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“El Viaje de Goyo Gandulla” – Capítulo 8: ROMA, PERO LA CAPITAL DE ITALIA

(Tiempo aproximado de lectura: 16 minutos).

¿Qué lindo verte, compatriota? Pero… ¿vos no estabas en Valencia? Al menos ahí fue la última vez que te vi -dijo Nuria mientras se acercaba.

El guía que ofrecía el tour por el Foro Romano ya estaba en busca de un nuevo cliente. Los transeúntes seguían ensimismados en sus menesteres, pero para Goyo Gandulla la única persona allí presente era ella, Nuria. Estaba hermosa como jamás la había imaginado. Tenía puesto un jean roto en algunas latitudes de sus bien torneadas piernas, una remera roja con la imagen del Che Guevara en blanco, y su abrigo era de cuero negro. El cabello al viento, el sol de Roma iluminando su rostro de manera cinematográfica. No había forma de esquivar su figura avanzando hacia Goyo.

Nuria. ¿Qué sorpresa? -trató de fingir despreocupación. ¿El Rulero abrió una franquicia en Roma?

No, para nada. Aproveché el fin de semana libre que me dio el Suru para venir a visitar a una tía que vive acá, cerca de la Términi. ¿Vamos?

¿Adónde? -preguntó Goyo mientras ganaba tiempo mentalmente para estudiar sus pasos a seguir, los cuales lo empujaban a una convencida fuga.

A lo de mi tía. Vamos, la saludamos, y después te hago yo el city tour por el Foro. Y le agregamos una visita al Coliseo. ¿Qué te parece?

No sé… estoy esperando a un amigo -mintió Goyo.

A medida que Nuria se le acercaba, Goyo iba sintiéndose envuelto en su aroma irresistible. Quizá ese aroma le parecía exponencialmente más seductor porque venía con el aderezo de una historia que si bien era nefasta, la hacía aun más sugestiva. “Me estoy dejando envolver por el morbo“, pensó Goyo.

Bueno, te hago compañía hasta que venga tu amigo. Pero qué casualidad, che. Mirá vos… en tan poquitos días nos vemos en dos lugares tan lejanos y tan diferentes. ¿No te parece que las casualidades se dan por algo?

Qué sé yo. ¿Por qué vendrían a darse? Vos qué opinás -preguntó Goyo, mientras trataba de auscultar bajo sus lentes de sol los vericuetos urbanos más aptos para emprender esa fuga que tenía en mente apenas vio a Nuria.

Que las casualidades… no existen. Existen las causalidades. La vida es causa y efecto. ¿Conocés la canción de Drexler?

Sí, la conozco. Igual mucho no me gusta Drexler. Quiero decir… me gusta otro tipo de música -Goyo seguía tratando de impostar serenidad ante el encuentro con Nuria, pero su mente rumiaba mil alternativas por segundo para huir de ella una vez más, sus ojos tras las gafas rastreaban resquicios urbanos para salir de escena.

Sí, claro. Me imagino. Te gusta Spinetta. Ya te dije que eras parecido. ¿Te acordás? Te lo dije en el bar.

Ah, cierto. Tenés razón. No me acordaba, pero ahora que lo mencionás… me vuelvo a acordar de eso -su discurso empezaba a sonar dubitativo. Pero no… no me gusta Spinetta tampoco. Soy más rockero… AC DC, Kiss, Judas… esa música.

Apa… heavy el muchachito. Un Spinetta metalero… no da con tu look pero te banco. A mí también me gusta el heavy metal. Aunque en realidad me gusta un poco más el glam, o el hard. Whitesnake, Bon Jovi, Aerosmith… ¿Esa te va?

¿Qué cosa? -Goyo ya se mostraba nervioso.

Ese tipo de música, digo. ¿Estás pensando en tu amigo? ¿Te dijo que venía a esta hora, que se encontraban acá?

Sí, claro. Me pareció que venía allá pero era otra persona.

“¿Cómo hizo para estar acá?”… “¿Me habrá seguido desde Valencia?”… “¿Y si vino en el mismo tren que yo y no me di cuenta?”… Todas preguntas que se amontonaban en la atribulada mente de Goyo, que cuando creía haber escapado de las garras de un peligro que jamás imaginó, lo tenía al lado nuevamente, mucho más rápido y de manera más misteriosa que en su presentación.

Dale, Spinetta. No te resistas a esta muchacha ojos de papel que te está invitando a pasear un poquito por Roma -Nuria echaba mano a uno de sus atributos más irresistibles a la hora de la seducción: su voz.

Papel… eso es lo que no entiendo en todo esto. ¿Cuál es mi papel? Te doy un beso en la mejilla en un bar de Valencia y después te encuentro en una ciudad de otro país, en circunstancias extrañas… no sé… algo no me cierra.

¿Y qué tiene de raro? Viniste a una de las ciudades que más turistas recibe en el mundo. Una de esas turistas soy yo. Tampoco es que coincidimos en el medio de la pampa húmeda. A propósito… ¿de dónde sos?

De Roma -respondió, escueto, Goyo.

Ah… ¿naciste acá y te criaste en Argentina?

No. Soy de un pueblito en la provincia de Buenos Aires que se llama Estación Roma. Pero le decimos Roma.

Qué coincidencia. Dale, Spinetta. No te resistas. Igual tenés bien en claro que nosotros, tarde o temprano, terminamos encamados.

Cuando escuchó eso, Goyo la miró a Nuria y vio destellos de lujuria brotando de sus ojos color pardo. Lo dijo y le fijó la vista con una dosis de lascivia que lejos de vulgarizarla como mujer, le agregó un exquisito toque de osadía.

¿Encamados? Nuria… vos sos la novia de tu jefe. Eso es lo que tengo entendido. Y si hay algo que no quisiera es entrar en colisión con gente poderosa.

Ufff… Petaca botónnnn, jajaja… Qué buche es ese tipo, cortamambo… ¿Con qué cuento te fue… a ver?

Ningún cuento. Me dijo que sos la novia de un tipo pesado. Que no sé quién es pero me merece respeto.

Mirá, Spinetta. No es tan así. Y si lo fuera… ¿qué? ¿Te vas al mazo? Venite conmigo ahora a la casa de mi tía. Tengo la llave y ella no está. Cojemos, nos sacamos las ganas… y chau… ¿Por qué se tiene que enterar mi “novio”?

No sé. Me suena que se entera siempre. Y que de eso se trata.

¿Qué cosa? Uy Dios, ese Petaca, se traga todos los cuentos del Suru.

¿Qué cuentos? -preguntó Goyo.

El Suru me quiere bajar la caña desde que me conoce, y como yo no le doy ni bola inventa pavadas. Todo para que no me encare nadie. Juega de arquero, ¿entendés? Como dirían en Parque Patricios, es un “tapaculos”. Y Petaca compra todos esos cuentos. Hasta uno que anda dando vueltas de un tal Paco, que no sé qué le pasó.

Sí, lo escuché. ¿Qué le pasó?

Qué sé yo… Yo lo único que te puedo decir es que me lo transé, obvio. Pero después se puso denso, quería formalizar. Y como yo no le di calce para eso, entró en modo paranoico. Que lo perseguían, que le cortaban la luz… y de un día para el otro desapareció. Qué sé yo que mambo le agarró. Pero… mirá, Spinetta. Te la hago corta. Taaantas explicaciones no suelo dar. Pero sabés qué: me regustás. Ahora… no te pongás en difícil porque tampoco sos el hombre de mis sueños, eh… es ahora o nunca.

Claro… me imagino. Por un polvo sos capaz de irte de Valencia a Roma. Como sino te pudieras transar a nadie donde estabas. Vos en El Rulero mirás a uno a los ojos, le hacés carita y listo. Nuria… ¿tan pelotudo me creés?

No, bebé. No te creo pelotudo. Pero me estás pareciendo un poco cagón. ¿Qué le ves de raro a esto, a encontrarnos un fin de semana otoñal en Roma, casi la capital del mundo?…  sacando París y… bueno, Nueva York.

No, raro no digo que sea. Es… confuso.

Confuso. Bien. Confuso.

Ambos apoyados en la pared de un negocio ubicado frente a la Fontana, quedaron unos instantes en silencio. Nuria mostraba una mueca de fastidio, mientras Goyo simulaba tranquilidad, pero en realidad seguía buscando el atajo que lo sacara de ahí de la forma más rápida y más segura posible.

Spinetta… ¿venís? Te aseguro que no te vas a arrepentir -Nuria cerró la frase con un beso sobre la mejilla desguarnecida de Goyo, que sintió el fuego del deseo calentando su cuerpo como pocas veces lo había experimentado.

Mirá, Nuria… -al girar la cara para hablarle a los ojos, se encontró con el rostro de la chica en primerísimo primer plano, a escasos centímetros del suyo.

Luego de dos segundos de mirada erótica, Nuria le estampó otro beso, ahora en plena boca de Goyo. Sus labios sabían a fruta fresca, eran un almíbar carnoso que solo podía conducir al éxtasis.

Casa de tía… apenas cinco minutos a pie. Tengo más besos para darte. Y otras cositas más. ¿Vamos, lindo?

Y en el puntual instante donde debió primar la cordura, el raciocinio, la lógica y tantas virtudes más que debe un varón anteponer en pos de su integridad, ya no moral sino física, Goyo cedió.

Dale, vamos… total…

Al interrumpir una frase que continuaría con la justificación de esa abdicación en su plan inicial, Goyo pretendió no quitarle ni una pizca de erotismo a ese encuentro que le proponía Nuria. Es decir, ya que la mafia rusa se iba a cernir definitivamente sobre él, al menos valía la pena probar el néctar de la tentación. “Si Dasa me va a venir a buscar para matarme, que sea con justa causa“, pensó Goyo. E inmediatamente, mientras caminaba de la mano de Nuria por las callejuelas de la ciudad eterna, se le vino a la mente una hipotética recomendación de Daniel Tejera, su entrañable amigo propietario actual de El Maple. En esa circunstancia, supuso que Daniel le diría.

Chanchurria… la suerte está echada. Mejor que sea con polvo incluido, total, en la vida solamente hay dos cosas: el vino y las minas. Dale para adelante, chanchu… entrale y después fijate si podés zafar.

El departamento de la tía de Nuria quedaba en la Vía Vicenza, a escasa diez cuadras de la Términi, centro neurálgico del transporte terrestre y ferroviario romano. Estaba ubicado en uno de esos típicos edificios de planta baja y seis pisos que se van repitiendo uno tras otro, asemejándose más a un complejo de organismos públicos que a viviendas particulares. No había mucha diferencia cromática entre unos y otros, pero el de la tía de Nuria contaba con un aditamento que lo erigía como un poco especial: tenía un techito volado a la entrada, pintado de color rojo.

¿Cuál sería el vínculo con esta tía? -preguntó Goyo con la voz entrecortada por la trepada de pisos y por la adrenalina, mientras subían las escaleras tomados de la mano, y estampándose un beso en la boca a cada tanda de escalones.

¿Te resulta interesante eso? Bueno, te cuento. En realidad no es tía directa, es tía de unos primos míos de Mar del Plata.

O sea que no es tu tía.

No, pero yo le digo así. La empecé a tratar de tía una vez que vine de paseo. Es un personaje la tipa.

¿Vive sola?

¿Vos te querés voltear a mi tía o a mí, Spinetta? Capaz que pensás que te levantás esta vieja, que igual no lo es tanto, tiene 68 años, te amachorrás y te hacés propietario de un departamento en Roma.

No, no forma parte de mis objetivos. Al menos de los inmediatos.

¿Y cuál es tu objetivo más inmediato? -Nuria se paró delante de la puerta del departamento, apoyándose sensualmente sobre ella, mientras traía la cara de Goyo hacia ella apenas con el dedo índice de la mano derecha apoyado debajo de la pera, en una especie de anzuelo irresistible.

Dejarme llevar por vos. Y que sea lo que tenga que ser.

Y lo que tuvo que ser… fue. En un primer acto, Nuria fue la directora de una orquesta con un único solista que obedecía el ritmo marcado por la batuta. El escenario era móvil, pues del inicial living pasaron luego a la mesa del comedor, terminando en un allegro intenso en la cama de dos plazas de la tía, la cual de una prolijidad victoriana terminó convertida en un vórtice de sábanas y almohadas esparcidas por doquier.

No había visto el gato -comentó Goyo en un intervalo, tirado en la cama, totalmente desnudo y desguarnecido.

Es gata -dijo Nuria. ¿A qué no sabés cómo se llama?

¿Tiene nombre de gata… es decir, un nombre remanido?

No. ¿Vos decís Mishi… o Kitty? ¿Algo así? No.

Mmmmm… Vicenza. Digo…

¿Cómo lo sacaste? -se sorprendió Nuria.

Y… no hay que ser Einstein. La calle donde está este edificio es Vía Vicenza. Relacioné eso, nada más.

Bueno, acertaste. Pero no es por la calle. Es porque la madre de mi tía se llamaba Vicenza. Y la gata vino a reemplazarla -explicaba Nuria ante la mirada impertérrita de la felina, blanca inmaculada y de ojos negros vivaces.

¿Y tu tía… cómo se llama?

Isabel.

Uh… como Isabel Sarli. Vení que soy tu Armando Bó.

Allí comenzó el segundo acto amatorio, ahora con Goyo asumiendo el liderazgo de las acciones. Si bien nunca se consideró a sí mismo como un experto en las lides lujuriosas, Goyo, quizá por la adrenalina que le corría en el cuerpo producto de la situación, se comportó casi como un león que sueltan en la arena del cercano Coliseo para deleite de los espectadores. La porteña de Parque Patricios bailó en la cama al ritmo que le marcaba un bonaerense del interior, así como el Huracán de Menotti bailaba a sus rivales allá por 1973, glorioso año para el Barrio de La Quema.

En la cama no sos una canción de Spinetta, vos -reflexionó Nuria, totalmente desnuda, con la pierna derecha sobre la izquierda de Goyo.

¿Y qué canción sería? ¿O de qué banda? -preguntó Goyo, entregado a una calma que bien sabía no podía prolongarse mucho tiempo más.

Mmmm… ¿de Kiss?

Sí, me encanta. Los vi en el Estadio Monumental, en 2009. Impresionante. ¿Y qué canción de Kiss sería?

Fui hecho para amarte.

Qué hija de puta. Me la clavaste al ángulo.

Jajaja… me la dejaste picando en el área, bebé.

Sos muy futbolera vos. Sin dudas, el barrio te tira. Roganti, Chabay, Buglione, Basile y Carrascosa… Brindisi, Russo y Babington… Houseman, Avallay y Larrosa. Eh… ¿qué te parece?

Bien ahí. Pero vos no sos tan viejo… ¿cómo sabés esa formación de memoria? A menos que seas quemero no deberías conocerla.

Soy bostero. Pero me gusta la historia del fútbol.

Las luces de la tarde iban rotando las sombras que se filtraban por las ventanas del departamento. Un par de sahumerios prendidos por Nuria trataban de ganarle al aroma rancio que emanaba de las húmedas paredes. Ahora sentado en el respaldo de la cama, Goyo divisó un portaretratos sobre un mueble tipo cómoda, con una foto de la que supuso sería la dueña de casa.

Buen aspecto la tía, che… Onda… Ornella Mutti, o Claudia Cardinale. ¿Es actriz de cine y no me contaste?

Sí. Es actriz de cine -respondió Nuria, luciendo la remera de Goyo a modo de vestido, mientras ponía una pava a calentar.

Dale, jodeme.

No, no te jodo. Bueno… actriz. Lo que se dice actriz, no. Pero fue extra en varias películas. Era amiga de la secretaria de un cineasta conocido, entonces la llamaban bastante seguido. Tendrías que verla mirando una de las películas donde hizo de extra, señalándose con el dedo en el televisor. No, no, no… es un espectáculo la vieja. Te cagás de la risa como se señala jajaja…

Naaa… qué buena historia. ¿Es cierta? Quiero decir… ¿no hay chances que te haya bolaseado a vos?

No, nene, para nada. Mirá si me va a mentir con eso. Ahora te traigo el álbum de fotos que tiene.

Tía Isabel había actuado como extra siendo muy jovencita en algunas de las películas filmadas por el cineasta italiano Pier Paolo Pasolini, fallecido en noviembre de 1975 en circunstancias nunca del todo esclarecidas. Puntualmente Isabel fue extra en “El Decamerón” (1970), “Los cuentos de Canterbury” (1972), y en “Las mil y una noches” (1974). De esas participaciones daban cuenta varias de las fotos del álbum que Nuria le mostró a Goyo. Un álbum que también contenía miniaturas de los afiches de tales películas de Pasolini.

Mirá… Pasolini -dijo Goyo al ver una de las imágenes.

Sí… ¿lo conocés? -se sorprendió Nuria.

Por supuesto.

Pero vos sos Gilgamesh… ¿cómo podés saber la formación de Huracán en el 73 y conocer a Pasolini siendo tan pibito?

Y bueno, soy curioso. Además, Pasolini fue un grande. Mirá esta otra… uy, esta actriz también era conocida.

Esperá que atrás tiene una nota con todos los nombres. ¿Ves que las fotos están numeradas? Esa actriz es… -Nuria buscaba en una nota pegada en el retiro de contratapa del álbum-… Ángela Luce. ¿También la conocés?

No, a esa no la conozco. La debo confundir con otra más conocida. Pero mirá en esta foto quién está. Tremendo.

¿Quién es?

¿Cómo quién es? Vos no junás nada de cine, me parece. Es Chaplin.

¿En serio? A ver… -Nuria volvió a la nota del final. Sí, es Chaplin. No me di cuenta porque no está con el bigotito y el sombrero.

¿Y vos pretendés que vaya vestido de su personaje a todos lados?

No, boludo, pero… ¿Chaplin actuó en una película de Pasolini?

No, eso seguro que no. Pero es posible que su hija Josephine haya actuado con Pasolini, y Chaplin haya estado en alguna locación del rodaje. De visita, nada más. Se me ocurre que debe ser por eso.

Además de lindo e inteligente, tenés un poder de deducción que me encanta. Sabelo, Goyo Gandulla.

Mientras seguía mirando las fotos que poblaban el vetusto álbum de tía Isabel, Goyo cayó en la cuenta de lo último que le había dicho Nuria. Y sintió una mezcla de extrañeza y preocupación.

¿Cómo sabés mi apellido? Nunca te lo dije.

Sí me lo dijiste.

No, no te lo dije. ¿Me miraste la documentación o alguien me hizo inteligencia? En serio te lo pregunto.

Ay, nene, no te pongas paranoico. De alguna manera lo sé, o me lo dijiste vos o surgió el día que te conocí en el bar.

No. No surgió de esas maneras ni de ninguna otra. Y para serte honesto, no me gusta nada que sepas mi apellido. Mejor dicho, no me gusta nada que lo sepas sin que yo te lo haya dicho.

Bueno, está bien. Recién acomodé tu pantalón en una silla y justo vi el pasaporte… o el documento, no me acuerdo.

¿Ah sí? Lo memorizaste rápido.

Sí. Tengo memoria eidética.

Mirá vos. Memoria eidética. No reconociste en una foto al tipo más famoso del cine mundial de todos los tiempos, y te acordás de mi apellido viéndolo en un documento que supuestamente se cayó de mi pantalón.

¿Es una escena? -reprochó Nuria con gesto de desagrado.

No. Mejor dicho… sí. Es una escena de mi vida, que consiste en que una mujer que conocí apenas en un bar lleno de gente, me encontró de “casualidad” en Roma unos días más tarde, y ahora estamos los dos en bolas en la cama de un departamento de una señora que era extra en películas italianas y tiene una foto con Chaplin. Y resulta que esa mujer conoce mi apellido sin que yo se lo haya dicho.

Ya te dije… lo vi en tu documento, Goyo. No es para tanto, creo.

A mí me parece que sí. No porque tengas conocimiento de mi identidad, que tampoco soy alguien tan importante o perseguido por Interpol.

Goyo se había parado y proseguía su speech con un tono más severo que al principio. Se puso el slip y el pantalón, y mientras Nuria guardaba el álbum de fotos de tía Isabel, el romeño daba curso a la continuidad de su enojo.

Mirá… Nuria. Yo no conozco tu apellido, y la verdad…

González.

No me importa, así sea González, Rodríguez, Martínez, Fernández o Houseman. Porque a lo mejor además de una tía que trabajó con Pasolini sos la sobrina del Loco Houseman, siendo de Parque Patricios como sos hay grandes chances -el tono irónico de Goyo se hacía más que notorio. Una tía en Roma, es actriz de Pasolini. Vos sos de Patricios, sobrina de Houseman… digo, siguiendo esa línea de razonamiento es posible incluso que ahora me digas que sos la novia de un mafioso europeo. ¿O no?

Volviste a la teoría del Suru. Mirá, pibe…

Goyo, decime… o Gandulla, ya que sabés mi apellido. Pibe las pelotas.

Está bien. Gandulla… lo que yo quería con vos era echarme un polvo. Y ya me eché varios. Lindos polvos, eh… -Nuria aplaudió en forma irónica. La verdad, muy bien lo tuyo. Tampoco es para que te creas un supermacho, pero bien… muy bien, te diría. Ahora si querés, podés vestirte y enfilar para el Foro Romano, el Coliseo o donde te plazca. Mi vida sigue igualita que antes si te vas. ¿Qué viaje te comiste?

¿Qué viaje me comí? De Valencia hasta acá. Y da la casualidad que en las dos puntas estabas vos.

Bueno, nene, pirá de acá y dejá de hacerte el pesado que no sabés con quién te estás metiendo.

Ahhhh… ahora sí. Eso quería escuchar. No sé con quién me estoy metiendo. ¿Me lo podés contar vos? -Goyo se cruzó de brazos parado delante de Nuria, que se había sentado en un sillón de cuerina azul que gobernaba el living.

Nadie en especial, Goyo. En serio. Perdoná si te sonó feo, pero me hiciste enojar. Te estás haciendo una película de suspenso en la cabeza y me dio bronca el tonito con el que me estás hablando, nada más. En serio. Disculpame. Y ahora… ¿te podés ir? Fijate que no te lo ordeno, te lo pregunto.

Sí, claro que me voy a ir. Y espero no verte nunca más.

Al bajar las escaleras de aquel edificio, impregnado de los olores a comida que salían de los demás departamentos, Goyo sentía una mezcla de fastidio e incredulidad. No podía creer lo que le estaba pasando en tan pocas horas. Su viaje tan ansiado, tan meticulosamente programado, había tomado un giro inimaginable. Le restaban apenas unos pocos escalones del último tramo de escalera para llegar a la puerta de ingreso, cuando le sonó el celular que llevaba en el bolsillo derecho de su pantalón. Su mente rumbeó en primera instancia para Estación Roma, pensando en un principio que podía ser una llamada de su madre o de su padre. Pero en décimas de segundos imaginó otra cosa, mucho más preocupante: supuso que Nuria también conocía su número de celular, y se apuraba para volver a amedrentarlo, aun sin dejarlo salir a la Vía Vicenza.

Peta… qué susto -exclamó Goyo con alivio al atender el llamado.

¿Qué alivio? ¿Por qué, pibe? No entiendo. ¿Es un alivio que te llame yo? ¿O me demoré mucho en llamarte? Pasa que con el quilombo de la Traffic, viste… se me pasó de llamarte para ver si habías llegado bien a Roma, pedirte la dirección donde estabas alojado y mandarte el resto de las cosas que tuviste que dejar acá por el apuro. Perdón, Goyito… ¿estás bien?

Sí, Peta… no, dije alivio porque pensé que era otra persona. Pero no hay drama, amigo… gracias por llamarme.

Me suena rara tu voz. ¿Qué estás… en la calle?

Sí, es largo el cuento. O mejor dicho, no es tan largo. Bah, qué sé yo. No quiero joderte con más quilombos. Ahora éste ya es un tema mío.

¿Qué pasó, boludo? Contame.

No, Peta. Nada importante.

Pajero… contame o me meto por el teléfono y te cago a trompadas. ¿No me digás que es Nuria otra vez?

Eeeh… sí, Peta. Nuria. Pero me parece que ahora sí la cagué -comentó Goyo mientras caminaba aceleradamente por la Vía Vicenza, mirando hacia atrás para comprobar que no lo estuviera siguiendo nadie.

¿No me digás que te la cogiste? -imaginó, con certeza, Petaca.

Sí, Peta. Sí. No lo pude evitar.

La puta madre. Es una asesina serial esa mina. Donde pone el ojo pone la bala, la puta que la parió. ¿Pero dónde te la encontraste?

Y… acá, boludo. En Roma.

Ya sé, boludo, pero en qué lugar, en qué circunstancia.

Cerca de la Fontana di Trevi.

¿Y qué explicación te dio… por qué estaba ahí?

Paseando, eso me dijo. Que era pura coincidencia que me encontrara, pero trató de minimizarlo diciendo que era un fin de semana, y que Roma es una de las ciudades más visitadas en el mundo.

Hija de puta…

Y eso no es nada. Sabía mi apellido. Se le escapó cuando charlábamos después de garchar. Me quiso hacer el cuento que me había visto el documento sin querer, que se había caído del pantalón.

Unos instantes de silencio por parte de Peta llevaron a Goyo a inducir que se había cortado la comunicación. Ya cerca de la Términi pensó en meterse en la estación y tomarse el primer tren que llegara, cualquiera fuera su destino.

La Termini, estación central de la capital de Italia.

Peta… ¿me escuchás o se cortó?

Te escucho, Goyo… te escucho… estaba pensando.

¿Qué pensabas?

Que estás más en peligro que antes, Goyo. Y yo soy bastante culpable, por no decir totalmente culpable. Y ahora no sé cómo ayudarte. Pero te voy a ayudar, dejame pensar cómo, dejame pensar… ¿Ahora qué vas a hacer? ¿Estás en un hotel… en un hostal… dónde te alojaste?

No, todavía ni me hospedé.

¿Esa turra te encontró apenas llegaste a Roma?

Y… prácticamente.

Hacé una cosa. ¿Estás cerca de la Términi?

Sí, estoy parado en la entrada.

Me imaginé por el quilombo que se escucha de fondo. Hacé lo siguiente: tomate el primer tren que tengas para el lado del sur. Cualquiera, eh. A Nápoles, a Potenza, a Bari, para el lado de Sicilia, cualquiera que vaya para el sur.

Está bien. ¿Y si el primero que encuentro va para el norte? -preguntó intrigado Goyo, que ya estaba contracturado de tanto cargar su pequeño bolso y la mochila, es decir, la totalidad de su equipaje al salir de Valencia.

No. Para el norte no. Andate al sur. Después te explico, pero agarrá un tren o lo que sea para el sur. Si te hace falta guita te transfiero.

No, por eso no hay drama. Todavía me defiendo. De lo que empiezo a defenderme poco es del frío. La campera que traje no abriga una mierda.

La noche se acercaba y la temperatura romana iniciaba un marcado descenso. Los romanos iban y venían por las inmediaciones de la Términi. Algunos entraban a la estación con caras de desear un rápido regreso a casa, mientras otros, más enjutos, a juzgar por sus gestos, salían en busca de cumplir con trabajos nocturnos que detestaban. Peta, desde Benetúser, craneaba -mientras hablaba- la forma de sacar a Goyo de ese atolladero. Se declaraba responsable por haberlo llevado aquella noche a “El Rulero”, aunque argumentaba que jamás hubiera pensado en que su recién llegado amigo romeño iba a caer en las garras de Nuria, y su perverso juego amoroso con Dasa.

Dale, Goyo. Metete rápido en un tren para el lado del sur. Y aguantame que en un rato te vuelvo a llamar.

Bueno, Peta. No sé cómo agradecerte todo lo que hacés por mí.

Boludo… ¿qué mierda me tenés que agradecer? Al contrario… en buena parte yo te metí en ésta.

No, no es tan así. Pasó de casualidad, Peta. Y bueno, le tengo que buscar la vuelta. Y te digo, la verdad… yo pensaba que no era para tanto, pero ahora les tengo que dar la razón a ustedes. Cuando me la encontré caí en la cuenta que el tema es como ustedes decían. No lo puedo creer pero reconozco que esta piba está chiflada. O el morbo que tienen con el tal Dasa les está comiendo el cerebro.

Lo vamos a solucionar, Goyo. Dame un rato que toco un par de contactos y te vuelvo a llamar. A propósito… ¿cómo andás de carga en el celu?

Lo cargué en el departamento de la vieja donde estuve recién.

¿Qué departamento… qué vieja?

Una tía de Nuria.

¿Una tía? Deben ser bolazos. Bueno, ahora es lo de menos. Rajá de ahí, Goyito. Andá para el sur. Te llamo en un rato.

Gracias, Peta. Estamos en contacto.

Goyo se apresuraba a abordar el primer tren con destino al sur de Italia, con su escueto equipaje en mano, su corazón latiendo con fuerza mientras se internaba en la estación de Roma. Terminaba de aceptar el consejo de Peta, buscando alejarse de la ciudad y de Nuria, la mujer que había trastornado su mundo en cuestión de días. Apenas un rato antes, ambos se envolvieron en un frenesí de adrenalina, transformando el departamento de la ahora supuesta tía -todo empezaba a ser dudoso en boca de Nuria- en un mar de besos, caricias y susurros eróticos.

¿Cuál es el primer tren que sale hacia el sur? -preguntó a un boletero de la primera ventanilla disponible que encontró, tratando de hacerse entender por el solo acto de modular bien la voz.

Cosa dice -respondió el empleado.

Hacia el sure -intentó ahora Goyo, mezclando idiomas.

Non ti capisco -el boletero no se esforzaba en lo más mínimo por entender el pedido de un usuario.

Tren… chucu chucu… para el sur -Goyo hacía la imitación de un tren como si le hablara a un niño.

¿Treno in direzione sud?

Eso.

Tra dieci minuti, treno per Napoli, binario sedici.

¿Nápoli? -reaccionó Goyo pronunciando como pregunta lo que en realidad era la única palabra que había entendido.

Esattamente -cerró el poco amable boletero, para luego retirarse hacia el interior de su oficina.

A fuerza de preguntar a quien se le cruzara, Goyo fue descifrando el mensaje de aquel empleado de la Términi. De la plataforma 16 saldría el tren que lo llevaría a Nápoles. Una ciudad que lo remontaba de inmediato a uno de sus ídolos. Cual creyente, se aferró a eso.

Nápoli… salvame, Diego.

FIN DEL CAPÍTULO Nº8

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