16.04.2019 En la última semana han salido a la luz de la opinión pública, dos acontecimientos que se volvieron noticia. Uno a nivel local o zonal y otro a nivel internacional: el escrache a un usuario de Facebook por la discriminación de un joven con síndrome de down y el incendio de la Catedral parisina Notre Dame. Los dos acontecimientos son de magnitudes y objetos diferentes. En uno se involucra la discriminación a un ser humano por sus “capacidades diferentes”. En el otro el incendio de un edificio con ocho siglos de historia y considerado patrimonio de la humanidad.
Pero a ambos acontecimientos los une el sentimiento de la congoja social, a pesar de las diferencias en sus desarrollos y contextos. Congoja que se transforma en condena en el primer caso, y congoja que se traduce en pérdida en el segundo caso.
El primer hecho que se transformó en noticia, tiene que ver con un intento de “escrache” por medio de la red social de Facebook, donde se recriminaba que un joven con capacidades diferentes, trabaje en un bar al paso en la ciudad de Villa Constitución, mientras debía hacerlo en su lugar un joven “normal” por llamarlo de alguna manera. La sensibilidad de la sociedad no dudó en volverse congoja que se tradujo en condena. Y esa condena fue masiva. En pocas horas las cadenas de TV del país, estaban desembarcando en el comercio, contando el hecho, entrevistando al dueño del lugar, y así resaltar el ánimo condenatorio de la sociedad. El repudiable comentario nació de un perfil de Facebook: Ana Paula Álvarez Lasarte. Con el paso de las horas, la opinión pública empezó a distraerse del caso, la euforia se disipó, entonces otros dichos tomaron relevancia. El perfil de Facebook era “dudoso”, tal identidad no fué totalmente comprobada, datos que la prensa nacional no se encargó de chequear. Por lo que el mensaje prefija otro destinatario, donde David el joven del conflicto, es apenas un medio o puente para llegar a otro destinatario: el dueño del lugar quizás, algún pariente del niño, algún empleado. No lo sabemos, ni viene al caso que aquí nos compete: la congoja social que despertó tal situación. Tal hecho hubiese sido condenado en cualquier sociedad de occidente por lo menos. La condenada fue tan masiva, que ni la persona que escribió el “escrache” cree en lo que escribió. No existió comentario a favor del perfil acusatorio, fue total la congoja de la sociedad que se transformó en condena.
Algo parecido pasó con la congoja-pérdida que despertó a las sociedades del mundo, el incendio de la Catedral de Notre Dame. Y no es para menos. Toda conquista de la humanidad que escala hasta el sentido de la maravilla, la sentimos propia y queremos que entre tanto espanto, entregue belleza a las generaciones que vienen, que rieguen la tierra de mitos, de historia, de relatos, de entramados pasados que tejen la memoria del presente. No es para menos, claro que acongoja presenciar a través de las cámaras del mundo, cómo se quema la histórica aguja de la Catedral gótica más famosa de París. El lugar es visitado por más de 13 millones de personas al año y guarda reliquias de un valor incalculable. Pero para no ahondar más en esta esfera cultural e histórica que nos llevarías páginas y páginas, basta con recordar al jorobado más famoso del mundo. Quién no escuchó hablar de Casimiro, el personaje creado por Víctor Hugo en su obra “Nuestra señora de París.” El famosos Jorobado que toca las campanas en la Catedral de Notre Dame y que llegó a representarse en dibujo animado en las sociedades modernas y pos-modernas. Claro que acongoja y mucho. Hasta hemos imaginado el fantasma de Julio Cortázar, de Ernest Hemingway, de Rimbaud, de Charles Baudelaire llorando en la porción de muerte que se encuentren habitando.
Se preguntarán entonces lectores, si este texto llegó hasta aquí sólo para afirmar dos reacciones de las sociedades, casi lógicas y que reafirman la sensibilidad de las personas. Por un lado podemos decir que sí, que se trata de afirmar tales reacciones de congoja y sensibilidad, pero también por otro lado se intenta hacer entrar en contradicción dichas reacciones. Al batirlas o desarmarlas podemos observar que la sociedad no es tan sensible en la vida cotidiana como a través de las redes sociales y que tal sensibilidad está conducida o al menos marcada por la agenda de los medios masivos de comunicación.
Pareciera que la proyección de un drama a través las redes sociales o la TV, visibilizan conflictos que pensamos únicos pero que tenemos en la punta de la nariz cotidianamente. Para acongojarse a nivel de los dos ejemplos dados, tenemos lamentablemente ejemplos a puñados que ocurren en el anonimato de las ciudades todos los días. Discriminación a diario, no solo a personas con capacidades diferentes, sino también a pobres, a personas de color, vestidos de tal o cual manera, robos y corrupción al pie del día como una noticia más de la desfachatez política. Sin embargo cientos y cientos de ciudadanos, pasamos de largo ante tal o cual hecho, sin llegar a indignarnos o acongojarnos como lo hicimos con los dos ejemplos que aquí venimos destacando desde un principio.
Lo mismo podemos decir con respecto al incendio de la Catedral de Notre Dame. Dramas humanitarios existen hace años, pero como las cadenas de TV no masifican esos hechos, la sociedad no se manifiesta tan terriblemente: guerras y bombardeo a niños en los últimos años en Siria, Gaza y Afganistán, hambre en India, niños, mujeres y hombres desnutridos en África. Sin ánimo de comparar en historia y acervo cultural, pero sí de importante valor y re-significación histórica para cada sociedad, en nuestra propia ciudad hemos visto derrumbarse sitios históricos, también arquitectura colonial sin que se nos mueva un requiso de indignación, puede que sí a nivel individualidad pero no social. Recuerdo incluso a un sector más reaccionario festejar el incendio de la iglesia catedral de nuestra ciudad, reduciendo el hecho a una contienda ideológica.
Esta contradicción “sentir a través de la pantalla pero no en la cotidianidad”, puede que sea una característica de un nuevo sujeto al que Giovanni Sartori llama “El homo Videns”. Lo que resulta beneficioso si los diferentes grupos humanos, tienen la habilidad organizativa de trasladar ese malestar virtual a los planos empíricos de la realidad, y desde allí expandir esa congoja hasta los límites de esos conflictos hasta ahora invisibles a los ojos. O para decirlo de manera más sencilla: vencer la contradicción para ser mejores.
Juan Lucas Andrín
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