06.05.2018/14.55 horas. En los últimos años, producto de la antinomia entre un gobierno popular (¿o populista?) y los sectores concentrados, ya sean mediáticos, financieros o corporativos, es común escuchar o leer la mención a “la brecha” como simbología de buenos y malos, corruptos y honestos, macristas y kirchneristas, cabecitas o educados, progresistas o conservadores, entre otras ambivalencias.
Sin embargo, con la dinámica de las hechos incontrastables, estas brechas adquieren una dimensión a la que es necesaria prestar atención, para una mejor compresión de la realidad.
A la luz de los sucesos de la semana pasada, donde tambalearon las estructuras económicas y financieras, y donde fue muy notorio el esfuerzo de gran parte de los medios y su séquito de gurúes obsecuentes, para maquillar las causas de vulnerabilidad del esquema económico vigente, podemos decir que se produce una nueva brecha.
Se trata de la brecha entre lo comunicado por las autoridades y sostenido desde los medios, con la realidad de los hogares, que día a día, y cautivos de las promesas de cambios, ven como se deterioran sostenida y permanente sus ingresos (aquellos privilegiados que pueden contar con un ingreso regular) o, directamente, en el caso de la población pobre (recordemos que es un tercio de la población total), pasan de largo en sus necesidades mínimas.
Relativizar el aumento del dólar, cuando la composición de las tarifas de los servicios públicos, precio del combustible y el resto de los insumos básicos, entre grandes determinantes de la inflación, están directamente ligados a ello; y propiciar asimismo el crecimiento discrecional de la tasa de interés, cuando bien se sabe que el precio del endeudamiento, al menos, impacta negativamente en el costo del crédito y en las expectativas de inversión productiva, es al menos irreal, falso y hasta cínico.
Sin dudas, en el corto plazo, gran parte de la población sufrirá un fuerte retroceso en su calidad de vida. Las promesas a mediano y largo plazo, que enuncia el gobierno parecieran una utopía. Si bien se propone avanzar hacia un equilibrio fiscal para el término de este mandato, el mismo es a costa de disminuir el gasto público, ya que los ingresos se encuentran limitados por la alta presión tributaria. Y que implica esto? Menores subsidios (falta aún que se avance sobre transporte público, jubilaciones, sueldos estatales y asignaciones sociales – peligra la AUH?), tanto de la Nación, como de las provincias y municipios. Es decir, mayor ajuste sobre sectores medios y bajos. En tanto los trabajadores del sector privado también retrocederán, ya que sus ingresos están siendo convenidos a la baja del salario real. Todo esto sin pensar en la una ley de flexibizacion laboral que se encuentra a la puerta de ser sancionada.
Entonces es donde adquiere dimensión retrotraernos y valorar los contenidos históricos y productos sociales, que a manera de anclajes nos dejaron los años de neoliberalismo pasados, para entender cómo podemos terminar. Es allí donde “la campaña del miedo” que se le atribuye a la verdadera oposición se transforman en una profesia autocumplida, el “gobierno de ricos para ricos” se hace palmario y las posverdades se desmoronan…