12.05.2022
Esta interesante cita cultural se dará este viernes 13 de mayo a las 19hs, Librería en “El Buen Libro” (Mitre 280).
La presentación de la obra estará a cargo de Javier Tisera, Anabel Longinotti y Lucas Andrín.
Desde las vísperas mismas del siglo XXI, América Latina se plantó como una región díscola al dominio casi absoluto del neoliberalismo a escala planetaria. Los estallidos sociales en el cambio de siglo y el ciclo de gobiernos populares que vivió la región durante la primera década dejarían como saldo un emparejamiento ideológico y una relación de fuerzas que ponen a nuestra región en una disputa abierta entre una derecha neoliberal cada vez más radicalizada y proyectos populares que resisten y se reinventan, diferente a la homogeneidad neoliberal que había caracterizado el mapa político en los 90, como también a la primera década del siglo XXI con el triunfo de gobiernos populares en casi toda la región.
Pensémoslo en nuestro país: el 19 y 20 de diciembre del 2001 y los doce años de kirchnerismo en el gobierno sentaron un piso político, cultural e ideológico más alto, que en buena parte explica la capacidad de reacción y la posibilidad de recomponer un proyecto popular cuatro años después de la derrota electoral del 2015.
Esta -que algunos llamaron «la excepción latinoamericana»- es una de las razones que explican el rápido debilitamiento del tercer ciclo neoliberal en el continente, los movimientos de protesta que enfrentan los gobiernos de derecha (como los de Chile y Ecuador, en 2019), como el retorno de experiencias populares de gobierno (México, en 2018; Argentina, en 2019; Bolivia, en 2020).
Por supuesto que en política nunca nada está dicho de antemano y son muchos y grandes los desafíos que tiene el movimiento popular. Pero lo cierto es que nuestra América Latina, con sus avances y retrocesos, sigue siendo un faro de esperanza y un lugar de intensa experimentación popular para un modelo político, económico, social y cultural alternativo al neoliberalismo.
Ahora bien, frente al momento histórico que nos toca vivir, partimos de una certeza y proponemos dos desafíos.
La primera: tenemos que volver a pensarlo todo de nuevo y de manera audaz. Si algo hizo visible la pandemia es la desigualdad estructural de nuestras sociedades, poniendo en crisis y en evidencia los límites en la manera de pensar y actuar sobre la realidad. Para ello, tenemos dos grandes desafíos. Por un lado, urge un nuevo paradigma político fundado en una ética de la igualdad, como acto, principio y punto de partida, y no como un fin o promesa que nunca termina de llegar. Es decir, un paradigma que entienda la igualdad como algo más que un horizonte, como suelen afirmar las posiciones biempensantes o políticamente correctas, mientras practican y reproducen cotidianamente jerarquías, privilegios, relaciones de dominación y elitismos varios.
Una radicalidad política nueva, diferente a la de los años setentas, pero también a la de hace quince años atrás. Un paradigma que implique una práctica más sustantiva, presencial y sensible como formas imprescindibles de la política, frente al vaciamiento, formalización y colonización de la política por el mercado, los grandes medios de comunicación y el esteticismo de las redes sociales. Un humanismo militante frente a un neoliberalismo que se nos presenta cada vez más salvaje, autoritario, violento, elitista y antidemocrático.
Por otro lado, debemos ser capaces de construir una episteme popular como respuesta a la crisis teórica de nuestro tiempo. Una forma de conocimiento abierto a la novedad, sin definiciones últimas y en permanente estado de apertura, porque lo peor que podemos hacer es reemplazar el pensamiento único neoliberal de nuestro tiempo por otro pensamiento único, como ya nos pasó en buena parte del siglo XX.
Un pensamiento situado, autónomo y creativo, parido desde nuestras luchas y deseos, capaz de dialogar críticamente con las filosofías políticas y pensamientos de todo tiempo y lugar, y saber conjugar -con inteligencia y astucia- coraje y riesgo con rigurosidad y auto exigencia.
(Sebastián Artola , para Página12)