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La masacre de Carmen de Patagones: tragedia en una ciudad tranquila

10.09.2025

A 20 años de la primer masacre escolar en el país.

El 28 de septiembre de 2004, la ciudad bonaerense de Carmen de Patagones, una localidad de poco más de 25.000 habitantes ubicada al sur de la provincia de Buenos Aires, se convirtió en escenario de la peor masacre escolar de la historia argentina. Un adolescente de 15 años, alumno del primer año de polimodal de la Escuela de Educación Media Nº2 “Islas Malvinas”, abrió fuego contra sus compañeros dentro del aula utilizando un arma reglamentaria de su padre, un suboficial de Prefectura Naval. El ataque dejó tres estudiantes muertos y cinco heridos de gravedad.

Rafael “Junior” Solich, el tirador de Carmen de Patagones

Hasta entonces, la comunidad había vivido con la calma típica de las ciudades pequeñas, donde todos se conocen, donde los apellidos resuenan en común y la vida escolar transcurría sin sobresaltos. Aquella mañana de primavera cambiaría para siempre la historia de la localidad y se transformaría en un caso testigo sobre violencia juvenil, acceso a las armas y el debate en torno a la salud mental en la adolescencia.

El día de la masacre

Era martes y las clases habían comenzado temprano. El curso de primer año polimodal reunía a unos treinta estudiantes de entre 14 y 15 años. Entre ellos estaba Rafael “Junior” Solich, a quien todos conocían como un chico reservado, con pocos amigos y un carácter introvertido. Vestía el guardapolvo blanco reglamentario, como todos los alumnos. Nada en su aspecto parecía anticipar lo que estaba por ocurrir.

Alrededor de las 7:35 de la mañana, cuando los chicos se disponían a iniciar la primera hora de clase, Junior sacó de su mochila una pistola Browning 9 mm, propiedad de su padre. Sin mediar palabra, se levantó de su banco, caminó hacia el frente del aula y comenzó a disparar en dirección a sus compañeros.

La escena se volvió caótica. Algunos alumnos se arrojaron al piso, otros intentaron huir hacia el pasillo. El profesor presente quedó paralizado. En cuestión de segundos, el aula se convirtió en un infierno.

Las balas impactaron sobre varios estudiantes. Sandra Núñez (16 años), Federico Ponce (15) y Nadia Haedo (15) murieron en el acto o a los pocos minutos. Otros cinco compañeros resultaron gravemente heridos, algunos con secuelas físicas de por vida.

Tras disparar al menos cinco veces, Junior salió del aula con el arma todavía en la mano. Minutos después, fue reducido por un preceptor y luego entregado a la policía.


Quién era el autor

El responsable del ataque era un adolescente de 15 años, hijo de un suboficial de Prefectura. Su identidad completa se mantuvo bajo reserva por ser menor de edad, pero en la prensa rápidamente circuló el apodo con el que lo conocían sus compañeros: “Junior”.

Era descrito como un chico tímido, callado, con escasos vínculos sociales. Algunos lo señalaban como víctima de burlas o de cierta exclusión dentro del grupo. Otros aseguraban que no había antecedentes graves de acoso hacia él, pero sí una evidente dificultad para relacionarse.

La investigación posterior reveló que Junior había planeado el ataque. Había tomado el arma de su padre del placard donde estaba guardada sin mayores medidas de seguridad. Incluso, según algunos testimonios, había comentado días antes su intención de “hacer algo fuerte” en la escuela, aunque nadie lo tomó en serio.

Los peritajes psicológicos indicaron que padecía una personalidad inmadura, con rasgos de depresión y sentimientos de hostilidad hacia el entorno. Sin embargo, no presentaba un cuadro psicótico ni incapacidad de discernir la magnitud de sus actos.

Por su edad, era inimputable penalmente según la legislación argentina. Fue trasladado a un instituto de menores y permaneció varios años bajo tratamiento psicológico y psiquiátrico. Nunca enfrentó un juicio penal ni una condena formal.


La conmoción en Carmen de Patagones

La noticia sacudió a la ciudad y al país. Carmen de Patagones, acostumbrada a la rutina tranquila de pueblo, se encontró con una marea de periodistas, móviles de televisión y la presencia de autoridades nacionales y provinciales.

Las familias se agolparon en la puerta de la escuela. El dolor era insoportable: padres que habían enviado a sus hijos a estudiar esa mañana se encontraban con la peor noticia posible.

Los cuerpos de las tres víctimas fueron velados en medio de escenas de profundo desgarro. El duelo colectivo transformó las calles de Patagones y Viedma, la ciudad vecina en Río Negro, en un único abrazo comunitario.


El debate sobre las armas y la responsabilidad del Estado

Una de las primeras preguntas que surgió fue cómo un adolescente pudo acceder a un arma de fuego de alto poder destructivo. La pistola utilizada pertenecía al padre de Junior, suboficial de Prefectura Naval. Estaba guardada en el placard familiar, sin medidas de seguridad adicionales.

Esto abrió un debate nacional sobre la tenencia de armas por parte de fuerzas de seguridad y la responsabilidad en el resguardo. Se cuestionó si los efectivos debían llevar sus armas reglamentarias a sus hogares o si el Estado debía garantizar lugares seguros de custodia.

El caso también reavivó la discusión sobre la Ley de Minoridad y la edad de imputabilidad. Sectores políticos y sociales reclamaron bajar la edad para que hechos de tal magnitud no quedaran sin castigo penal. Otros, en cambio, insistieron en la necesidad de políticas de prevención, acompañamiento psicológico y trabajo sobre la convivencia escolar.


La escuela después de la masacre

La Escuela “Islas Malvinas” quedó marcada para siempre. Durante meses, las clases estuvieron suspendidas y se organizaron talleres de contención psicológica para alumnos, docentes y familias.

El aula donde ocurrió la masacre fue clausurada y más tarde refaccionada. Sin embargo, la memoria del hecho persistió. Muchos estudiantes no pudieron volver a la institución y debieron continuar sus estudios en otros establecimientos.

El sistema educativo provincial incorporó, a partir de entonces, programas de detección temprana de conflictos, capacitaciones sobre convivencia y equipos de orientación escolar. Aunque, como suele ocurrir, el impacto inicial fue más fuerte que la continuidad de esas políticas en el tiempo.


Las víctimas

Las tres vidas truncadas se convirtieron en símbolos de la tragedia.

  • Sandra Núñez, de 16 años, era considerada una alumna aplicada, solidaria y con gran futuro.

  • Federico Ponce, de 15, era un joven querido por sus compañeros, apasionado por el deporte.

  • Nadia Haedo, también de 15, era descripta como alegre y participativa.

Sus familias encabezaron marchas y reclamos de justicia. Con el paso de los años, continuaron señalando la falta de respuestas estructurales del Estado.

Los cinco heridos que sobrevivieron cargaron con consecuencias físicas y emocionales. Algunos sufrieron discapacidades permanentes. Todos atravesaron un largo proceso de recuperación psicológica.


El silencio de Junior y su vida posterior

Junior fue trasladado a institutos de menores en Buenos Aires. Allí recibió asistencia psicológica, aunque nunca dio explicaciones públicas. Su silencio alimentó las especulaciones sobre sus motivaciones.

Al cumplir la mayoría de edad, recuperó su libertad. Su paradero posterior se mantuvo bajo reserva para proteger su identidad. En entrevistas con familiares y allegados, se supo que intentó rehacer su vida lejos de Carmen de Patagones, aunque la sombra de lo ocurrido lo acompañó siempre.


El eco en la sociedad argentina

La masacre de Carmen de Patagones se convirtió en un punto de inflexión. Fue el primer episodio de violencia escolar con características similares a los tiroteos masivos ocurridos en Estados Unidos, como la tragedia de Columbine en 1999.

La sociedad argentina, que veía esas noticias como algo lejano, se enfrentó de golpe con la evidencia de que también podía suceder en su territorio. Se multiplicaron los estudios y debates sobre el bullying, la violencia escolar, la salud mental adolescente y la necesidad de regulación en la tenencia de armas.

Sin embargo, a casi dos décadas del hecho, muchos especialistas señalan que las lecciones no fueron del todo aprendidas. La prevención sigue siendo insuficiente y los sistemas de salud y educación carecen de recursos sostenidos para abordar problemáticas de esta magnitud.


Un pueblo que no olvida

Cada 28 de septiembre, en Carmen de Patagones se realizan actos en memoria de las víctimas. La comunidad educativa, las familias y los vecinos recuerdan a Sandra, Federico y Nadia.

La tragedia quedó grabada en la identidad del pueblo. Para los habitantes, hay un “antes” y un “después” de aquel día. La escuela, los docentes y los sobrevivientes aún cargan con el peso de esa experiencia.

En entrevistas recientes, exalumnos y familiares coinciden en señalar que la cicatriz no cerró, que el dolor persiste y que el recuerdo de lo que ocurrió sigue siendo un llamado a la reflexión.


La masacre de la Escuela Islas Malvinas de Carmen de Patagones no fue un hecho aislado ni un episodio inexplicable. Fue la consecuencia de una serie de factores: el acceso irresponsable a un arma de fuego, la falta de detección de problemas emocionales en un adolescente, la ausencia de políticas preventivas en el sistema escolar y el contexto social de exclusión y silencios.

El saldo fue trágico: tres jóvenes muertos, cinco heridos, decenas de vidas marcadas y una ciudad entera atravesada por el dolor.

Veinte años después, la masacre sigue interpelando a la sociedad argentina sobre qué medidas se deben tomar para que una tragedia semejante no se repita. Carmen de Patagones permanece como un recordatorio de lo que puede ocurrir cuando la indiferencia y la falta de prevención se combinan con la fragilidad de la adolescencia y la irresponsabilidad en el manejo de las armas.

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