San Nicolas News

El Viaje de Goyo Gandulla – Capítulo 11: EL TERCER CELULAR

(Tiempo aproximado de lectura: 19 minutos).

El mediodía napolitano se adivina en los olores a comida. Se perciben salsas que acompañarán spaghettis o quizá alguna pasta indeterminada. Goyo está sentado en el sofá del departamento de Benálteguy, mirando el nuevo dispositivo telefónico, que dejó casi ritualmente apoyado en su muslo izquierdo. Hace apenas unas horas debutó como “empleado” de la Camorra. Después de aquel encuentro sorpresivo tras una roca en el descampado de Scampia, había vuelto al complejo de edificios y al abordaje de un nuevo vehículo -en este caso un Jeep Renegade color gris metalizado-, regresó a la Agencia Dustricchi. De allí, sin muchas más indicaciones que un grito despectivo de la mujer que atendía el local, se volvió caminando hasta la vía Éttore Bellini 11, donde aguardaba el prometido llamado del fotógrafo que él creyó identificar -vaya a saber porqué mecanismo mental- como Paco Rivas, aquel joven músico desaparecido luego de un romance con Nuria, la mujer que en apenas un par de encuentros terminó con su plan de viaje y también con la tranquilidad de su vida.

¿Qué pasa que no llamás, falso Paco? -pensó Goyo en voz alta, mientras comía un pedazo de ciambellone comprado en el camino de regreso.

Por su cabeza iban pasando decenas de teorías respecto a ese joven, a su aparición en Scampia, a la entrega de un nuevo celular y a la promesa de un inminente llamado. ¿A quién respondía en realidad ese hombre?, ¿cuáles eran sus intenciones?, ¿el llamado tendría que ver con una nueva misión camorrista? En principio Goyo suponía que no, ya que en ese caso no habría sido advertido de guardar el nuevo celular en su ropa interior. Tenía la esperanza que aquel joven buscara ayudarlo. Si bien no daba defnitivamente por cierta esa íntima sospecha, la necesitaba. Necesitaba creer en la llegada de algo positivo, o al menos amable. Aunque los escollos fueran muchos y complicados, Goyo soñaba con una llamada a partir de la cual encender esa ansiada esperanza.

El celular casi ni alcanzó a sonar. Antes de emitir sonido alguno, Goyo leyó una llamada entrante de número desconocido y atendió con ansiedad.

Hola… -la voz de Goyo sonó angustiosa.

Hola Gandulla. Tranquilo. Relajate. Esta es una llamada segura. Tanto el tuyo como el mío son aparatos encriptados, imposibles de ser interferidos. Me costó bastante tiempo conseguirlos, pero estaban exclsuivamente reservados para una situación como ésta -aseguró la voz que rápidamente Goyo identificó como la misma que lo abordó tras la roca de Scampia.

Ésta situación… ¿y cuál sería esta situación? Perdón… ¿cómo debo llamarte?

Eso no importa. Podés decirme Paco, si querés.

Pero entonces… ¿sos Paco Rivas?

No, pero que vos me hayás identificado con ese nombre el otro día cuando pasé a tomarte las fotografías, me llevó a pensar que eras la persona indicada para poner en marcha mi plan.

¿Plan? Bueno, todavía no me explicaste a qué situación te referías. Explicame la situación y después pasemos al plan.

Me gusta que seas ordenando. Buena señal. Mirá, Gandulla… vamos rápidamente al meollo porque mucho tiempo no tenemos. Si bien Benálteguy va a demorar varias horas en aparecer por allí, el que no tiene mucho margen de tiempo soy yo.

¿Dónde estás ahora? -preguntó Goyo.

Eso no importa. Lo que importa ahora es que te enterés cómo es que llegaste aquí, y no me refiero al medio de transporte que te ha traído, sino a la suma de hechos que se han encadenado para que termines en Nápoles, en medio de una situación extremadamente peligrosa. Lo primero que tenés que saber es que has sido víctima de una traición. Y que quienes te han traicionado dicen ser amigos tuyos.

Entonces, tenía razón Daniel Peralta -razonó Goyo, desorientando completamente a su interlocutor.

¿Daniel Peralta? ¿Y quién carajo es Daniel Peralta?

No importa, es un amigo de Argentina. Días pasados me advirtió, o al menos intentó hacerlo, sobre alguna cuestión rara relacionada con

Sebastián Navarro y Pedro Bertolotti -completó la frase el falso Paco.

Bien… ¿o sea que son ellos quienes me traicionaron?

No tenés ni que dudarlo, Gandulla. Yo sé que te va a costar un poco, quizá mucho, convencerte de que amigos tuyos te hayan hecho semejante cosa. Pero tenés que creerlo. Sino lo hacés vas a seguir inmerso en una situación mucho más peligrosa de lo que podés imaginarte.

¿Y por qué lo hicieron? Digo… para empezar a convencerme.

Mirá… yo no sé el grado de amistad que vos tenés con ellos, pero la situación es la siguiente: Navarro y Bertolotti dicen ser vendedores de baratijas, pero eso no es más que una burda pantalla. La realidad es que son traficantes. De poca monta, es cierto, pero quien entra a ese negocio establece vínculos con gente que juega en otras ligas. Y entre esa gente ellos han trabado relación, y de la peor manera posible, con el jefe de uno de los clanes más siniestros de la Camorra napolitana.

Perdón… Paco, o como te llames

Ponele que me llamo Francisco, así que el Paco no está mal. Nunca me han dicho así pero te lo permito.

Cuando decís “de la peor manera”… ¿a qué te referís?

Que la han cagado, Gandulla. Así de simple. Han llevado mercadería de Nápoles, y no sólo que no han cumplido una vez, sino varias. Y eso acá, al capo del clan Secondili, Rigoberto Bigole, alias Perto, no le ha gustado mucho. Y tan poco le ha gustado que les ha mandado un lindo escarmiento.

Entiendo. ¿Y en qué consistió el escarmiento?

Muy simple. Les ha mandado a dos personas nada más, con eso fue suficiente. Los han secuestrado en la vía pública, sin ningún pudor, los han metido en una especie de Traffic, y los han intimado “gentilmente” al pago. Según he podido escuchar, porque aquí los comentarios se filtran con facilidad, se han meado encima del susto.

¿Y pagaron? -preguntó Goyo, creyendo por anticipado que él mismo podría formar parte también de esa retribución.

Obvio. Pagaron al contado y con intereses. Y en esos intereses estamos los dos. Vos… y yo también.

Ajá. Empiezo a entender. ¿Y Nuria? ¿Qué papel juega en todo esto? Perdón, ¿estás al tanto de quién es Nuria?

Por supuesto. Nuria es parte de la estructura. Nuria y el compatriota ese que regentea El Rulero.

El Suru -aportó Goyo.

Ese mismo. La cuestión es que tus amiguitos, después del reverendo cagazo que se pegaron, han sabido aprovechar la oportunidad. Y ahora no sólo siguen vendiendo la mierda que les manda el Perto, sino que además estos dos turros le mandan mulas al clan Secondili.

Perdón… ¿dijiste mulas?

Eso es lo que yo he venido siendo todo este tiempo, hasta hace relativamente poco, y lo que vos empezaste a ser hoy.

Perdoname, Paco. ¿Vos sos argentino? Es decir, vos sos argentino. ¿De dónde, y cómo mierda viniste a parar acá?

Soy del interior de la provincia de Buenos Aires. Cuanto menos sepamos el uno del otro, mejor. Haceme caso. Y vine a parar acá de la misma manera que vos. Me levantó Nuria, y tanto Navarro como Bertolotti me hicieron la cabeza con el asunto de un mafioso ruso, que se llama o le dicen “Dasa”, y que tienen el morbo ese de perseguirse con celos, y que como corrés peligro, te ponen bajo la protección de una mafia tan o más pesada que la rusa. ¿O no fue eso lo que te dijeron a vos?

Ni más ni menos. Pero a mí me conocían de mi pueblo, un pueblito de mierda en el interior de la provincia, donde somos tres gatos locos y todos nos conocemos con todos. ¿A vos de dónde te conocían?

Yo estaba en Valencia ganándome unos pesos para seguir recorriendo España, y me embocaron con la Nuria ésta en El Rulero. Me dio bola, me la cogí, y después vino todo el trabajo psicológico. Todo un lavado de cerebro donde, por supuesto, entró la historia de Paco Rivas, que es un bolazo de acá a la China. No existe ningún Paco Rivas. El que sí existe es “Dasa”, pero no creo que haya estado alguna vez en España. Lo usan a “Dasa” como podrían usar a Al Capone.

No lo puedo creer de Petaca y la Oveja. Quiero decir, de Navarro y Bertolotti. Años programando mi viaje, tantas veces que hablamos por teléfono coordinando todo, ¿y me van a esperar para hacerme algo así? No lo puedo entender. No pueden ser tan hijos de puta, tan sinvergüenzas.

Sabés lo que pasa, Gandulla… cuando estos tipos entran a un negocio tan sucio, que genera tanta guita, donde están a la vuelta de la esquina las mexicaneadas, las avivadas, el peligro de los traslados de merca… se van a la banquina y pierden todos los códigos. Ellos están en el baile, y si vos pasás cerca de ellos, te van a querer meter al baile así seas un familiar. ¿Vos tenés idea el valor que tiene el trabajo de una mula? ¿Tenés idea lo que implica en cuanto a riesgo?

Algo me puedo imaginar, pero seguro que no estoy ni cerca de lo que vos no sólo debés imaginar, sino que debés saber – reconoció Goyo.

Una mula es un blanco móvil. Para la cana, para una mexicaneada, de la cual podés ser víctima y a la vez sospechoso, me entendés… y en todas, pero en todas, la mula es candidato para un cuetazo liso y llano. Y si bien mucha gente cobra para hacer de mula, no siempre se consiguen. Por eso los tienen que reclutar. No cualquier miliciano de la Camorra se arriesga tanto, mejor dicho, los mismos capos no los arriesgan. Por lo general tienen lazos de sangre o amistad con ellos, además los usan para otro tipo de laburos… qué sé yo… apretadas, secuestros extorsivos, enfrentamientos con otros clanes… pero mula, no quiere ser nadie. Por eso “tercerizan”, digamos, la contratación. Y con el yeite que inventaron tus amiguitos, les está yendo bárbaro. Porque eso hay que reconocérselo, el truco lo inventaron ellos. Estaban tan cagados con la apretada que les metieron, que se les agudizó el ingenio. Aunque me parece que el autor intelectual de la maniobra es el Suru ese… un sujeto despreciable. Pero bueno… este tipo de mulas les salen gratis, y no les queda remordimiento si los agarran, o los matan.

¿Y si alguna mula se quiebra cuando lo agarran… y bate todo a la cana?

Ha pasado. Pero después a esos tipos, por más protección que la Policía les ponga, le llegan a la familia. Y ahí sí no querés saber lo que le pasa a esa gente.

Me imagino, pero ahora que decís familia. Una pregunta boluda… bah, a lo mejor no tan boluda… ¿Yo puedo usar este celular para hablar con mi vieja? Hace semanas que no la llamo y me debe estar mensajeando al otro celular sin recibir respuesta. Tengo miedo que llame hasta la Embajada.

Sí, llamala y decile que perdiste el otro o que te lo afanaron. No se te ocurra contarle la verdad, dejala tranquila porque si se mete tu familia la pudren. Eso sí, no le mandes mensajes de WhatsApp, de hecho habrás visto que ese celular que te di no tiene la aplicación descargada, pero bueno, no la descargues tampoco. A tu vieja llamala a la línea. Si bien estos son aparatos encriptados, el clan tiene buenos hackers que andan siempre a la pesca de todo.

Ok. ¿Y el plan del que me hablaste? -preguntó Goyo, ansioso.

Bueno, eso te lo voy a ir desarrollando más despacio, en llamadas posteriores. Ahora tenés que procesar esto que te dije, aceptarlo, creerme… porque sino me creés, decímelo de una y cortamos todo contacto… pero si me creés, como te recomiendo que hagas, andá haciéndote a la idea que de situaciones altamente riesgosas no se sale caminando y silbando bajito. No. Hay que tener mucho pero mucho huevo. Y desde ya te digo que el porcentaje de éxito es del cincuenta por ciento. Te suena a poco, seguramente. Pero creéme que en el otro cincuenta no tenemos futuro.

¿Cómo hiciste para pasar de mula a fotógrafo? -Goyo rebobinó la secuencia con el falso Paco y le intrigó ese cambio, al parecer positivo en la situación de este argentino que venía a cumplir su esperanza de algo bueno entre tanta mala fortuna.

¿Y quién te dijo que dejé de ser mula? Me mandan mucho menos que antes, pero a veces se necesita una y ahí va este cuerpito manejando. Después… el porqué fui ocupándome de otras cosas, eso es un poco largo de explicar. Porque no fue de un día para el otro. Para que te des una idea, yo hace un año y medio que estoy acá. Entonces de a poco, trabajando con paciencia y aguzando el ingenio, fui ganándome la confianza de un par de pesados que están muy cerca del Perto éste. Además no hay que ser Einstein para ser más vivos que la mayoría de estos gringos, que no sirven ni para espiar.

¿Y antes de caer en las redes de Nuria, qué hacías?

Gandulla… ya te dije: cuánto menos sepamos uno del otro, mejor para los dos. Haceme caso. Si salimos vivos de ésta, te cuento todo. Pero ahora, tenemos que abocarnos al plan. Mañana a la mañana te vuelvo a llamar. Y acordate de tranquilizar a tu familia. Eso sí, no andés llamando a todo el mundo. Eso es peligroso. ¿Me dijiste que un amigo tuyo algo te comentó?

Sí, me mandó un mensaje como a la una de la madrugada, y cuando le quise contestar, lo perdí como contacto.

Ojalá no le cuente a tu familia. Por las dudas no lo llames, porque si te desapareció como contacto, te tenían pinchado el teléfono, y ahora se lo deben haber pinchado a él. Bah, a lo mejor ni les interesa, pero por las dudas… no lo llames.

Otra cosa

Te tengo que cortar, Gandulla… ¿es algo muy importante?

No, el tipo éste… Benálteguy… ¿está en la misma situación que nosotros? Quiero decir… ¿es un supuesto protegido que usan de mula?

No, para nada. El mismo cuento que te deben haber hecho a vos, es el que me hicieron a mí. El modus operandi es el mismo, calcado, Gandulla. El Mono éste labura para ellos, era seguridad en El Rulero, creo, por lo que pude averiguar. Y como necesitaban un “conserje” de los supuestamente protegidos, lo mandaron para acá. De entrada la va de recio para que vos no desconfíes. Y después sigue siendo igual o peor de sorete, que en realidad no lo tiene que impostar. “Es” un sorete. Cuando se va del departamento se va a ver un “filo” que tiene en Soccavo, un barrio de acá, de Nápoles. Y le ayuda en un barsucho de mierda que tiene la mina.

Ah mirá vos el muy turro

Bueno, Gandulla. Tranquilo. No creo que te den otro viaje por los próximos tres o cuatro días. Así que tenemos que aprovechar el tiempo al máximo. Mañana a la mañana te llamo y te empiezo a explicar el plan. Quedate adentro, guardado, no levantés sospecha, que estos camorristas putos tienen ojos en todos los barrios, y a las mulas las cuidan porque son indispensables. Mirá televisión, leé, hacete la del mono… qué sé yo. Pero cuanto más desapercibido pasés, mejor.

Dale… che… gracias, loco. No sé cómo agradecerte. La verdad, nunca me hubiera imaginado esto cuando viniste a sacarme las fotos.

No me tenés que agradecer, Gandulla. Me tenés que ayudar. “Nos” tenemos que ayudar. De ésta salimos juntos o no salimos nunca. Yo también tengo que agradecer que apareciste, y te vuelvo a repetir, sino me hablabas de Paco Rivas… no te elegía.

Bueno… está bien… Paco. Mejor dicho, falso Paco -bromeó Goyo.

Falso Paco, jaja… me gusta ese alias.

Un carrousel de sensaciones abordaron a Goyo luego de aquel diálogo esclarecedor con el falso Paco. Por un lado sentía cierto alivio, ya que al menos había un habitante del Planeta Tierra que se consustanciaba con él, y prometía ayudarlo. Pero por otro lado pugnaban por ganar su ánimo sensaciones de estupor y enojo, entremezcladas. ¿Cómo podían haberle hecho semejante cosa Petaca y la Oveja? Primero, cómo podían haberse convertido en dos traficantes, pero luego, cómo eligieron usarlo a él, un amigo del pueblo, un ex compañero de colegio, como mercancía de pago. Profundizando en sus reflexiones, Goyo imaginaba tenerlos enfrente para decirles: “Que vendan merca se los podía perdonar, pero que me caguen a mí… eso jamás se los voy a perdonar, hijos de puta“.

En medio de tanta indignación, y a la vez de incipiente esperanza, Goyo decidió llamar a su madre. Ensayó para eso el tono de voz adecuado destinado a no alarmar a Rosita, aunque sabía que su madre ejercía una sensibilidad de precisión para captar mensajes ocultos en sus palabras y en sus vibraciones vocales para pronunciarlas. Sintió ternura al discar el teléfono fijo de su casa en Estación Roma, pero sabía que no le podía dejar el número servido a su madre para que en algún momento le devolviera el llamado.

Hola má, cómo va todo. Disculpá que hace algunos días que no me comunico con vos pero me afanaron el celular. Te estoy llamando desde una cabina telefónica -mintió Goyo de entrada.

Ay hijo, por favor… estaba desesperada. Con tu padre casi llamamos a la policía, de la desesperación.

¿A la policía? Pero mami… qué iba a hacer la policía para buscarme en Italia, jajaja… me hacés reír.

Y bueno, nene… ¿qué querés que hiciéramos… que llamáramos al presidente de Italia? Uno recurre a lo que tiene a mano. Pero decime, che… ¿estás bien? ¿Dónde estás? ¿Estás en Italia todavía?

Sigo en Nápoles, má. Estoy en un hostal, medio viejo pero limpio. ¿Ustedes cómo andan? ¿Los abuelos?

Via Ettore Bellini, Nápoles.

Luego de la charla con su madre, y siguiendo el consejo del falso Paco, Goyo continuó con su encierro durante toda la jornada, hasta que regresó Benálteguy. Rutina gimnástica, algo de comida -unos fideos desabridos que sobraron de la noche anterior- y la RAI, firme en el televisor. Cuando llegó, el Mono parecía ese día más enojado con la vida que de costumbre. Su semblante era aun más agrio que días anteriores. Goyo lo asoció en primera instancia a algún vaivén amoroso, aunque a partir de algunas preguntas que le formuló no demoró mucho en ponerse un poco paranoico.

Pibe… ¿no te habrás mandado alguna otra cagada, no? -preguntó mientras se sacaba el sobretodo y los guantes de lana.

No, Benálteguy. ¿Por?

No sé… pregunto. A veces uno tiene presentimientos.

No. Estuve todo el día adentro -contestó Goyo, mientras fingía mirar el noticiero de la RAI, al cual no le prestaba la más mínima atención.

¿Cómo todo el día adentro? -ahora el tono del Mono era decididamente imperativo, mirándolo fijamente incluso.

Sí… ¿y adónde voy a ir?

¿No hiciste el viaje?

Sí, Benálteguy. Por supuesto que sí. Pensé que nos entendíamos, que ambos nos referíamos al resto del día, o sea a la continuidad después de hacer el viaje. A propósito… le doy detalles: conocí el pintoresco barrio de Scampia.

Bué… está bien. Porque si hay algo que no quiero son sorpresas. ¿Está claro? -la insistencia y el tono para ejercerla que mostraba el Mono estaban empezando a incomodar a Goyo, quien igualmente trataba de mostrarse seguro.

No las va a tener, Benálteguy. Quédese tranquilo.

Mirá, pendejo. El que decide cuándo, en qué medida y de qué manera se queda tranquilo… soy yo… ¿entendido?

Sí, Benálteguy. Está bien. Fue una forma de decir, nada más. Disculpe. ¿Tiene algún problema, Benálteguy? Porque me parece que está reaccionando de forma desmedida a mis respuestas.

¿Y si tengo algún problema, a vos qué carajo te importa, pibe? -subió la apuesta el Mono, separando oralmente en sílabas el fragmento “a vos qué carajo”.

La breve y tensa charla terminó con el Mono entrando a su habitación, portazo mediante. El envión de la puerta multiplicó la intensidad y la llegada del horrible vaho que salía del cuarto de Benálteguy, como si un dragón echara su bocanada de fuego ante la cercanía de una hembra en celo.

En la mañana siguiente, un imprevisto intranquilizó por demás a Goyo, que estaba despierto desde muy temprano. Benálteguy, contrariamente a lo que hacía todos los días, no madrugó. Su despertador no sonó, él no se levantó, salvo para ir al baño y meterse de nuevo en el hedor insoportable de su cuarto, en pijamas y con cara de malo. De malo con sueño, además.

La concha del Mono. Por qué no se va este tipo todavía -balbuceaba Goyo mirando de reojo el nuevo celular, al cual le había bajado el volumen pero miraba de manera permanente, esperando la entrada de la llamada que el falso Paco había prometido el día anterior.

Afuera Nápoles ofrecía una mañana que además de fría, se presentaba lluviosa. Por un momento Goyo pensó en subirle el volumen a la RAI, para poder enmascarar el ruido de su conversación con el falso Paco. Pero después, analizándolo mejor, pensó que quizá el Mono se levantaría para reprocharle ese incremento de volumen. A pesar de llevar varias semanas de convivencia con él, Goyo a veces no sabía cómo podía reaccionar aquella especie de carvernícola que era su anfitrión.

¿Qué hago si me llama el falso Paco? – Goyo le hablaba al Maradona del toallón, ese toallón que para él cumplía la función de “manto sagrado” por las noches, y al cual le hablaba durante el día, transformándolo en una especie de “Wilson”, aquella pelota de vóley que acompañaba en su angustiante soledad al personaje interpretado por Tom Hanks en “Náufrago”.

La pantalla de la RAI -ahora emitiendo un documental sobre la situación en la Franja de Gaza- marcaba las 9.30 horas. La llamada del falso Paco demoraba en entrar, lo que por un lado tranquilizaba a Goyo, ya que el Mono seguía sin salir de su hedionda cueva. Esa tensa espera era matizada por las cavilaciones mentales de Goyo, que como si fuera un dubitativo ajedrecista, por momentos decidía un movimiento para convencerse en minutos de uno totalmente opuesto. Su psiquis era un carrousel, o mejor dicho -si es por equipararlo a juegos de parque de diversiones-, una montaña rusa.

De pronto sonó un portero eléctrico. Goyo se sorprendió al escucharlo, sin poder descifrar si era el correspondiente a ese departamento o a alguno de al lado, porque en las semanas que llevaba allí nunca había escuchado sonar el portero eléctrico. Recordó entonces que el día que llegó a Nápoles el Mono Benálteguy lo estaba esperando abajo, por lo que no alcanzó a apretar botón alguno en el indescifrable tablero del ingreso. Indeciso, no sabía tampoco qué actitud tomar.

¿Atiendo o no atiendo? -murmuró mientras miraba el receptor color cremita, inundado en un degradé oscuro dibujado por la mugre.

Yo atiendo -se escuchó el grito de Benálteguy que salía de su habitación, cosa que Goyo olfateó antes de visualizar, consecuencia de una nueva emanación que produjo la apertura de la puerta.

Luego de algunos segundos, Benálteguy salió de su habitación con el pelo revuelto, enfundado en un equipo jogging color turquesa, y zapatillas blancas con los cordones desatados. Contrariamente a lo que Goyo pensó, Benálteguy no atendió el portero, sino que salió del departamento y bajó directamente por las escaleras, dejando la puerta abierta. Goyo aprovechó para arrimarse al pasillo y tratar de escuchar, en aras de discernir quién era el visitante. De los restantes departamentos salía -cuándo no- un intenso olor a comida. En este caso algo fritado, ya que además del olor se escuchaba ese clásico sonido del aceite quemándose en alguna sartén.

Desde abajo llegó el ruido inconfundible de la puerta de ingreso al edificio, seguido de pasos que subían la escalera. Eran pasos que se multiplicaban, y eran tantos que no podían ser de una sola persona. Esos pasos mezclaban el ruido de las zapatillas de Benálteguy con un taconeo más contundente, como si fueran botas. Indudablemente alguien estaba subiendo con el Mono. Y como esos pasos se aproximaban cada vez con más fuerza y volumen, Goyo se metió de nuevo en el departamento. Se sentó en el sofá y esperó, con ansiedad, para ver con quién subía Benálteguy. ¿Sería quizá un camorrista de mayor rango, tal vez aquel corpulento hombre que lo arrastró desde el teléfono público hasta el departamento, cuando intentó llamar a Daniel Peralta? O porqué no el falso Paco, protagonista de una infame puesta a prueba de la nueva “mula” proveniente de Estación Roma, pero no la capital italiana, sino un pequeño e insignificante pueblito argentino al que Goyo Gandulla, sin pensarlo siquiera al partir hacia Europa lleno de ilusiones, estaba empezando a extrañar cada día con más intensidad.

Non sei altro che un argentino degenerato -entró acusando una dama a Benálteguy, que la seguía de atrás en una postura de clara sumisión, aunque rebatiendo los efusivos argumentos de la iracunda dama, que lucía un abrigo de color bordó, botas de caña alta color negro, y cabellera blonda medianamente enrulada.

Sei una napoletana esagerata.

Non puoi negare che stavi cercando di sedurre quella ragazza.

La dama y Benálteguy discutían y ambos aun parecían no percatarse de la presencia de Goyo, sentado en el sofá. El Mono lo ignoraba a sabiendas, pero la mujer no reparó en él en ningún momento.

Che volevo sedurre quella ragazza? Al contrario, voleva sedurmi. Ma… vai nella mia stanza -indicó Benálteguy, tomando del brazo izquierdo a la mujer, y metiéndola a la tortura de su dormitorio.

Tutti nella mia famiglia hanno capito le tue intenzioni con quella ragazza, smettila di negarlo, Nicasio… smettila di negarlo.

A la estampida de la puerta del dormitorio le siguieron una cadena de embravecidos reproches que iban in crescendo entre Benálteguy y la que parecía ser su novia, amante o lo que fuere. Era tal el fragor de aquella trifulca que habían olvidado cerrar la puerta de entrada al departamento. Goyo se levantó para cerrarla y al volver al sofá vio que entraba al celular la llamada prometida del falso Paco.

Hola -atendió Goyo con voz baja.

Hola, Gandulla. ¿Qué pasa que hablás así? -contestó el falso Paco.

Nada… bah… no sabés lo que pasó. Justo hoy este tipo no salió del departamento, se quedó durmiendo hasta tarde. Pensé que no iba a poder atenderte.

¿Benálteguy no salió a la calle? Seguro pasó algo con la mina. Si ese boludo no tiene otra cosa en su vida.

¿Cómo sabés? Bueno… sí, es por un tema con la mina. Que recién cayó al departamento, por eso pude atenderte. Y ahora hablo así para no levantar la perdiz. Están discutiendo a los gritos en la pieza del Mono.

Uh… mirá vos qué justo. Menos mal que no te llamé antes. Porque sino me atendías me iba a preocupar. Entonces mejor te llamo más tarde… o sino hacé una cosa… -sugirió el falso Paco haciendo un breve impasse de silencio.

Sí, te escucho

Cuando se vaya la mina esa, mandame un mensaje de texto avisándome si se fue él también o no. Sino me mandás ningún mensaje, es porque el tipo no se fue. En ese caso te llamo mañana.

¿Y si este viejo dominado mañana tampoco sale? -preguntó Goyo.

No, es difícil que no termine arreglándose con la mina. Para mí… hoy salen juntos de ahí. Si en determinado momento se acallan los gritos -que continuaban en un tono fervoroso dentro de la habitación- es porque están cogiendo. Después se van juntos. Estos tipos son así, se hacen los duros pero tienen un enconchamiento

El vaticinio o pronóstico del falso Paco se cumplió. A los pocos minutos de cortar la llamada, Goyo comprobó que ya los gritos habían dado paso a reproches en un tono más monocorde y suave. Como si al vendaval de reclamos inicial le hubiera seguido un interregno de intercambios menos intensos, para terminar en una garúa de reproches que no eran otra cosa que el factible prolegómeno de la lujuria.

Sí, Nicasio… fai l’amore con me, per favore -se escuchó con nitidez en determinado instante.

Seeee -fue la respuesta del Mono, exhalando esa sílaba como si fuera una fiera embravecida que se aprestaba a saciar su sed más primitiva.

Sí, Nicasio… dammi quel cazzo nel profondo di me -pedía la dama, intercalando sus palabras con gemidos de placer.

Toda… te la voy a dar toda… gringa putona -respondía Benálteguy en perfecto y procaz lenguaje castellano, con una acentuación más porteña que un tango de Piazzolla o que una esquina de la calle Corrientes.

Oh maledetto argentino, sei testardo ma come mi scoppi bene -devolvía la mujer, subiendo cada vez más la fogosa apuesta.

Sentado en el sofá, Goyo se sentía espectador en primera fila de una película italiana protagonizada por Lando Buzzanca y alguna de aquellas actrices setentistas de curvas sugerentes. Hacía más de dos meses que su organismo no experimentaba la excitación sexual, y aunque no fuera el contexto adecuado para volver a sentirla, notó que su entrepierna tomaba volumen para salir del letargo.

Lo único que falta es que me caliente con este hijo de puta cogiéndose a la gringa ésta -se dijo a sí mismo Goyo, sintiendo que su cuerpo era súbitamente habitado por una sensación morbosa de placer, inoportuna quizás, pero incontenible.

Ay, Principessa… no podría vivir sin este par de gomas que tenés -gritó el Mono, que llamaba a la mujer de la misma manera que Roberto Benigni al personaje de Nicoletta Braschi en “La vida es bella”.

Guarda questi seni? Sono enormi e dolci puoi mangiarli poco a poco -retrucaba la dama, llevando el encuentro a la cúspide del éxtasis.

Abordado entonces de una inesperada erección, Goyo comenzaba a barajar la idea de un procedimiento autosatisfactorio. “Hacete la del mono…“, le había recomendado de manera enumerativa el falso Paco. Aquel consejo dado de manera retórica estaba cerca de volverse una realidad insoslayable. Pero casi al mismo tiempo de decidirlo, pensó en el olor insoportable de aquella habitación. Una estancia a la que nunca había entrado pero que el solo vaivén de su puerta dejaba en evidencia como un lugar apestoso.

¿Cómo puede excitarse una mujer en medio de esa baranda? -se preguntó Goyo sin encontrar una respuesta.

¿Tanto podía ser el envión de dopamina que recorría ese cuerpo como para sumergirse sin tapujos respiratorios en una actividad sexual? ¿Era necesario someter a su olfato a semejante destrato? A lo mejor, pensó Goyo enseguida, estar más de algunos minutos dentro de ese depósito pestilente adormece de tal manera las capacidades olfativas que termina uno por acostumbrarse.

El vórtice de gemidos, placer, frases en italiano de ella y respuestas en un cuasilunfardo español del Mono, llegó a su fin, a juzgar por el silencio que sobrevino. Goyo los imaginaba exhaustos, tirados en la cama, acariciándose mutuamente en el crepúsculo de ese amor que brotó de una rencilla. Suele suceder que una discusión de pareja incrementa el placer que la prosigue. Al cabo de algunos minutos, ambos salieron de la habitación y se dirigieron a la puerta. El Mono la abrió para el paso de la Principessa, con una recuperada amabilidad, y ambos se perdieron por la escalera, no sin antes haber vuelto a ignorar por completo a ese muchacho sentado en el sofá.

Esa noche el Mono no volvió al departamento. Seguramente pernoctó en casa de su enamorada, disfrutando las mieles del reencuentro. Dicha inasistencia nocturna de Nicasio Benálteguy era la primera desde la llegada de Goyo, quien si bien se sintió reconfortado por su soledad y la aprovechó para relajarse y dormir más tranquilo, dedujo que de alguna manera lo seguían controlando. Si no estaba el Mono, o bien gente de la Camorra en las calles o cámaras espías en el barrio o mediante la geolocalización del celular, de alguna manera la “mula” argentina estaba siendo vigilada. A la mañana siguiente lo despertó la llamada del falso Paco.

¿Qué hacés, Gandulla… cómo andás para escaparte?

¿Cuándo… y cómo? -preguntó Goyo, aun entredormido.

El cómo ahora te lo explico. El cuándo… hoy. Es hoy, Gandulla.

FIN DEL CAPÍTULO Nº11

San Nicolas News

No slides found, please add some slides

Las más vistas

Nuestras redes

Seguinos en Facebook, Twitter e Instagram y mantenete informado