San Nicolas News

Cuando la política se despoja de humanidad

20.08.2025

Opinión

Hay frases que hieren más que un silencio. Palabras que, lejos de enriquecer el debate público, lastiman con crudeza a quienes atraviesan las situaciones más dolorosas de la vida: la enfermedad de un hijo.

Este martes, en el plenario de comisiones del Senado, la senadora cordobesa Carmen Álvarez Rivero (PRO), dejó una declaración que resulta tan indignante como deshumanizante: “Quiero hacer un aporte: yo no creo que los niños argentinos tengan derecho a venir al Garrahan a ser curados. Ese derecho yo no lo conozco en ningún lado”.

¿Cómo es posible que una representante del pueblo, en pleno tratamiento de un proyecto de emergencia pediátrica, ponga en duda el derecho más elemental: el acceso de los niños a la salud? Sus palabras no son un simple exabrupto; son un reflejo de la distancia con la que algunos dirigentes miran la realidad. Porque mientras se discute con frialdad jurídica si existe o no un “derecho escrito”, miles de familias luchan día a día contra diagnósticos devastadores, sosteniendo esperanzas en hospitales como el Garrahan, símbolo de excelencia médica y de contención humana.

La falta de empatía en este tipo de expresiones es brutal. No solo banaliza el sufrimiento de los chicos, sino que multiplica la impotencia de madres y padres que dejan todo trabajo, estabilidad, sueños personales para acompañar a sus hijos en la batalla por la vida. Ellos no necesitan tecnicismos, necesitan respuestas. No esperan discursos de exclusión, esperan que quienes ocupan bancas en el Senado legislen para garantizar cuidados, no para negarlos.

La senadora Álvarez Rivero quizás olvida que detrás de cada niño enfermo hay una familia que se quiebra, que se endeuda, que se aferra a la medicina pública porque no tiene otra alternativa. Y que cuando esa medicina está encarnada en hospitales como el Garrahan, lo que se pone en juego no es una cuestión administrativa, sino la vida misma.

La política no puede permitirse tanta indiferencia. No hay discusión posible cuando de niños se trata: la salud es un derecho humano básico y universal, reconocido no solo en tratados internacionales, sino en la conciencia más elemental de cualquier sociedad que se pretenda justa. Negarlo no solo es un error político: es una falta ética, moral y humana.

Las palabras de la senadora deberían generar un repudio colectivo. Porque cada vez que un dirigente relativiza la vida de un niño, se corre la línea de lo tolerable en el debate público. Y lo intolerable, en este caso, es haber dejado de lado lo más esencial: la compasión.

En tiempos de crisis, la ciudadanía puede aceptar ajustes, recortes o demoras. Lo que nunca debería aceptar es que quienes deciden el rumbo del país se despojen de humanidad frente al dolor ajeno.

Las familias que hoy transitan pasillos de hospitales merecen acompañamiento y políticas públicas, no frases que les recuerden que, para algunos, sus hijos parecen no tener derecho a ser curados. Y esa es una herida que no se borra con disculpas.

La respuesta de los residentes del Hospital Garraham en la red social X

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