Vivimos en una sociedad cada vez más adicta a las series. A través de las plataformas online, básica y mayoritariamente. Pero también por TV abierta, cable, y mediante las herramientas que facilita la Internet, como el “bendito” Torrent. Las series han ido ganando terreno de manera paulatina y a esta altura resulta incuestionable el predominio que ostentan en oposición a las películas. Y esto ocurre por más que cineastas de reconocido prestigio como Lucrecia Martel opinen que “las series son una vuelta atrás en el lenguaje audiovisual”. El sol no se puede tapar con las manos. El público las elige masivamente, y aunque algunos se resistan al fenómeno aduciendo distintos motivos, principalmente falta de paciencia para pegarse a la pantalla tanto tiempo, la realidad indica que cada vez más personas miran series. Y no sólo las miran: también las comentan, las analizan, las desmenuzan, las comparan, entablan polémicas. En este último sentido, uno de los aspectos que más debate genera son los finales.
En la web se pueden encontrar listas, resúmenes y hasta ranking de finales polémicos de series. Es casi unánime la aparición de tres series en todos esos listados. Sobre todos dos. Y en especial, una. En orden decreciente diremos que “Breaking Bad” es la tercera en el podio. “Lost”, claramente la segunda. Y el primer puesto indiscutido de finales que levantaron polvareda lo gana “Los Soprano”. En los tres casos, pero sobre todo en “Los Soprano” y en “Lost”, el final de la serie detonó una explosión de críticas, cuestionamientos, berrinches, repudios y rechazos por parte de sus seguidores. Más allá de esos casos puntuales, la intención de este artículo es reflexionar sobre esas reacciones. ¿Le asiste al espectador algún derecho al pataleo? Indudablemente sí. De la misma manera que tiene derecho a engancharse o no con una historia, tiene derecho a abandonarla en su trayecto si pierde interés y por último, derecho a empalizar con su final o no. Y a manifestarlo, sobre todo en épocas donde las empresas productoras dicen estar interesadas en interactuar con los espectadores. Entonces aparecerán en las redes y los foros aquellos aspirantes a guionista esbozando sus ideas de “un mejor final” para su serie favorita. Y aquí viene el cronista a manifestarse en disidencia: el espectador no es guionista. Por más que las productoras pulsen, midan y testeen permanentemente a su audiencia, utilizando esas mediciones para direccionar, a partir de esa información, la preponderancia de determinados personajes, situaciones o líneas de la historia, el espectador no interviene en el proceso creativo. Y no está dicho esto en desmedro de la figura del espectador, que es quien le da entidad o no a una ficción, siguiéndola o absteniéndose de ella. Todo lo contrario. Para el cronista lo que va en desmedro de la condición de espectador es pretender sobrepasar ese estatus para colocarse en la posición del creador, asumiendo -aun imaginariamente- sus atribuciones.
Lo paso en limpio, dejando de lado un lenguaje rebuscado y alusiones en tercera persona: si me gustó una serie, si me quedé pegado a la pantalla consumiendo con placer todos los capítulos, me banco el final como me lo dan. No entiendo el final como la frutilla del postre. Porque si me gustó el postre, no necesito que le pongan nada arriba para darle sabor. Entonces me banqué el final de Los Soprano, y digo más: me encantó. Sin atreverme al mínimo atisbo de spoiler –ni siquiera con una serie que terminó hace 11 años-, digo que ese final de historia en continuidad, esa escena en el restaurante que se presta a miles de interpretaciones pero que no fue más que parar en determinado fotograma -como se detiene la vida misma-, me pareció genial. Y punto. Así lo pensó el mismo guionista que me atrapó desde el comienzo. Entonces espero el final que me entrega y lo acepto. Pero no desde la resignación, sino desde tener en claro que él escribe y yo miro. Y punto. A lo sumo puedo sentir cierta nostalgia porque se terminó una historia que me entretenía. Pero, ¿qué es eso de estallar en berrinches cuando termina una serie? Insisto: el mismo tipo que escribió el final es el que me tuvo pegado a la pantalla. Y listo.
Pero claro, es materia opinable. Por eso es lindo mirar ficciones. Permite disfrutarlas durante y analizarlas después. O aburrirse de entrada, y dejarlas de lado. Cosa que no me ha pasado últimamente con la española “Vis a Vis” (historia carcelaria creada por el mismo equipo de “La casa de papel”), que amén de puntos flojos, incongruencias y facilismos, me ha entretenido hasta el final. Un final que también despertó polémicas. Menos para mí, por supuesto.
Pablo Rozadilla
N. de la R.: el título de la nota es el mismo de un excelente cuento de Aldo Ruffini.