11.10.2019
Recorrimos zona oeste y trajimos dos historias de desazón y hambre. Donde las necesidades no se cubren o se cubren a media. Mucha solidaridad y heroísmo anónimo, el cual resiste los martillazos de la pobreza y la ausencia de los legisladores municipales y el Estado Nacional.
El hambre a pocos kilómetros el casco céntrico
Más allá de la película protectora de las redes sociales y los medios de comunicación, las calles muestran la cruda realidad. En San Nicolás el hambre no es sólo una palabra que existe en los diccionarios, sino que camina las calles de tierra de los barrios olvidados de la zona oeste y la zona norte. Los merenderos no dan abasto, los comedores no alcanzan y si no fuera por el compromiso anónimo de las madres y vecinos que resisten diariamente los implacables martillazos de la pobreza, la problemática sería peor.
Se ve a los vecinos cerca del medio día, ir y venir por las casas del barrio, intercambiando lo que tienen. Karina se cruza y lleva dos papas a las casa de María, quien le da a cambio una calabaza y algo para el guiso, Sandra lleva leche y trae pan de ayer de la casa de María Sol. Mario llega arrastrando un carro con cartones, trae facturas y pan oreado, entonces su esposa pasa corriendo entre los gallos y las gallinas y apronta el agua para el mate cocido. También se ve una maple de
huevos. Los seis hijos de Mario acuden corriendo hasta los huevos como a una novedad.
Así se pasan los días del año 2019 en la zona oeste de San Nicolás, a espaldas de las roscas políticas que desatienden una necesidad grave: el hambre. La clase política oficialista hace campaña con ellos, los opositores no preguntan o los nombran por compromiso, se escudan diciendo que mucho no pueden hacer porque son minoría. Al recorrer esas calles de angustia se proyectan ante los ojos imágenes dantescas, donde lo que más duele son los niños.
Sólo con dos impotentes armas, la palabra y una cámara de fotos, se intenta visualizar (al menos) lo que ocurre en el silencio del olvido con un doble objetivo: para despertar la conciencia del ciudadano nicoleño y para decirle a los responsables representativos de la ciudad, que el universo tarde o temprano devuelve todo lo que uno da. Si das amor devuelve amor, pero la negligencia es el peor vuelto del gran boomerang de la vida.
Mario y María
Mario y María tiene seis hijos, Mario cartonea y María cuida los 6 hijos, a los cuales muestran los dientes picados como signo de mal nutrición. El ingreso con el que apalean el hambre son la Asignación Universal por Hijo (AUH) y el Salario Complementario que otorgan las organizaciones sociales. Ahora Mario pasó de pertenecer al Movimiento Evita al MTE, porque según nos contó: “En el Movimiento Evita me exigen estar todo el día en el local haciendo nada, y eso me quita
tiempo para trabajar, en cambio con el CTEP-MTE estamos formando una cooperativa para vender el cartón en conjunto con otros trabajadores del reciclado. Yo siempre cartonié, estaba en la organización equivocada, en la CTEP-EVITA hacen cursos, en cambio en el MTE trabajamos.”
Los niños corren entre las gallinas y los gallos, el sol es abrazador, el derrumbe y la mugre vuelven más pesada la temperatura. Mario hace silencio, hace fuerza para no llorar, uno de sus hijos de unos 2 años, le muestra cómo encajó un palo en la ranura de una cerradura vieja. Es la hora del almuerzo y no hay señales, ni olor a comida. “Está difícil, tenes que tener paciencia y mucho optimismo, tocando puertas y puertas y puertas, algo se consigue, al menos si no es trabajo algo para comer. Los merenderos no alcanzan, no dan abasto, por ahí abren pero por ahí no porque no consiguen alimentos. Con lo que yo junto en panaderías y carnicerías, vienen a casa a comer varios niños vecinos, no solo los míos. A la tardecita si hay té le hacemos, si hay leche le hacemos”.
Cuando nos vamos, uno de los niños nos ofrece de regalo un pollito que apenas le entra en la mano. Nosotros nos dirigimos hacia el casco céntrico, pero a diferencia de otros días, no tenemos
hambre.
Miguel y sus hijas
La familia de “hueveros”
Miguel Ángel Echeverría es enjuto, pero la fortaleza le aparece por los antebrazos. Es morocho y lo acompañan las dos hijas, quienes van a la escuela: “Yo quiero ayudar a mi papá, pero mi abuelo no me deja trabajar, me dice que después de los 18 años puedo trabajar antes tengo que estudiar”. El padre se sonríe orgulloso y le acaricia la cabeza, seguramente ese dicho le ha sumado fuerzas
para trabajar hoy. Luego habla: “Venimos 3 veces a la semana, los sábados recorremos zona norte, los jueves zona oeste y los domingo zona sur. Arrastro este carro porque el municipio no me deja vender en la camioneta, por eso la estaciono en la casa de mi hermano y arranco a caminar, nosotros queremos pagar pero en el municipio no nos dejan. Hay veces que camino con mis hijas como hoy, que me acompañan todo el día. Los mejores días vendo algunas cajas, cada caja tiene 12 maple de huevos, arranco a las 8 de la mañana y termino a las 6 de la tarde y así todos los días.