo noto en la mirada cuando me habla.

¿Sabe algo de qué? Mami, dejá de joder con eso que no te voy a llamar más. Eso es lo que vas a lograr.

No me digas eso, nene. Soy tu madre.

Con Daniel Peralta había quedado aquel cabo suelto del mensaje de texto. El que le mandara a Goyo cuando aun vivía en el oloroso departamento de Benálteguy. Tenía pendiente una llamada con él, aunque lo conocía de sobra y sabía que Daniel no era propenso a dar pasos inconsultos y peligrosos. Goyo razonaba: “Daniel habla con mi madre, ella le debe haber contado que está en contacto conmigo, así que, si bien intrigado, no creo que se vaya a mandar ninguna cagada como lo sería contarle lo que sabe del Peta y la Oveja“. Igual le debía una llamada. Era su gran amigo. Y hacía mucho tiempo -más de dos meses para un vínculo tan fuerte como el que los unía, lo era- que no hablaba ni intercambiaba mensajes con él.

El que no llamaba nunca a nadie era el falso Paco. Ninguna madre a la cual avisar algo, ningún padre al que hacerle saber de su paradero, ningún hipotético hermano o hermana mencionada ni al pasar en alguna conversación. Nada. Del falso Paco, Goyo sólo sabía que era de un pueblo del interior bonaerense.

Vos deberías haber sido montonero. Sos un ejemplo de célula dormida de alguna organización revolucionaria. No se te escapa ni un pedo. No llamás a nadie, no te llama nadie. Sos el “hombre sin nombre” de Clint Eastwood en las películas de Sergio Leone. Que no te pase nada porque no sé a quién carajo le tengo que avisar.

A nadie, Gandulla.

¿Gandulla? Hace rato que no me nombrás por mi apellido.

¿Veías “El Chavo”? -preguntó el falso Paco mientras desenrollaba alambre para reforzar las protecciones de los durazneros.

Obvio -respondió Goyo mientras lo ayudaba.

Cuando Doña Florinda estaba enojada con Quico, le decía Federico.

Ah cierto… tenés razón. Ahora me acuerdo. ¿Eso significa que estás enojado conmigo? Pero siguiendo esa línea de razonamiento deberías decirme Gregorio. O sea obviar el apodo y también el apellido.

No, no estoy enojado. Pero dejá de hurguetear donde no debés. No tengo ganas de volver a hablarlo.

Hurguetear. Sí, sos de un pueblo. Esa es otra palabra bien de pueblo.

En la campiña del Véneto, abril -si tuviera que describirse a partir de un arrebato de realismo mágico- es un mes caprichoso que se toma su tiempo para decidir si es primavera o aún retiene algo del invierno en sus entrañas. Las mañanas, teñidas de niebla espesa, despiertan los campos con un frío que se cuela entre los huesos, pero basta que el sol se asome unos minutos al mediodía para que todo se transforme. En los huertos de duraznos, los árboles, aún desnudos de hojas, se visten con una lluvia de flores rosadas, tan delicadas que parece que el viento las podría deshacer con un solo suspiro.

Hoy va a hacer frío. Es al pedo. Abril no difiere mucho de marzo acá -comentó Goyo mirando por una pequeña ventana del galpón.

Ahora sos meteorólogo… mirá -respondió el falso Paco, alistándose para salir a cumplir con las pocas tareas que quedaban.

¿Y si rompemos algo de noche para tener que arreglarlo después? -propuso Goyo en tono inocultablemente jocoso.

Las plantaciones de duraznos -seguiría diciendo quizá García Márquez- dispuestas en hileras ordenadas que se pierden hasta el horizonte, parecen estar suspendidas en un sueño incierto. Las flores cubren las ramas con una suavidad que roza lo mágico, como si cada pétalo hubiera sido puesto ahí por la mano de un dios distraído, incapaz de decidir si la belleza debe ser eterna o efímera. Los campesinos, de rostro curtido por el sol y la tierra, caminan entre los árboles con el paso lento de quien sabe que todo lo que crece en el campo necesita tiempo, y que abril es el mes que siembra la promesa.

Plantación de durazno en la región del Véneto.

En las tardes, el aire es tibio, y el aroma de los duraznos en flor se mezcla con la tierra húmeda y el susurro de los viejos molinos. Siempre se habla de que “este año será una buena cosecha, que los duraznos serán más dulces que nunca“, en cambio los ancianos -más escépticos que el resto- dicen que “el verdadero sabor de los duraznos no depende de la tierra ni de la lluvia, sino del espíritu del mes de abril, que siempre juega a las escondidas entre las sombras y las luces“.

Lo voy a llamar a Daniel -avisó Goyo.

Era de noche. Noche cerrada y fría en Castelnuovo del Garda. El falso Paco daba vueltas antes de acostarse, quizá pensando los pasos a seguir. Su cabellera lucía notoriamente desprolija, y su barba, poco frondosa, le daba una imagen casi guevariana. Su rostro pálido resaltaba aun más esos filamentos capilares que le habían brotado desde el día de la fuga en Scampia.

Hola… ¿En serio? ¿Sos vos Goyo? -del otro lado de la línea la voz de Daniel Peralta sonó temerosa, trepidante, temblorosa.

Y sí, boludo… ¿quién va a ser? ¿Alguna pendeja que está atrás tuyo y no se anima a encararte en la calle, pajero? -contestó Goyo, tratando de calmar de entrada a su mejor amigo, quien seguramente guardaba en su ánimo toda la angustia del silencio de los últimos meses.

Uy boludo… te hacía… -la frase quedó en puntos suspensivos.

¿Muerto? Eh, pará, exagerado.

No, te hacía en problemas. Eso iba a decir. Desde el último mensaje que cruzamos no supe nada más de vos. Me cansé de llamarte al celular pero después desistí. Además tu vieja me mata a preguntas, boludo. Tu viejo menos, pero tu vieja… y ni te cuento tu abuela Leticia.

Uh, me imagino. Bueno, recapitulemos. Vos me ibas a decir algo de Peta y la Oveja. Te aclaro que ya más o menos lo tengo claro eso. Pero decime qué sabés vos, y lo que más me intriga: cómo lo supiste.

Me parece que el Peta y la Oveja venden merca. Me lo dio a entender la Pina, que estuvo de visita unos días en Valencia. ¿Te acordás de la Pina?

¿Cómo no me voy a acordar, boludo? No hace treinta años que me fui de Roma, hace tres meses y algo, nada más. La Pina… la prima de Alejandra, la madre del Oveja. La narigona tetuda que se juntó con Cogollo Raspo.

Sí, sí, esa. Viajó a visitar a la hija que está en Barcelona y después la fue a saludar a Alejandra, a Valencia.

¿Cogollo vino? -surgió la curiosidad pueblerina de Goyo.

Ahí está… ¿no era que te fuiste hace poco de acá? Cómo mierda lo vas a sacar a Cogollo del taller, ni con la Gendarmería.

Tenés razón, jajaa

No, fue la Pina sola.

¿Y qué te dijo? -se impacientaba Goyo.

Que el Peta y la Oveja andan en cosas turbias. Ella se dio cuenta a los pocos días. Gente rara que va a buscarlos, conversaciones sospechosas. Paquetes que no se sabe qué tienen. Viste cómo es la Pina, más desconfiada que la mierda. Yo no sabía si creerle o no, aunque por las dudas me pareció que tenía que avisarte. Pero ahora vos me decís que sabés algo. ¿Es cierto entonces?

Es mucho más cierto de lo que vos creés, de lo que la Pina supone, y de lo que yo todavía puedo entender.

– ¿Venden merca, entonces? -preguntó Daniel, que detrás de su voz dejaba mezclar el sonido de los pájaros en Estación Roma, donde atardecía.

Sí, venden merca, pero es más complicado que eso. Y no sabés en la que me metieron. Tendríamos que hablar dos horas y no tengo ni créditos, ni batería, ni tiempo, ni ganas de llenarte la cabeza con semejante balurdo.

Boludo… me asustás. ¿Te metieron a vender merca con ellos?

Dani… parece que no me conocieras. ¿Cómo voy a vender merca? ¿Vos me estás hablando en serio?

No, está bien, perdoname. Pero dijiste que te metieron en algo. Capaz que no pudiste zafar, por eso te lo pregunto.

No, Dani. Es mucho más complicado aun. Lo único que puedo decirte es que Petaca y la Oveja, son dos rufianes, y además, dos hijos de mil puta. Pusieron mi vida en peligro, así como lo escuchás, y no fue de manera involuntaria. Ojalá pronto te pueda contar todo con lujo de detalles. Pero mientras, quedate tranquilo que estoy casi a salvo. Y digo casi por cábala, para no quemarla

¿Dónde estás, Goyo? No se escucha ruido de tránsito, ni gente pasando por ahí. Una de dos: estás en medio del campo o estás en cana.

Qué raro el detective de los ruidos. No podés con tu alma de servilleta, jajaa… Estoy en la primera de las dos opciones. Si estuviera en cana se escucharía el ruido de alguna puerta de celda cerrándose. O la puteada de algún milico diciéndome que largue el teléfono. Puteada en italiano, lógicamente.

O sea que estás en Italia -dedujo Daniel.

Sí, en el norte. Pero eso te lo cuento cuando nos veamos. Que ojalá sea pronto. No veo la hora de tomarme algo en el Maple.

¿Qué? ¿Pegás la vuelta… para tanto fue lo que te pasó?

Sí, Dani. No lo vas a creer. Pero sí, en cuanto pueda pego la vuelta. Igual calculo que falta todavía. Unos dos o tres meses.

Fueron más que dos o tres meses. Fueron doce, exactamente. Pasaría casi un año para que Goyo Gandulla pudiera volver a a su país. Aunque el término “pudiera” habría que tomarlo en distintas acepciones. Una cosa es “pudiera” porque alguna situación negativa lo impide. Otra muy diferente es “pudiera” porque la situación que lo impide es ya positiva o agradable. Las dos variantes se dieron en la vida de Goyo Gandulla durante su estadía en Castelnuovo del Garda.

Mientras el falso Paco pergeñaba alguna estrategia para permanecer refugiados en “Pesca Sanguinante” hasta los meses de la recolección del durazno, el propio dueño de la finca le facilitó la solución.

Ascolta, ragazzo… hanno intenzione di andarsene? -preguntó don Luiggi una mañana nublada, mientras los dos argentinos se aprestaban a enrollar por enésima vez el mismo rollo de alambre.

Non ci abbiamo ancora pensato, don Luiggi. Ma perché me lo chiedi?

Mi servirebbero per un lavoro speciale.

El falso Paco aun no había decidido qué excusa ponerle a don Luiggi para que éste extendiera la estadía de los dos muchachos en su finca, que el propio dueño de la plantación les ofrecía esa extensión por iniciativa propia. El trabajo especial consistía en reordenar, limpiar y optimizar el galpón en el que además de vivir, comer y pernoctar los dos argentinos, don Luiggi guardaba su camioneta -una baqueteada Fiat Campagnola Sporting que alguna vez fue de color azul oscuro, modelo 1965, a la cual le había sacado los asientos traseros para poner allí todo tipo de enseres-, la maquinaria agrícola consistente en un tractor marca Argo relativamente nuevo, una desmalezadora, una escardadora, un par de arados, un rastrillo grande, una segadora, equipos de poda, y una decena de cajones -la mayoría rotos.

Questi lavori possono richiedere diversi mesi -aclaró el falso Paco, buscando estirar lo más posible el tiempo que les llevaría ese reordenamiento.

Nessun problema. Purché finiscano prima della raccolta -don Luiggi puso como fecha tope el comienzo de la recolección del durazno.

Questa è la nostra specialità -dijo el falso Paco con una sonrisa bien argentina, tratando de inducir una respuesta afirmativa de don Luiggi.

Lo vedremo -puso en suspenso la idea el propietario.

Promediando abril comenzó el reacondicionamiento del galpón. Pero desde el primer día surgió una cuestión imprevista: para proceder a ese trabajo, don Luiggi necesitaba comprar algunos materiales en el pueblo, y para ello solicitó la colaboración de alguno de los muchachos.

È necessario acquistare i materiali in città. Uno di voi deve accompagnarmi -ordenó don Luiggi, ante la mirada sorprendida del falso Paco, mientras Goyo sólo se sintió intrigado por la última palabra de la frase: “accompagnarmi“.

¿Acompañarlo adónde? -preguntó Goyo dirigiendo su consulta al falso Paco, pero sin pretender dejar fuera de su intriga a don Luiggi, que algunas cosas ya alcanzaba a entender o decodificar de sus dos empleados argentinos.

Al pueblo, a comprar materiales.

Los “prófugos” de la Camorra llevaban más de dos meses sin salir de la finca, y amén de la solicitud comprensible de don Luiggi, ya empezaba a resultar sospechoso que no salieran en ningún momento al mundo exterior. Incluso había sido motivo de conversación una vez entre Stefanía y el falso Paco.

Non te ne vai mai da qui? -preguntó la mujer.

Ci piace dedicarci al lavoro. Ci sarà la possibilità di andare in città -respondió el falso Paco, tratando de restarle importancia a la observación de Stefanía.

Anche a Castelnuovo non c’è molto da fare -ayudó a justificar la esposa de don Luiggi, despreciando con su comentario las alternativas de distracción que pudieren encontrar los argentinos en el pueblo.

El falso Paco y Goyo resolvieron que, a los efectos de no levantar sospechas en don Luggi, lo acompañarían una vez cada uno. Y aunque el frío había empezado a menguar en el Véneto, usarían gorros, gafas de sol y todo lo que tuvieren a mano para ocultar sus fisonomías. Aunque lo que más buscaban evitar era mostrarse juntos. La presencia conjunta de ambos “fuggitivi” podía incrementar ostensiblemente el riesgo de identificación que en hipótesis pudiera surgir. Castelnuovo del Garda era un poblado pequeño pero también era un punto de paso hacia Verona.

Todo correcto, Goyito -fue la expresión tranquilizadora del falso Paco luego del primer viaje a comprar materiales.

La ida a comprar materiales había transcurrido en la más absoluta normalidad. Don Luiggi adquirió los materiales en corralones ubicados en las afueras de Castelnuovo, por ende apenas transitó por las calles que el falso Paco supuso -a priori- como más céntricas. El primer acompañante del propietario apenas si había cruzado saludos de ocasión con los operarios de los corralones que le suministraban el material para cargarlo a la Sporting. Habían comprado algunos tabiques de aglomerado para hacer divisiones, ménsulas para sostenerlos, bulones, tornillos, masilla y otros enseres destinados a la reforma del galpón. Luego don Luiggi se detuvo en el local de una compañía de seguros, a la cual bajó solo. Y un detalle muy importante: no habían cargado combustible. Las estaciones de servicio suelen ser un hito peligroso, ya que allí pueden detenerse automovilistas en tránsito hacia o desde grandes urbes.

No se ve mucho movimiento de gente. Es un pueblo medio mortadela -informó el falso Paco. Y los gringos parece que son más secos que en la ciudad. Mucha bolilla no te dan, son desconfiados, como Stefanía.

Mejor… -dedujo Goyo, mientras acomodaba los tabiques recién traídos.

Obvio. Igual hay que cuidarse. Nunca falta un fisonomista. Sobre todo hay que tener cuidado en la ruta. Hoy por suerte apenas si la transitamos un par de cuadras. Ahí sí que el movimiento es un poco más fluido.

La ruta principal que conecta Castelnuovo del Garda con Verona -capital de una de las provincias del Véneto- se despliega como un serpenteante camino rodeado de paisajes cautivadores, donde los viñedos y olivares se alternan con la vista del majestuoso Lago de Garda. A medida que los vehículos avanzan, el asfalto se siente como un hilo conductor entre dos mundos: el bullicio turístico de Castelnuovo y la histórica Verona, famosa por su arquitectura renacentista. Sin embargo, este trayecto no es solo un paseo escénico: puede llegar a ser una trampa potencial para prófugos como el falso Paco y Goyo Gandulla. Las numerosas salidas y entradas, junto con la vigilancia de cámaras de seguridad en las estaciones de servicio y los peajes, aumentan las posibilidades de identificación. Además, la afluencia constante de turistas y locales crea un flujo incesante de testigos que podrían reconocer a los fugitivos, convirtiendo cada parada en un riesgo calculado. En este escenario, la tensión se palpita en el aire, sobre todo para aquellos que circulan a sabiendas de su condición fugitiva. Cada coche que pasa podría ser un testigo o un aliado inesperado en la caza de aquellos que intentan seguir en el anonimato.

En “Pesca Sanguinante” el reacondicionamiento del galpón marchaba viento en popa. Los argentinos estaban eufóricos porque una de las reformas previstas por don Luiggi incluía la construcción de un pequeño cuarto cubierto por tabiques que haría las veces de habitación para ambos. O sea que tendrían un poco más de privacidad, lo que además le agregaba certidumbre a la prolongación de la estadía, aun quizá más allá de la recolección de duraznos. Aunque don Luiggi, en un tono pretendidamente jocoso pero no tanto, les dejó en claro que esa habitación tendría un ulterior destino.

Finché durerà il raccolto sarà la tua camera da letto, poi sarà una stanza degli attrezzi -aclaró don Luiggi.

¿Qué dijo? -preguntó Goyo al falso Paco.

Que hoy es nuestra pieza. Pero en el futuro será un pañol de herramientas. Y sí, Goyo. Esta gente no tiene pensado adoptarnos.

No es mi intención tampoco, Paco. Si por mi fuera mañana arranco para el pueblo, me tomo el primer colectivo o tren si pasa, y me voy al aeropuerto más cercano. Me quedo acá porque te hago caso a vos, que me sacaste de Nápoles. O sea por respeto al que ideó, planificó y condujo el escape. Pero te repito: no creo que sea para tanto. Me da la impresión que nos estamos pasando de rosca con la precaución.

Ninguna pasada de rosca, Gandulla. Ninguna. Y agradecé que no soy de enojarme demasiado, porque si me calentara, te dejaría que te fueras. Pero si después tengo que juntarte los pedazos e informarle a tu familia que te boleteó la Camorra, va a ser una patada en los huevos. Así que mejor me quedo en el molde.

Otra vez me llamaste Gandulla. Está bien. Mensaje recibido -cerró Goyo.

La segunda excursión a Castelnuovo para una nueva compra de materiales tendría lugar el martes de la semana siguiente. Y le tocaba a Goyo acompañar a don Luiggi. Eso era lo que habían acordado: una vez cada uno.

La mañana se presentaba soleada pero aun fría. Don Luiggi manejaba con su acostumbrada parsimonia por los caminos rurales que llevaban hasta el pueblo. La Sporting se quejaba ante el pozo más ínfimo, dejando escuchar el crujir de sus amortiguadores, como si fuera el catre de un anciano dándose vuelta en la cama. Una vez en el camino pavimentado, don Luiggi masculló algo que Goyo no alcanzó a entender casi nada, aunque le pareció que le estaba informando de un agregado en el itinerario de compras.

Prima di andare a comprare le cose devo andare a prendere una nipote.

Molto bene -respondió Goyo, utilizando una de las pocas expresiones en italiano que manejaba.

La Sporting se detuvo al final de una angosta y larga callejuela. Don Luiggi estacionó la camioneta, y permaneció algunos minutos en silencio, mirando hacia un edificio que en su frente indicaba “Stazione”, del cual al rato salió una mujer joven, de aspecto simple.

Laura -gritó don Luiggi luego de un bocinazo.

FIN DEL CAPÍTULO Nº13

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