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El Viaje de Goyo Gandulla – Capítulo 15: VICENZO

(Tiempo aproximado de lectura: 21 minutos).

Non so come ringraziarti per tutto quello che hai fatto per me, Laura.

Goyo estaba desnudo, sentado en la cama que compartía con Laura desde finales de agosto. Luego de su nuevo escape, esta vez a bordo del camión de Florin, había contactado a la sobrina de don Luiggi y vivía con ella en su departamento de la via Savona, en el barrio Giambellino – Lorenteggio de Milán.

Sono così felice che tu sia qui con me… più felice di quanto ricordassi di essere mai stato -contestó Laura emocionada.

Se acercaban las Fiestas de fin de año. Milán, a mediados de diciembre, se presenta como una metrópoli vibrante y contrastante, donde el frío del invierno se mezcla con la calidez de su rica cultura y tradiciones. La ciudad, conocida por ser un eje del diseño y la moda, se transforma en un escenario mágico durante el final del año. Laura aprovechó su expertiz en el tema, y le compró a buen precio distintas prendas que tanta falta le hacían a Goyo. El aroma del vin brulé y los dulces típicos de la temporada inundaban el aire, mientras los mercados navideños, como el famoso de Piazza Duomo, ofrecían productos artesanales y delicias locales. En el corazón de Milán, el barrio Giambellino-Lorenteggio destaca por su autenticidad y diversidad. A diferencia de las zonas más turísticas, allí se respira un ambiente local, donde los residentes se entrelazan en una comunidad intensa. Las calles están llenas de pequeños comercios familiares que ofrecen desde pan fresco hasta especialidades regionales. Durante diciembre, el barrio cobra vida con decoraciones sencillas pero significativas que reflejan la cultura milanesa. Las edificaciones en Giambellino-Lorenteggio son una mezcla de viviendas tradicionales y edificios más modernos, creando un paisaje urbano diverso. En este contexto, los parques locales se convierten en refugios para los habitantes, quienes disfrutan de paseos invernales entre árboles huérfanos de hojas y bancos cubiertos de escarcha. La vida cotidiana tiene, en ese contexto, un ritmo pausado pero dinámico. Los cafés se llenan de gente que busca refugio del frío, mientras que las charlas animadas resuenan entre amigos y vecinos.

El barrio también es un crisol de culturas, pues inmigrantes de diversas partes del mundo han encontrado en Giambellino-Lorenteggio un hogar. Esta diversidad se refleja en la oferta gastronómica, que va desde trattorias italianas hasta restaurantes que sirven platos típicos de África y Asia. En diciembre, las celebraciones navideñas incluyen tradiciones de diferentes culturas, enriqueciendo aún más el espíritu comunitario. En resumen, Milán a mediados de diciembre es una ciudad que combina su legado histórico con la modernidad vibrante. Giambellino-Lorenteggio, en particular, ofrece una mirada íntima a la vida milanesa, donde cada esquina cuenta una historia y cada rostro refleja la diversidad que caracteriza a esta fascinante metrópoli. Aunque toda esa variedad cultural le estaba ajena a Goyo, que no había asomado la nariz desde su llegada.

Desde aquel fatídico fin de agosto, Goyo Gandulla había pasado meses muy tristes. Al nefasto balance que arrojaba su “soñado” viaje a Europa en su casi primer año de recorrido, se la había sumado el trágico fin de agosto. Su héroe inesperado, aquel personaje que surgiera en su desconcertante estadía en Nápoles para erigirse nada menos que en su salvador, había caído a manos del “hombre de la remera bordó”. Un poco de culpa también lo carcomía por eso. Laura oficiaba de voluntaria psicóloga, tratando de escucharlo primero, y ayudarlo a exorcizar su remordimiento. Ella ya estaba al tanto de toda la historia de Goyo, de la traición de Petaca y la Oveja, de Nuria, de Benálteguy y de cómo el falso Paco le había tendido una mano para aquella huida conjunta.

Se fossi rimasto in quell’angolo oggi non saresti qui -insistía Laura, instando a Goyo a entender que si se hubiera quedado en esa esquina de Castelnuovo, nada hubiera podido hacer más que morir igual que su compañero. Sólo le quedaba como consuelo el amor de Laura. Un amor que no le nacía corresponder, pero que le hacía bien. Le daba sosiego en medio de su angustia, le proporcionaba calidez en mitad de su naufragio emocional. Le daba lujuria también, y a esa vorágine Goyo se dejaba llevar, huyendo así por un instante de su sensación culposa. 

Me tenés preocupado, Goyito. No veo la hora de verte por acá. ¿Cuándo pegás la vuelta, amigo? -preguntó Daniel Peralta, con quien Goyo se comunicaba una o dos veces por semana desde un nuevo celular, uno más, que le consiguió Laura.

No sé todavía, Dani. Estoy esperando que se despeje un poco más el panorama. Lo que pasó fue heavy, te lo aseguro. No quiero contarte nada todavía, pero por favor te pido: conteneme a la vieja, que me mata a preguntas.

Sí, a mí también. Me tiene loco, todos los días me llama para ver si sé algo. Yo le digo lo que me dijiste, que estás en Milán laburando en un restaurante. Pero me pide fotos, y no sé qué decirle.

Sí, ya sé. Pero bueno, espero que pronto pueda pegar la vuelta. Decí vos que esta piba Laura es de primera, sino… la verdad no sé dónde estaría -la voz de Goyo sonaba melancólica, como gastada por la angustia.

El que también me pregunta a veces es el Maple -contó Daniel.

Uy, ¿en serio?

Sí… pero al Maple le di una versión que no está lejos de la verdad.

¿Qué le dijiste?

Le dije que habías enganchado una mina y estabas enconchado en el departamento de ella, así que mucho no le mentí, jajaa

Jajajaa… estuviste bien ahí -festejó Goyo.

Pero le dije… “no le vayas a contar a Rosita ni a Coco, que no saben nada”

¿Y el Dani qué te dijo?

Me dice… “eh boludo, tengo códigos”.

Jajajaaa, qué genio ese Maple -festejó Goyo. 

La estrategia de Goyo Gandulla era esperar hasta la última semana del año. Suponía que en esos días que van desde la Navidad hasta el 31 de diciembre, la posible persecución de algún “contratista” suelto debería, por lógica, relajarse. La combinación del ánimo celebratorio de la gente con el frío reinante en el norte italiano, tendría que generar el ambiente propicio para que un “prófugo” se moviera de su escondite con cierta seguridad. Aunque ahora se había vuelto más precavido que el mismísimo falso Paco, a quien siempre cuestionaba su “exceso de celo” en esa materia. “¿No estarás exagerando un poco?“, solía decirle Goyo. El tiempo y los hechos le habían dado lamentablemente la razón al muchacho del interior bonaerense, del que ya nunca conocería su historia anterior a Nápoles. ¿De qué pueblo o ciudad habría sido? ¿Su familia estaría al tanto de su muerte? ¿Habría generado algún interés periodístico el suceso ocurrido en el Véneto, o el miedo a la Camorra sería tan grande que la sangre del falso Paco habría sido lavada de inmediato con las aguas del olvido? Por intermedio de Laura, Goyo sabía que don Luiggi y Stefanía estaban aun aterrados después del suceso de aquella mañana, y que le habían recomendado no contactar al “sobreviviente”, ni mucho menos darle refugio.

Non andare ad aiutare quell’altro argentino che è in libertà. Se la Camorra li cercava era per qualcosa -le recomendó Stefanía telefónicamente, dando por seguro que tanto Goyo, como su asesinado amigo, en algo turbio andarían para ser perseguidos por el clan Secondili.

El 31 de diciembre Laura se esmeró por ofrecerle a Goyo un fin de año lo más amable posible. Si bien la situación del muchacho argentino no daba como para celebración alguna, igualmente la joven trató de generarle un clima al menos distendido. Había preparado un vitel toné, comprado un panettone y un set de bebidas que incluían vino tinto, cerveza y espumante. Tambien dispuso una módica ornamentación navideña en oportunidad de la fecha, que decidió dejar para ayudar a mantener el espíritu festivo. Ese esmero, ese cuidado y esa atención de Laura enternecían a Goyo, que empero trataba de no alentar en ella falsas esperanzas. Pero Laura estaba enamorada de él, y si bien era consciente de la situación, no cesaba en su esfuerzo de agasajarlo.

Quanto sei buono con me, non mi stanco mai di dirtelo -dijo Goyo a Laura, que preparaba la mesa para la cena.

E io sono sorpreso da quanto bene parli italiano -respondió ella.

Ho un ottimo insegnante: tu -elogió Goyo las condiciones docentes de Laura, que trataba de corregirlo diariamente, tanto en cuanto a significados de frases y palabras como también en la pronunciación.

Eran las 19.30 en punto. Goyo Gandulla lo recordaría siempre porque justo había mirado un reloj de pared con el escudo del Internazionale que colgaba en una de las paredes del departamento. Por la ventana entraba la nocturna luz de la calle, y algunas chispas de nieve comenzaban a intensificarse, hasta transformarse poco a poco en pequeñas bolillas. Sonó el celular de Laura.

Come va, madrina -saludó Laura a su tía Stefanía, luego de ver su nombre en la pantalla del móvil.

El saludo fue la primera de las dos únicas frases que pronunció Laura en toda la comunicación con su tía. Su rostro se fue transformando paulatinamente, se fue desfigurando. Fue mutando de la inicial mueca de sosiego y serenidad con que preparaba la cena, a una palidez más que preocupante, premonitoria. Goyo la observaba, sentado en el sofá. Su mente rastreaba en las distintas posibilidades que podrían justificar la tensión que esa llamada estaba generando en Laura. ¿Le habrá pasado algo a Luiggi? ¿Se habrá descompuesto justo en la previa del fin de año? ¿Lo habrán ejecutado por darnos refugio? Esta última posibilidad preocupó a Goyo en demasía. Una preocupación que alcanzó el pico máximo cuando Laura, blanca como un papel, y que hasta ahí había perdido su vista en la nada, sin detenerla en punto fijo alguno, la posó en el muchacho argentino que la observaba. Ése fue el indicio determinante: sin lugar a dudas, la llamada tenía que ver con Goyo.

Dos hombres del clan Secondili se habían apersonado en la finca “Pesca Sanguinante” en la tarde de ese 31 de diciembre de 2019 -se ve que la Camorra no repara en fechas ni celebraciones tradicionales. Habían sido amables con Luiggi pero le habían dicho que si no encontraban al prófugo restante, tomarían represalias con él y, si hacía falta, con los integrantes de su familia. Así que lo conminaron a que si tenía alguna información la suministrara, de lo contrario empezarían a visitar a los integrantes de la familia. Y que en ese sentido, estaban al tanto de la amistad de Goyo con la sobrina que vive en Milán. En definitiva, Stefanía, sin saber que Goyo estaba con ella, le advertía sobre la posible visita del clan Secondili. Ya en el final de la llamada, Laura recuperó algo de aliento al solo efecto de disimular.

Non ho notizie di Goyo, madrina, ma grazie per avermelo informato.

Antes que 2019 llegara a su fin, Goyo debía abandonar el departamento de Laura. Aunque la joven misma le pidió que se quedara al menos una noche, él decidió que no podía ponerla en peligro ni un minuto más.

Non verranno proprio stasera. Aspetta fino a domani, Goyo -rogó Laura casi al borde de las lágrimas.

No, Laura. Non mi perdonerei un’altra morte, e ancor meno la tua. Me ne vado proprio adesso. Da questa casa, da questa città e da questo paese.

Goyo estaba decidido a irse directamente al aeropuerto. Ya no soportaba la situación. Se enfrentaría a lo que fuera. Basta de recaudos. Al fin y al cabo la Camorra le pisaba los talones. Sentía que su ánimo desbordaba de tensión, y ese desborde era tal, que ya no le importaba nada. Saldría hacia el aeropuerto, compraría un pasaje a Buenos Aires y se marcharía de Milán, de Italia, de Europa, de su pesadilla.

Permettimi di fare un’ultima chiamata. Per favore, Goyo… penso di meritarmelo -Laura pidió al muchacho que la dejara hacer un último intento para salir del repentino apuro que nuevamente obstaculizaba los planes de Goyo.

Ese último intento de Laura se llamaba Vicenzo. Era su padre, aquel cuñado metalúrgico de don Luiggi con el que había discutido de política en una lejana oportunidad, y desde entonces no se habían visto nunca más.

Vicenzo Donadoni era un obrero industrial de 59 años, muy respetado por sus pares. Tenía inquietudes sindicales desde que era casi un adolescente, cuando ingresó como operario a la planta principal de Alfa Romeo. Con el paso de los años fue moldeando un perfil de líder entre sus compañeros, y a la vez, era odiado y temido por los directivos de la empresa. Su militancia sindical era complementada con su filiación al Partido Comunista, del que era un ferviente adepto. Dos meses y medio pasaría Goyo Gandulla oculto en la “clandestinidad” que le facilitaría Vicenzo Donadoni. Aunque fueron suficientes apenas un par de días para entender las diferencias que pudieron surgir entre él y su cuñado de Castelnuovo del Garda. Eran el agua y el aceite. Luiggi, típico páter famili conservador y poco afín a una distribución más justa de la riqueza, con el falso Paco y Goyo se había portado bien, sin dudas, pero habría que ver cómo hubiera sido el recibimiento si de entrada hubiera tenido conocimiento del estatus de “fugados” que ostentaban sendos argentinos. En cambio su cuñado era la antítesis política. Alto, de buena contextura física, brazos moldeados por sus labores industriales, con el pelo entrecano y un generoso bigote al mejor estilo de Giancarlo Giannini o Franco Nero.

Se il cavernicolo di mio cognato avesse saputo che sei scappato in Camorra ti avrebbe denunciato alla polizia -sintetizó Vicenzo.

Don Luigi è stato molto generoso con noi, signor Vicenzo. Non posso fare a meno di essere grato -se sinceró Goyo.

Signore ha detto? Má que signore. Vicenzo, senza titolo nobiliare.

Bene.

Vicenzo era viudo -nunca más había vuelto a formalizar, a pesar de sus múltiples y superpuestos romances con distintas damas- y vivía en un modesto departamento de dos ambientes en la vía Gluck, centro de Milán. El barrio donde se encuentra la vía Gluck es conocido como Maggiolina, una zona que combina una rica historia arquitectónica con un ambiente contemporáneo. En sus calles se pueden encontrar edificios de diversos estilos, desde el Art Nouveau hasta el racionalismo, lo que proporciona un atractivo visual único. La zona está caracterizada por una mezcla de palacetes históricos y nuevas construcciones, muchas de las cuales han sido renovadas en las primeras décadas del tercer milenio. Por otra parte, la vía Gluck se hizo mundialmente conocida a partir de una canción del cantautor y actor Adriano Celentano -protagonista de innumerables comedias cinematográficas-, que nació precisamente en esa calle, y le dedicó el famoso tema musical “Il ragazzo della via Gluck”.

La idea del nuevo protector de Goyo era esperar algunas semanas para dejar enfriar la cuestión, y aprovechar ese lapso de tiempo para conseguirle documentación falsa a los efectos de abandonar el país. Tenía pleno conocimiento de los contactos de la Camorra napolitana en todas las esferas gubernamentales, y sabía que cualquier intento de comprar un pasaje aéreo a nombre de Gregorio Gandulla activaría la alarma que a su vez avisaría al clan Secondili. Por su parte Goyo estaba preocupado porque razonaba que si los esbirros del clan tenían prevista una visita a Laura, con el mismo criterio podrían ampliar la requisa a su padre, Vicenzo.

E se il clan dei Secondili venisse a cercarmi qui? -consultó Goyo.

In quel caso attiveremo i protocolli di evasione -informó Vicenzo, mientras preparaba espaguetis al vino tinto.

Non vorrei rischiare anche te, Vicenzo -confesó Goyo su temor de seguir arriesgando personas solidarias con él.

Il rischio è sempre presente nella vita, in un modo o nell’altro. Non devi evitarlo, devi affrontarlo. E non dimenticare che stai parlando con un militante comunista, cioè abituato a rischiare -opinó Vicenzo, recordándole a su protegido su condición persistente de militante revolucionario, y del riesgo al que por ende supo exponerse.

Grazie, Vincenzo. Tu e Laura siete venuti dal cielo.

Dal cielo? Che dici, argentino? Io sono comunista, sono ateo, jajaa… -la carcajada de Vicenzo resonó en la cocina, y despertó una de las primeras sonrisas de Goyo en toda su estadía en Milán.

Aeropuerto de Malpensa, Milán.

Luego de contactarse con amigos y conocidos especialistas en el tema, Vicenzo le consiguió a Goyo un nuevo pasaporte. Para ello, primero le sacó un par de fotos con el celular, en una sesión que le recordó al día en que conoció al falso Paco en el departamento napolitano de Benálteguy. Mientras Vicenzo le sacaba las fotos, Goyo sintió una tristeza nuevamente culposa. ¿No sería Vicenzo también un protector primero y una víctima después? El 11 de febrero, día del cumpleaños de Goyo -el segundo que pasaba en medio de un contexto más propio de un combatiente revolucionario que de un joven argentino cumpliendo sus sueños viajeros por Europa- Vicenzo trajo un amigo peluquero al departamento. Le hizo cortar el pelo bien corto a Goyo, para luego darle una leve y despareja coloración castaño clara -consideró que muy clara pasaría a ser sospechoso-, afeitarse la barba, y dejar un mínimo y fino bigote. Una vez terminado el trabajo de documentación, la nueva identidad de Goyo pasó a ser “Iker Ramos Zamora, ciudadano español nacido en San Sebastián”.

El miércoles 26 de febrero de 2020 fue el día prefijado. Vicenzo había dispuesto que Fulvio, un amigo suyo, compañero de militancia sindical y política, llevara a Goyo hasta el Aeropuerto Internacional Malpensa. Allí tomaría el vuelo 2611 de Alitalia, con destino a Buenos Aires, que saldría a las 05.45 de la mañana. El dispositivo de traslado incluía la presencia de otros tres compañeros apostados en la vía Gluck, constatando que no hubiera movimientos sospechosos en el lugar. Como contrapartida, otro compañero, al que se uniría Vicenzo que iría por una vía más rápida hasta Malpensa, cubriría cualquier eventualidad en el preembarque.

Sul serio, Vincenzo. Ti ringrazierò per tutta la vita per quello che stai facendo per me. Non mi conosci nemmeno e mi stai salvando la vita -Goyo se deshacía en agradecimientos a cada instante.

Finiscilo argentino… oggi per te domani per me. Rivediamo meglio le istruzioni -pidió Vicenzo repasar el procedimiento a seguir.

Goyo debía actuar con extrema naturalidad. No tenía que mostrar el mínimo atisbo de duda o de incertidumbre. Mucho menos demostrar, a partir de su lenguaje corporal, miedo o temor debido a la inminencia de peligro alguno. Debía bajarse en el aeropuerto, saludar al “amigo” que lo había llevado -Fulvio-, dirigirse a la ventanilla de Alitalia con decisión y jamás contemplar a su alrededor. Para eso estarían Vicenzo y el restante compañero, en este caso de nombre Giuseppe.

E devo ringraziare anche i vostri compagni militanti che, conoscendomi ancor meno di voi, sono stati così gentili da aiutarmi.

Va fan culo, argentino. Ero stufo dei tuoi ringraziamenti -estalló Vicenzo, pasando a explicarle a Goyo algunas cuestiones históricas que también incidían en esa ayuda que él tanto se esmeraba en agradecer.

La relación entre el Partido Comunista Italiano y la mafia ha sido históricamente antagonista, con atentados en el camino, inclusive. Mientras que el PCI ha luchado por desmantelar el poder mafioso y proteger los derechos de los trabajadores, la mafia ha respondido con violencia y terror para preservar su control, fundamentalmente sobre Sicilia pero también en otras regiones. Esta dinámica ha marcado profundamente la historia política italiana del siglo XX y continúa influyendo en las luchas contemporáneas contra el crimen organizado. O sea que había otras razones -además de la originaria solidaridad reclamada por Laura a su padre- que influían en Vicenzo y sus amigos para ayudar a ese muchacho argentino.

Vai argentino. Il tuo paese ti aspetta. E non provare ad accogliermi all’aeroporto. Nemmeno con la mano alzata -lo despidió Vicenzo en el hall de ingreso al edificio de la vía Gluck.

So già che i miei ringraziamenti lo hanno stancato. Ma spero che un giorno potrò restituire una piccola parte del vostro aiuto -agradeció Goyo y le dio un medido abrazo a Vicenzo, que por primera vez mostró signos, aunque leves, de sincera emoción.

El operativo comenzó a las 2.30 del 26 de febrero de 2020. Todo salió como estaba previsto. Vicenzo sabía que a esa hora de la madrugada era muy difícil que hubiera secuaces de la Camorra deambulando en busca de un “prófugo”. Esa posibilidad hubiera implicado haber tomado nota de movimientos sospechosos en los días anteriores, o directamente haber sido “visitado” como lo habían sido su hermana Stefanía y Luiggi en la finca de Castelnuovo del Garda. Tampoco Laura había recibido visita alguna, pese a las amenazas. Es decir que Vicenzo calculaba que las semanas de espera posteriores al 31 de diciembre habían rendido sus frutos, y aquella visita a “Pesca Sanguinante” solo representó una advertencia a toda la familia.

El Fiat Uno modelo 2011 color blanco conducido por Fulvio llegó al estacionamiento de Malpensa a las 2.51. Allí bajó el conductor primero, hizo un disimulado recorrido con la vista por los alrededores y al no observar nada sospechoso indicó con un gesto leve a Goyo que podía descender. El argentino portaba una valija pequeña que tenía más de fundamento que de ropa: llevaba unos libros que le regaló Vicenzo, quien creyó, con buen criterio que “non c’è viaggiatore senza bagaglio“. Goyo le dio la mano a Fulvio, tratando de no ser efusivo, y luego enfiló para el interior del aeropuerto.

Se sintió raro al caminar arrastrando una maleta de viaje prestada por un obrero militante del Partido Comunista al que semanas atrás desconocía. Pensó en el itinerario que comenzara en enero del año anterior, y cómo en el camino había ido perdiendo cosas. Ropa, ilusiones, su libretita bordó con frases, el toallón de Maradona, y hasta un amigo inesperado. Aunque más raro se sintió al empezar a recorrer el pabellón central de Malpensa. Rápidamente percibió que el ánimo de la gente era algo tenso. Las personas corrían arrastrando sus equipajes de un lado para el otro, mostrando en sus rostros una extraña mezcla de estupor, angustia y apuro. En un sector apartado, dos agentes de alguna fuerza de seguridad que Goyo no identificaba claramente, lucían barbijos cubriendo sus rostros y tenían algo así como demorados a dos ciudadanos de origen asiático, tal vez chinos -tampoco pudo identificarlos certeramente. El ambiente era casi distópico, como para agregarle algo más de extrañeza a un viaje que no había resultado ni una pizca de lo que soñó durante tantos años, en su ahora añorado pueblo de Estación Roma. Goyo buscó con la vista el mostrador de Alitalia, y al encontrarlo, observó que la fila si bien no era muy larga, estaba conformada por personas que hablaban unas a otras con ademanes ampulosos y tensos, reflejando una ansiedad algo desmedida. Si bien un aeropuerto es habitualmente un lugar donde las personas suelen mostrarse ansiosas, este tipo de ansiedad le resultaba verdaderamente muy extraña.

Non voltarti, argentino. Sembra che ci sia qualche problema di salute imprevisto, ma il tuo volo partirà senza problemi. Buona fortuna, amico -la voz de Vicenzo surgió detrás suyo, y le trajo un repentino soplo de tranquilidad.

Goyo hizo lo que le indicó Vicenzo, a quien recién después de algunos minutos identificó a más de diez metros de distancia de la fila en el mostrador de Alitalia, rodeado de Fulvio y dos personas más. Goyo intentó una mueca lejana de agradecimiento, ensayando una lánguida sonrisa. Vicenzo también sonrió y le hizo una austera pero significativa venia con la mano derecha en su sien. Detrás de él, Goyo vio cómo dos enfermeros le tomaban la temperatura a los asiáticos retenidos. Se sintió como en un sueño, sin dudas una pesadilla. E imaginó que esa pesadilla estaba a punto de llegar a su fin.

Parece que hay unos chinos que tienen la peste nueva, esa que viene de allá -escuchó Goyo que un argentino le comentaba a otro en la fila.

Disculpe -intercedió Goyo-, ¿de qué peste habla?

¿No te enteraste? -le respondió su casual interlocutor, mientras avanzaban para despachar el equipaje.

En los últimos meses de Goyo, por no decir el último año, su vida había estado sumergida en una realidad casi paralela. Si bien verídica, parecía más una broma pesada que la vida misma. No estaba enterado de cuestiones políticas, ni económicas, apenas si sabía que Boca Juniors había despedido a su entrenador, Gustavo Alfaro, porque se lo comentó Daniel Peralta en una de sus charlas. Y mucho menos se había enterado que en la ciudad china de Wuhan, el mismo 31 de diciembre de aquella llamada telefónica de Stefanía a Laura, las autoridades sanitarias chinas habían declarado un brote de neumonía ocasionado por un nuevo virus respiratorio: el SARS-CoV-2. El origen de la denominada pandemia del coronavirus estaba en marcha.

Callate que yo estuve sentado cerca de ellos como dos horas, mientras esperaba que habilitaran el check in -comentó otro de los argentinos que hacían fila y participaba de la conversación, un hombre de unos 70 años.

Uh, pero no creo que sepas chino. Digo, como para haber estado conversando con ellos -intercedió otro, un hombre joven con indumentaria deportiva.

Sabían inglés. Me comentaron que estuvieron en una feria de la moda que se hizo acá, en Milán. Y ahora se volvían a Beijing -respondió el septuagenario, que no mostraba signos de mucha preocupación. No hay que hacer un drama de una gripe común. Pasa que los chinos quieren dominar el mundo y ya no saben cómo hacer. Armas nucleares no tienen, deben querer probar con esta psicosis.

Y sí, los chinos son capaces de eso y mucho más -completó el supuesto deportista. Igual yo por las dudas me siento lejos tuyo, jajaa… -risa que fue compartida por todos los que analizaban el caso, menos Goyo, que ya no sabía cómo reaccionar a nada de lo que sucedía a su alrededor.

El avión de Alitalia en el que viajaba Goyo, salió de Malpensa con un retraso de una hora y media, ya que todos los pasajeros fueron revisados por personal médico que les tomó la temperatura y constató la posible presencia de síntomas respiratorios. A las 7.15 de aquel 26 de febrero, Goyo Gandulla -o Iker Ramos Zamora- miraba desde el aire la silueta de Milán, y en cierta medida se relajaba. Triste, pero se sentía ahora sí mucho más tranquilo. Cuando empezó a esbozar en su mente un rápido resumen de su increíble periplo europeo, se quedó profundamente dormido. Se despertó en Buenos Aires después de dormir de un tirón casi todo el viaje, en un sueño solo interrumpido por una azafata que le dejó una vianda que ni siquiera abrió. Apenas si probó un sorbo de gaseosa, se dio vuelta y siguió durmiendo como sino lo hubiera hecho en años.

Al arribar al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, Goyo Gandulla imaginaba que su sensación sería similar al despertar en su pueblo luego de un mal sueño, cuando la dulce voz de su madre Rosita lo invitaba a saborear el desayuno. Aunque la realidad le volvió a asestar otra golpe de sorpresa. Los empleados de Migraciones lucían todos unos barbijos blancos similares a los que había visto siendo usados por algunos empleados de Malpensa. Él imaginaba que aquello de la “peste china” era una cuestión que involucraba sólo a continentes lejanos, pero al llegar a su patria se encontró con que la cosa era más seria y más ecuménica de lo que pensaba.

Por acá, señores. Pónganse el barbijo que les estamos suministrando. Deben firmar una declaración jurada manifestando la ausencia de síntomas respiratorios y si los tienen, deben acercarse a aquel box de la izquierda. Es por prevención, muchas gracias -indicó un empleado de Migraciones.

El sol del atardecer porteño se filtraba por los amplios ventanales que sostienen el inmenso techo de las terminales del aeropuerto. El ambiente social en el hall de Ezeiza le pareció a Goyo un tanto más relajado que en Malpensa, aunque igualmente llamativo. Las personas iban y venían con un nerviosismo impropio, algunos portando barbijos sanitarios y otros con tapabocas de elaboración notoriamente casera, con telas que combinaban distintos diseños.

Había decidido no avisar a ninguna persona de su entorno acerca de su arribo. Ni a sus padres ni a Daniel Peralta, ni a nadie. Lo había determinado así por una simple razón: no fuera cosa que el clan Secondili tuviera contactos y esbirros hasta en la Argentina, y al llegar continuara poniendo en peligro a personas cercanas, ahora nada menos que familiares y amigos. Llegaría a Ezeiza, tomaría un taxi hasta Retiro, de allí un micro a La Prosaica, y luego se subiría -como tantas veces en su adolescencia- al “celestito” de Alves Hermanos que primero saliera para Estación Roma. Y caería por sorpresa en su pequeño pueblo, ese del que había partido el 25 de enero de 2019 -apenas un año, un mes y un día antes- con toda su ilusión a cuestas.

¿Venís de afuera, pibe? -le preguntó el taxista, saliendo por la Autopista Ricchieri.

Sí, de Italia -respondió Goyo.

Uh… sería peor de China pero igual… en Italia se está complicando la cosa. Dicen que en Lombardía se están empezando a saturar los hospitales. ¿Vos de qué región venís?

Del sur. Nápoles -mintió Goyo.

Cuando el micro de larga distancia empezó a desandar el trazado urbano de La Prosaica, Goyo Gandulla se despertó. Miró por la ventanilla y al observar la geografía urbana iluminada por la luz del amanecer, creyó que estaba en Capitán Sarmiento, Arrecifes o tal vez Pergamino. Recién cuando vio el edificio de la Municipalidad se dio cuenta que estaba en la mismísima ciudad cabecera del Partido de Coronel Domínguez. Había pasado apenas un año de su viaje a Europa, y este regreso antes de lo previsto generaba una especie de resaca emocional que lo estaba desubicando incluso espacialmente.

Una vez en la terminal de ómnibus, vio desde la ventanilla del micro a Jesús Paredes, un ex compañero del secundario, que manejaba un taxi. Esperó que se bajaran los demás pasajeros -los que seguramente irían al destino final de la unidad, Rosario-, y trató de evitar a Paredes. No tenía ganas de cruzarse con nadie conocido. El próximo “celestito” a Estación Roma salía 45 minutos después, así que optó por sentarse en uno de los compartimentos del baño. Su pelo corto y enrubiecido lo ayudaba a no ser reconocido por las pocas personas que a esa hora deambulaban por la Terminal. Sentado en el retrete, miraba insistentemente el reloj, y sentía que cada minuto de los 45 de espera que tenía eran dobles. Y mientras empujaba el minutero con la vista, hizo un breve repaso de la situación percatándose que un dato de la realidad le jugaba a favor. A la hora de las explicaciones, su regreso era fácilmente fundamentable: el virus respitario que amenazaba el planeta.

Cuando habían pasado 44 de los 45 minutos, salió del baño y enfiló con decisión hasta el andén de Alves Hermanos. Pocas personas -unas cuatro o cinco- tomarían la misma unidad que Goyo. Por suerte era gente de La Prosaica que viajaba a trabajar a Estación Roma, a los que conocía de vista pero con los que pocas veces había entablado conversación alguna. Aunque claro, a quien si conocía -y mucho- era al chofer. El Rulo Traverso lo vio subir y al instante lo identificó.

Goyito… ¿qué te hiciste en el lope? ¿No estabas en Europa vos?

Qué hacés, Rulo. Sí, vos lo dijiste, estaba. Pero pegué la vuelta.

¿Qué pasó? ¿Extrañabas los ravioles de la Rosita? -dijo el Rulo, sonriente.

No, jajaa. Con este tema del virus chino, me vine unos meses acá hasta que se acomode todo. No quería que mis viejos se preocupen demasiado.

Se sentó en la última fila, como hacía cuando volvía de alguna salida nocturna. Por su mente pasaron, como en un carrousel vertiginoso, Petaca, la Oveja, Nuria, Benálteguy, el falso Paco, don Luiggi, Stefanía, Laura y Vicenzo. Mucha historia, muchos nombres, muchos sentimientos juntos y revueltos para procesar en los 36 kilómetros que le restaban hasta el punto de inicio.

FIN DEL CAPÍTULO Nº15

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