Desde el mensaje de audio de whatsapp rompió una vez joven: “Sí es barrio 21 de septiembre, pasas las vías y entras dos cuadras, antes de llegar a calle Jujuy, el terreno está por calle Pringles, voy a estar esperándote afuera” Estábamos cerca y dimos vueltas por una calles angostas, los yuyos altos no dejaban ver de un lado de la calle al otro. Hasta que al fin dimos con el lugar. Efectivamente Jonatán era joven y estaba esperándonos sobre la calle.
Jonatán Martínez se ubicó con su mujer Yesica Lezcano y cinco hijos, en el corazón de la manzana por decirlo de alguna manera. Entrando unos metros al terreno ubicaron allí un carrito de venta de torta asada que usan de casa. Al carrito se los dio un amigo de Jonatán, por el cual ellos vinieron a San Nicolás, desde Empalme, provincia de Santa Fe, donde vivía con su suegra que tras una discusión los expulsó de la casa. Quedaron en situación de calle. Por el concejo de algunos vecinos se acercaron a las entidades municipales de Prodenia y Acción Social.
“Fui a Prodenia y no me llevaron el apunte, después una tal María Rosa Méndez de Acción Social dijo que iba a ayudarnos pero nos mandó a un tal Álvaro Ocáriz a desalojarnos con la policía, decían que nos teníamos que ir por las buenas o las malas, pero no nos dijeron por qué”
Alrededor del carro se levantan casas de vecinos, los cuales algunos lo ayudan y otros están en desacuerdo que estén allí. Cuando Jonatán llego con su mujer y los cinco chicos, el yuyal era frondoso, tal así que tapaba lo que antiguamente había sido una plaza, donde algunos vecinos habían conseguido algún tobogán, un subi-baja, pero el estado de situación en el que se encontraban, parecían cosa del pasado, su estado de óxido también. Jonatán retira un costado los viejos cacharros y se pone a desmalezar, luego instala la casa-carro.
“Algunos vecinos hasta se quejaron porque les pasé un cable para que tengan luz, hay criaturas, no sé de qué se quejan, es más deberían estar agradecidos, el pibe desmalezó el lugar- Dice Andrea que vive en una de las casas alrededor del carro y en la tarde que nos acercamos, le está dando una mano a Jonatán con los mellizos y otro de los chicos, porque su mujer consiguió una changa de dos días”.
A pesar de la situación de la pareja con sus cinco niños, hay vecinos que, según nos cuentan Andrea y Jonatán, tiran basura al terreno, o mandan la policía para que saquen de allí el carrito. Son más los vecinos que se oponen que aquellos que apoyan y son solidarios, que también los hay.
“El presidente de la Comisión Vecinal se hizo cargo de nosotros, y nos dijo que nos quedemos hasta que encontremos algo mejor, pero algunos vecinos le fueron a hacer quilombo a su casa”.
Jonatan con uno de los mellizos en brazos nos acompaña hasta el auto. Mientras tanto nos cuenta apenas sale el sol y pega en la casa-carro, los obliga a todos a salir de adentro, también que maneja el oficio de panadero, que galguean para comer, y que quiere trabajo.
“Sé que se ha armado mucho revuelo y que algunos van a aprovechar y nos van a usar, pero no estamos en contra de nadie, simplemente queremos un lugar digno para vivir, tampoco que me lo regalen, que me lo den a pagar”.
El abandono del barrio vuelve más gris la trama: jóvenes padres con cinco niños en la calle, viviendo en un carrito de venta de torta asada. Pero más triste y peor miseria que la material, es la de aquellos que se ponen en situación de adversidad ante la vulnerabilidad, tanto aquel que lo hace desde la misma altura del horizonte de la vereda, como aquellos que estando ocupando espacios del poder municipal, espacios que existen para tales situaciones, en lugar de accionar, tratan al vulnerable como si fuera un delincuente. Y créanme queridos lectores, tiene que ser de piedra el corazón, para tratar de tal manera a cinco niños expuesto al azar del hambre y las enfermedades.