20/01/2018 – 18.20 horas.
Ocho personas que no se conocen entre sí, más el ideólogo, van a protagonizar el “mayor atraco de la historia”, consistente en ingresar a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, en Madrid, para fingir un robo tradicional con rehenes que encubre la verdadera estrategia: fabricar sus propios 2.400 millones de euros y fugar con ellos. Esa es la trama general de “La Casa de Papel”, serie de Atresmedia y Vancouver Producciones, emitida por Antena 3, y que Netflix ofrece de manera incompleta en 13 capítulos que en realidad representan los 9 iniciales, mientras que el resto se anuncia como una segunda temporada que en Antena 3 ya se emitió (y que los serieadictos ansiosos pueden encontrar en la web con poco esfuerzo).
Berlín, Moscú, Denver, Río, Tokio, Nairobi, Helsinki y Oslo son los seudónimos que adoptan los ocho atracadores que ingresarán a la fábrica para llevar adelante un operativo que les demandó 5 meses de preparación. Quien conduce el grupo es, además del ideólogo (o hijo del ideólogo), el planificador y estratega que opera desde afuera. Lo llaman el Profesor.
A todo grupo de ladrones se le opondrá en cualquier contexto (real o ficcional) la ley. En este caso la ley será conducida por la Inspectora Raquel Murillo, secundada por un subinspector, el jefe de Inteligencia, y un séquito de efectivos que, entre todos, congeniarán y no tanto en la estrategia a llevar adelante para desactivar el atraco sin que resulten perjudicados los protagonistas forzados (algunos de ellos con mucha participación) y esenciales de la historia: los 67 rehenes.
Los chinos inventaron, entre tantas otras cosas, el conocido juego “Piedra, papel y tijera”, por el cual la piedra rompe la tijera, ésta corta el papel, mientras que el papel envuelve a la piedra. Haciendo un paralelismo con el juego, el papel será en adelante la serie, la piedra representará todo aquello que la misma envuelve exitosamente con su trama, mientras que la tijera vendrá a quitar imaginariamente aquello que le sobra o la daña. Siempre a juicio del que escribe, lógicamente.
La piedra
- La trama atrapa (aunque parezca un trabalenguas). Lleva hasta el final, genera clima, al cierre de cada capítulo invita a ver el siguiente. Y lo logra con una producción asombrosa, un elenco bien seleccionado que ofrece actuaciones contundentes (otras no tanto), una fotografía impecable y un argumento bien elaborado en el cual es fácil advertir influencias de otras ficciones sobre robos. “El plan perfecto” de Spike Lee sobrevuela en muchos pasajes, sobre todo en el uniforme de ladrones y rehenes (el azul deja paso al rojo, más hispano en todo caso). Y también se pueden observar influencias de la realidad. Las caretas de políticos o superhéroes utilizadas en atracos reales son reemplazadas en este caso por caretas de Salvador Dalí (al fin y al cabo otra referencia de toque nacionalista).
- Otro acontecimiento real que parece haber inspirado de alguna manera a los guionistas es el denominado Robo del Siglo a la Sucursal Acassuso del Banco Río. Por lo menos los argentinos, al verla, algunas reminiscencias encontramos, sobre todo en eso de distraer a la policía con una cosa mientras se está preparando otra para sorprender.
- Escenas muy bien logradas en la mansión de Toledo donde se pergeña el golpe, en las cuales, al comienzo y luego a través de flashbacks, la serie logra recrear un ánimo colectivo que produce cierta nostalgia en medio del suceso central.
- Para resaltar, la escena donde los ladrones cantan “Bella Ciao”, conocido canto partisano de resistencia al fascismo, luego de atravesar el concreto del piso y llegar hasta la capa de tierra. Muy bien lograda.
- Notable actuación de Pedro Alonso, encarnando a Berlín, una especie de mariscal de campo del Profesor, y muy meritoria labor de Alba Flores (integrante del famoso clan artístico español creado por su abuela Lola), interpretando a Nairobi.
La tijera
- La mayoría de los críticos españoles, aun aquellos que le otorgan a la serie un saldo positivo, hacen hincapié en una excesiva duración. De las casi 15 horas que comprende la totalidad de los capítulos, la historia se podría haber contado en 8 o 9. Tal vez menos. Seguramente cuestiones de audiencia, de publicidad o de algún otro rubro ligado estrictamente a lo comercial y no a lo artístico, hicieron que la tensión bien construida de la ficción cayera en innumerables baches de tedio como consecuencia del exceso en metraje. Sobre todo de la mitad de la serie en adelante.
- Indudablemente una historia de amor, si está bien desarrollada, agrega un condimento interesante y hasta si se quiere necesario en un argumento. Pero si esas historias románticas son tres, y las tres deambulan por interminables diálogos acerca de la posibilidad de un futuro idílico, terminan agotando. Y quitándole tensión al relato. Porque la historia pretende contarse en tiempo real, mostrando en cada capítulo la fecha, la hora y el tiempo que va desde el comienzo del robo, y ese recurso bien manejado hasta desde lo visual se desdibuja, por ejemplo, cuando en plena fuga y en medio de un tiroteo tiene lugar un acaramelado y poco oportuno diálogo entre dos de los protagonistas. Un escarceo amoroso en una toma de rehenes puede resultar creíble, pero darse piquitos en medio de una lluvia de balas suena demasiado folletinesco.
- Las situaciones inverosímiles, los lugares comunes y las casualidades ocurren también en la realidad, y por supuesto, son necesarios para darle contenido a una ficción. Pero cuando esos recursos son utilizados tan seguidos uno de otro, terminan contaminando esa ficción que venían a matizar. El protagonista de una serie puede tener su necesaria dosis de suerte. Pero cuando esa suerte es tan grande y tan continua, termina por aburrir.
Y fuera de la piedra y la tijera (o con un poco de cada cosa) no podía faltar en una historia de robo y secuestro el consabido Síndrome de Estocolmo. Una rehén se enamora de un ladrón (circunstancia posible pero que en este caso es llevada casi al extremo del altar y el ramo de novia). Aunque alguien más es pasible de sufrir ese síndrome que lleva al rehén a proteger y tomarle afecto a su raptor: el espectador. Porque amén de baches, inverosimilitudes, recursos folletinescos y otros vicios, el espectador de “La casa de papel” puede llegar a sentir lo mismo que la opinión pública española (la de la ficción, en principio): simpatía por los ladrones. ¿Cuál es el mal y cuál es el bien? Una pregunta que plantea el Profesor en uno de los últimos diálogos de la serie, y que flota en el ambiente desde el primer minuto.
Pablo Rozadilla