La brasería de los Puleo se ha convertido en una huella para los nicoleños. 17 años al frente Roberto en su brasería y 14 al frente de su negocio Román, se fueron introduciendo en la idiosincrasia de la ciudad como un color fundamental. Los ciudadanos piensan en pollo asado y enseguida piensan en la familia Puleo. Pero no es el único ribete que hacen a esta historia digna de ser transcripta. También hay una historia de trabajo y dedicación que nos deja una enseñanza: cuando se quiere se puede, pero no se puede solo. El fuego está listo, pongamos la carne a la parrilla.
El delantal como bandera.
Dedicado a Carlos Ansió y a Marta Giannoni.
Por calles aledañas a la Estación, cerca del Club Belgrano, más precisamente en la ochava de calle Ameghino y Alvear, funcionó hasta su cierre definitivo la brasería de Roberto Puleo. Pero detrás de su pasado asoman ribetes que colorean la historia de coches usados, de parrillas, de pollos y delantales. También hay un peladero, hay pollos crudos, hay pollos asados, no hay pollos congelados, hay pollos frescos. Y como en varías de las historias que hemos traídos a estas páginas de Marca Registrada, hay sobre todas las cosas hay una historia de trabajo. Luego el futuro, la muerte, la vida y el renacer en otra generación con brasería propia: la brasería de Román. Y así mismo, como las mil formas del fuego, se hilvanan este relato que trae a estas páginas, otra historia de otra familia de trabajadores.
La juventud le corría por las venas a Roberto Puleo, quiere trabajar, quiere y abre un Bar en calle Alvear y Ameghino, frente a la ochava donde funcionará la brasería años más tardes. En las muchas dimensiones del espacio y en las verbenas del tiempo, se conservan acontecimientos sucedidos en el lugar dignos de la memoria, pero uno en particular hace punta en esta historia que hoy le traemos a estas páginas virtuales. Los padres de Marta Ramallo, Américo Ramallo y Delia Giambroni eran los dueños de una Estación de Servicio ubicada en otra ochava de las calles Ameghino y Alvear, en diagonal al Bar y enfrente a la ochava donde funcionó La brasería hasta su cierre definitivo. Marta Ramallo y su familia vivían alado de la Estación de Servicio, es decir en la esquina del bar de Puleo. Marta cada vez que pasaba, cruzaba miradas con el joven Roberto, hasta que un día entró y pidió un café con leche. Roberto le hizo una de esas preguntas obvias, que hacen los hombres cuando una mujer los enamora:
-¿Vivís acá en la esquina? Marta se limitó a reír y a llevarse la tasa a la boca. Algo sonrojada le dijo que sí con la cabeza. Al poco tiempo se casaron y comenzaron a encarar la vida como les enseñaron sus padres: con trabajo.
Ni bien se casan abren una carnicería frente al club Belgrano. Años más tarde cierran el negocio de carnes y compran la esquina de Ameghino y Alvear para dar apertura a una agencia de autos usados. Pero en los años 90 Roberto tiene una ocurrencia. En el sótano del lugar Puleo empieza a criar pollos de campo. Pero esa idea lo movilizó a otro proyecto: abrir una pollería de crudos en lugar de la agencia de autos usados. Puleo comenzó a comprar los pollos vivos a la avícola “San Cayetano” de Raúl y Ricardo Bequio, ubicada a las afueras de la Ciudad de Rosario. Luego alquila un campo en las inmediaciones del Parador, para que funcionaría como peladero. Allí se mataban, hervía y pelaban los pollos que luego se vendían en la pollería.
Pollería de crudos.
Una camioneta de ruedas grandes, busca estacionar en la esquina de Alvear y Ameghino. Antes de detenerse por completo, uno de los empleados del peladero de gallinas, pega un grito amistoso a un niño:
– ¡Román, vamos a ver si el domingo tomaste la sopa!-
El niño de 12 años sale corriendo del negocio y ansioso espera a que los hombres bajen los pesados cajones de pollo. Román intenta alzar uno de los cajones, pero al rato se deja vencer. Con desilusión arrastró el cajón hasta adentro. Román recuerda con entusiasmo:
“Vendíamos 6 o 7 mil pollos por mes. La cola de gente llegaba hasta el negocio de Espadaro, estamos hablando de dos cuadras de gente. La gentes buscaba esos pollos porque eran los mejores, eran grandes, amarillos bien de campo y frescos, llegaban calientes del peladero.”
Pero la década del 90 en la Argentina, no fue benévola para con los negocios familiares y los trabajadores. El plan de privatización de la industria Argentina estaba en marcha, las corporaciones de supermercados comenzaron a ganar la escena de las sociedades. En San Nicolás aparece el supermercado Tigre ubicado en Nación y Savio (hoy Carrefur), entonces baja la venta de la pollería a 3 mil pollos por mes. Pero Roberto Puleo no se durmió en los laureles, ni lo hizo flaquear la congoja. Una noche de verano estaban sentados en la vereda Roberto, Román y Dora. Roberto finalmente habló para subrayar una porción importante de esta historia y de la historia de Román, que hoy tiene su brasería propia:
-¿Y si ponemos una brasería y en vez de venderlos crudos los vendemos asados?-.
Brasería Roberto.
La familia acompañó Roberto y la brasería se puso en marcha. En el fondo del local construye una parrilla, mientras continúa con la pollería de crudos. A las dos semanas llamó a un albañil e hizo otra parrilla al lado. Al mes otra. A los 5 meses había construido cuatro parrillas. Abandonan por completo la venta de pollos crudos y la familia se abocó a la venta de pollos asados. Román recuerda que para las fiestas llegaron a vender 700 pollos rellenos, 600 pollos asados y 50 lechones cocidos:
“Hasta volvimos a recuperar esa clientela que se había perdido en la venta del pollo crudo y que por comodidad compraba en el Supermercado Tigre. La recuperamos porque supongamos que en el tigre el precio era $ 100” un pollo crudo, nosotros vendíamos el pollo asado a $100 y con un kilo más.”
Con el tiempo Roberto Puleo dio fin al peladero, ya que la familia Bequio a la que le compraba los pollos crudos, empezaron a matar y a pelar, entonces Roberto compraba los mismos pollos pero ya crudos y pelados para la parrilla. Román recuerda la bondiola y el café con leche que le daban los hermanos Bequio a él y su padre, abuelos de los primos a los que hoy les sigue comprando Román para su Brasería.
Brasería Román.
El chirrido del carbón que se quema en la parrilla, es un preludio para el día de calor que se avecina. Son las 10 de la mañana, estamos tomando una Sprite bien fría sobre el mostrador, mientras Román despedaza un cartón y arrima pedazos al fuego encendido, que empieza a subir como una peste roja sobre el color negro del carbón. Habla pero de pronto hace silencio, se quedó fijo mirando hacia el fuego con el cartón en la mano. Antes de continuar habla, todavía dándome la espalda:
“Pero acá viene la parte fea de la historia.”
Luego continúa arrojando pedazos de cartón que avivan el fuego, el cual ya ganó por completo el espacio de la parrilla con su color anaranjado. Preferí mirar hacia afuera, hacia la avenida, para que mis ojos no pesaran sobre sus espalda y con mayor soltura diga lo que tenía que decir. Un repartidor viene, un vecino también, hablan, Román se seca las manos en el delantal, saca plata, paga, escribe en una libreta, la mete en un cajón, lo cierra y cuando dos intrépidos gorriones se arrojan cerca de la puerta, para ganar un pedazo de alfajor que dejó caer un niño de la mano de su madre, Román vuelve a hablar y espanta a los pájaros:
“Hacía 15 años que trabajaba con mi padre y me quería independizar. Al viejo le costó aceptarlo, para mí también fue duro, pero un hijo venía en camino y con la fuerza de mi mujer Virginia, emprendí mi camino sólo, ahora iba a trabajar en mi propia Brasería pero no tenía un solo peso.”
Franco es el hijo mayor de Román y Virginia, tenía un año y medio de nacido. Román trabajaba en los Chacinados Poggi donde ganaba un poco más que en la Brasería de su padre, pero no le alcanzaba para encarar el negocio de la Brasería propia.
Una tarde hablando con Facundo “el perrito” Tizi, le comenta que había mudado su bicicletita, la cual estaba plantada en Avenida Falcón 139, Facundo le sugiere que vaya a ver el local, quizás le serviría para alzar la brasería. Román habla con un amigo de su padre, Roberto Acurso quien es dueño de la inmobiliaria que tenía a cargo el local. Román y Virginia ven el local y no les parece ni muy grande ni muy chico, para poner la Brasería alcanzaba:
La construcción de la brasería.
“Hasta ahí todo muy lindo, pero no tenía un peso. Pero mucha gente comenzó a darme una mano”
Román no tenía dinero, es cierto. Pero Román cargaba sobre sus espaldas 15 años de trabajo junto a su padre. La primera “mano” aparece cuando Roberto acepta el pago de un solo mes de depósito en lugar de dos. Pero ahora había que remodelar el lugar, poner mostrador, mesada, cocina y lo fundamental construir la parrilla. Y es en esta parte de la historia que Román se conmueve y se le nublan los ojos. Le asoma un llanto no sólo de emoción, sino de cierta purga de incertidumbre que lo asaltaba al comienzo de la apertura del local.
Tito era un albañil amigo de la familia, que vivía en barrio Obrero:
-Yo te voy a hacer la parrilla, en dos semanas te la termino y vos me la pagas cuando puedas-
Tito salía del trabajo e iba a construir la parrilla al local. Román jugaba al rugby con Juan Cruz Fernández Irujo, casado con la hija del dueño del Mercado de la Construcción, Juan Cruz consigue que Román pueda sacar los materiales para hacer la parrilla y pagarlos después. Otro de sus amigos del rugby Mauricio “pilin” Alfonso que es herrero, se ofreció hacer las parrillas para la brasería. Le faltaba la heladera, así que lo va a ver a Juan Carlos DiStefano en calle Garibaldi, amigo de su madre desde niños, quien le habilita una heladera de madera de cuatro puertas, le dijo que se la paga trabajando
“No podía creer lo que me estaba pasando, el camino se iba abriendo solo, todos me ayudaban y no le había pagado a nadie.”
El primer día que abrió tiró 15 pollos y un lechón contra todos los pronósticos. Los vecinos del lugar y la zona, empezaron a arrimarse de poco. Vendió todos los pollos y el lechón. Román muestra un gran aprecio por el barrio, no sólo por la compra diaria sino por el cariño con el que acunaron el negocio, como un color necesario de la zona:
“Al poco tiempo muere mi padre y si bien yo había hecho mi clientela propia, mucha gente buscó la brasería y ahora me compra a mí”.
Román se queda en silencio y mira hacia la punta de la barra-mostrador. Se le dibuja en el rostro un halo de melancolía, dos ojos tristes que proyecta una mente cuando está prefigurando un recuerdo, una vivencia, un hombre en una escena y en un movimiento. Rompe el silencio mientras estira el brazo:
“El viejo venía siempre a verme al local, se apoyaba ahí, en la punta del mostrador y se tomaba una cerveza mientras charlábamos. Murió hace 12 años de una muerte súbita, un infarto estaba en su casa con mi mamá y mi hermano Martín. La diabetes que tenía le tapó el dolor, no sintió llegar la muerte, no sintió nada.”
Virginia Ansió, el amor de su vida
Román define a su compañera Virginia como un pilar fundamental de su vida. Cuando deciden irse a vivir juntos, Virginia era dueña de un departamento, el cual vende para comprar una casa en San Lorenzo y San José. Mientras trabajaban los dos en la brasería y además Virginia de profesora de Educación Física, fueron arreglando la casa nueva para habitar en familia. Lo pudieron lograr y además ingresar a un Plan de pago de una camioneta Suran, dato no menor para entender la visión a futuro de Virginia. Después de una navidad, Virginia le dice a Román que pague la totalidad de la camioneta. Román le dice que no, que venían bien con las cuotas, no lo consideraba necesario.
“Sí Román, porque si la casa pegada al local se vende, vamos a vender la casa y la camioneta y vamos a comprar esa casa.” le contesta Virginia.
El local donde está ubicada la Brasería Román, forma parte de una habitación contigua a una casa vecina propiedad de la familia Simonela. La pareja había terminado su casa y la camioneta ya era de ellos, cuando a los pocos meses de lo charlado sobre la posibilidad de la compra, la casa entra en venta. Por sugerencia de Virginia, cada vez que renovaban contrato, se asentaba la posibilidad de comprar la casa si entraba en venta. De esta manera fueron los primeros en ser tenidos en cuenta y el arreglo llegó a buen puerto para Román y Virginia.
“Virginia es fundamental en mi vida, la quiero mucho, no sólo por su apoyo, sino por su fuerza también. Ella antes de ser docente trabajó desde lijando puerta, a cuidar niños y limpiar casas, nunca se le cayó nada, es el mejor ejemplo para nuestros hijos y la mejor mujer con la que me pude haber encontrado.”
Hoy hace 9 años que son los dueños del local y la casa donde viven con sus dos hijos, Franco de 14 años y Pedro de 10 años. Si bien Román contempla los logros, no se olvida de todos aquellos que los apoyaron. Como gente de trabajo sabe, que en este país y en esta ciudad, una hojarasca de sacrifico, favores, palabra y compromiso, hace que un trabajador pueda llegar a concretar sus logros. Lo dice sin decirlo: sólo no se puede. Y se emociona y vuelve a servir un vaso de gaseosa fría sobre la mañana amarilla y calurosa del mes de marzo del año 2020.
“Nos hemos quemado las manos, en invierno en temperatura bajísimas, las manos se te ponen moradas y te sangran abriendo pollos uno por uno. No te podes permitir ni enfermarte, ni flaquear cuando todo el mundo está en la pileta en verano con 40 grados de calor y vos alado del fuego.”
Cumplirle a la gente.
Román asegura que los Puleo nunca le tuvieron miedo al trabajo y que con el tiempo ha aprendió a encontrar una motivación fundamental, cumplirle a la gente:
“El secreto es estar en un lugar lindo donde la gente tenga lugar para estacionar, buena mercadería y buen atención. Me fijo en todo, en que el carbón sea bueno, la papa, la carne y claro el pollo, que sigue viendo del mismo lugar de donde compraba mi padre cuando tenía el peladero. El pollo debe reunir tres condiciones fundamentales, el tamaño, que se fresco y el lugar de origen. Yo le sigo comprando el pollo a la Avícola “San Cayetano” de la Familia Bequio, la misma familia que le vendía a mi padre para el peladero y que después comenzaron a matar y a pelar ellos y mi padre se los compraba directamente ya crudos. Tienen sus propios ingenieros que hacen un producto propio para alimentar los pollos, la chacra en la que criaban hoy es negocio sofisticado que no descuida el origen a la hora de la cría de los pollos. ”
Román asegura que el chimichurri también es fundamental a la hora de la venta del pollo asado. Es definido por ellos mismo como un chimichurri distinto, con algunas particularidades que algunas responden a secretos del preparado y otras características peculiares, por ejemplo no tiene ni aceite ni sal. Si hay algo que Román trae en recurrencia a la hora de hablar de la venta de los productos es la palabra “fresco”.
“No hacemos en cantidad, preferimos hacerlo cada dos días y que sea fresco. Todos los clientes preguntan por el chimichurri”
Román agradece haber heredado la cultura del trabajo y como resumen de la conversación, muestra un agradecimiento sincero y sencillo. Él es feliz en poder almorzar y llevar sus hijos a la escuela, abrir la puerta del negocio e ingresar al calor de su familia, con sus dos hijos y su compañera Virginia, motivo de luz para su lucha diaria. También son importantes sus amigos, con los cual tiene peña los jueves en la misma parrilla, y se apura a nombra a cada uno. La mañana ya se transformó en una tarde abrazadora, los ciudadanos huyen a la pileta o a rogar el ocaso debajo de los árboles, pero Román se queda atizando el fuego de su lucha y sus sueños, allá en su brasería, que en el pie plantado de su edificación, esconde otra historia de trabajo, de lucha, de favores mutuos propios de la gente de trabajo, también sacrificios. De esta manera los héroes anónimos trazan su existencia, dejando el mejor ejemplo para las generaciones: la construcción de la familia a partir del trabajo. Que salga entonces un pollo con fritas de Román para el alma de Roberto, que hoy después de muerto, bajó hasta esta redacción para ofrecernos otra historia digna de ser recordada.