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Diego nuestro que estás en tus goles (Capítulo 50 -último-) El grito

En el Foxboro Stadium, al sudoeste de Boston, Diego Maradona marcó su último gol con la camiseta de la selección argentina. Fue aquel golazo concebido a partir del talento del Diez, pero con la inestimable colaboración creativa de futbolistas dotados con la destreza técnica apropiada para acompañarlo en semejante obra final. El 21 de junio de 1994 el fútbol del mundo acudía, en el marco de la Copa del Mundo disputada en Estados Unidos, a esa combinación excelsa entre cuatro jugadores argentinos que desencadenaría un grito. El último grito, que al igual que el grito plasmado por Edvard Munch a finales del siglo 19 en la obra cumbre del expresionismo, fue un grito que nunca podrá olvidarse.

El equipo de Alfio Basile inauguraba su ruta mundialista en Estados Unidos, con la ilusión de poder plasmar en la cancha todo el fútbol que la potencialidad de su plantel prometía. Esa selección había logrado el famoso invicto de 33 partidos sin conocer la derrota, y para ello no había necesitado de los servicios de Maradona, cuya carrera después del Mundial de Italia había atravesado nubarrones varios. Pero las Eliminatorias le habían deparado al conjunto del “Coco” un sobresalto impensado: la goleada 5 a 0 a manos de Colombia, con Maradona en la platea y todo el estadio pidiendo por su presencia en el campo de juego. Vendrían entonces los partidos de repechaje ante Australia -ya con el Diez nuevamente como capitán-, y la angustiosa clasificación para la decimoquinta edición del invento de Jules Rimet.

La selección de Basile en el Mundial de 1994.

Aquella selección contaba con el liderazgo defensivo de Ruggeri, la jerarquía técnica de Fernando Redondo en la mitad del campo, el aporte de sacrificio y entrega por parte de un joven “Cholo” Simeone, la capacidad goleadora de Batistuta, la explosión ofensiva de un Caniggia veloz y desequilibrante, y un bagaje técnico difícil de encontrar en otro plantel mundialista argentino. A todo eso se sumó Maradona, con el fervoroso deseo de volver a una final del mundo en su cuarta Copa. Y para eso se preparó Diego como nunca, de la mano como siempre de Fernando Signorini, incluida una etapa de entrenamiento ya legendaria en un campo de La Pampa. Maradona estaba en plenitud física y emocional, con todas sus neuronas puestas en pos del objetivo mundialista.

Signorini y Maradona en La Pampa, durante la preparación previa a Estados Unidos 1994.

Para enfrentar a Grecia en el debut del Foxboro, Basile alistó a Islas: Sensini, Cáceres, Ruggeri y Chamot: Simeone, Redondo y Maradona: Caniggia, Batistuta y Balbo. A los 2 minutos de partido la capacidad goleadora del nueve de la Fiorentina se hizo sentir por primera vez. A los 44 vendría el segundo y el descanso a los vestuarios con un 2 a 0 arriba que se hacía cada vez más difícil de sobrellevar para los griegos. A los 15 del segundo tiempo tendría lugar la joya postrera del capitán argentino. Otra vez Batistuta establecería el marcador definitivo.

Compartimos un compacto del partido.

El relator Víctor Hugo Morales siempre se ha encargado de aclarar que según su propio punto de vista, el relato del gol de Maradona a Grecia fue el mejor de su carrera como narrador deportivo, mejor aun que el icónico relato emocional del segundo a Inglaterra. Y tiene razón el uruguayo: en la narración de una jugada rápida como un relámpago, con toqueteo frenético entre cuatro futbolistas, Víctor Hugo, como un imaginario “quinto jinete”, no erra un pase. Este enlace lo comprueba.

El zurdazo de Maradona infla la red griega y desata la carrera loca de su autor en busca del mundo. Ese mundo que va a encontrar tras una cámara de televisión apostada en un lateral del campo de juego. Y allí vendrá la oportuna intervención de un director de cámaras cuya identidad nadie ha tratado de inmortalizar, quizá porque no es necesario: lo que tenía que hacer ese director, lo hizo y bien. Porque al “ponchar” esa cámara le llevaría al mundo aquel grito final de Diego. Ese Diego vestido con un azul distinto al de México, pero que también sería un azul inmortal. Gritándole a esa cámara, Diego le gritaba al mundo que aun estaba vivo, que aun tenía pinceladas para repartir en el fútbol, que aun su zurda tenía magia para desplegar adonde más correspondía: el césped de una cancha. Paradoja del destino, al siguiente partido -ante Nigeria- esa magia naufragaría a manos de un oscuro designio de los poderosos del fútbol: en el truco final, al mago inigualable le “cortaban las piernas”.

Según cuentan los que saben, al pintar “El Grito”, el noruego Edvard Munch exorcizó sus demonios familiares. Quizá en aquel grito que clausuró su carrera goleadora en la selección argentina, Maradona quiso ahuyentar los fantasmas que ensombrecieron su vida. Solo él pudo saberlo. La historia del arte aun discute si en “El Grito” de Munch, grita el hombre o grita la naturaleza y el hombre se sorprende. Haciendo un paralelismo, bien puede decirse que en aquel gol a Grecia, gritó Diego y gritó también el fútbol, quizá sabiendo que era la última vez…

5 goles de Maradona que nunca se podrán olvidar

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