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Cirugía Hospital San Felipe: en las mejores manos.

Un integrante de nuestra redacción, pasó por una experiencia de internación en cirugía del Hospital San Felipe y narró su experiencia en una crónica. Pero el relato  trasciende lo meramente personal y puede servir como una fuente anacrónica de experiencias donde cirujanos, médicos, enfermeras/os y pacientes, quedan unidos en una relación que empapa valores y lazos necesarios para pasar una experiencia como tal, de la mejor manera posible, calando en los vuelos más altos del profesionalismo.

Cirugía Hospital San Felipe: en las mejores manos.

Internación.

“Llegué para internarme a cirugía del Hospital San Felipe el domingo 16 de diciembre del año 2018, ese día cumplía 40 años. La operación estaba programada para el día martes 18. Lentamente y con delicadeza, tanto el cuerpo de médicos cirujanos (residentes o no) como el de enfermeras y auxiliares, me fueron adentrando lentamente a lo que debía enfrentar: la extracción de unos 40 cm de intestino, a raíz de una masa tumoral en el colon izquierdo superior descendente.

La habitación número 3, cama 2 era mi destino. En la cama 1 yacía un joven de unos 27 años recién operado de peritonitis. Le extrajeron el apéndice pero ésta se había pegado al intestino, por lo que le produjo un pequeño orificio que hizo derramar materia fecal en el cuerpo. Toda cirugía es un momento difícil, el compañero de habitación pasa a ser una especie de regla donde uno se mide, donde busca un consejo, dónde interroga sobre lo que vendrá, lo que se siente, y demás preguntas que asaltan a un ser humano que va ser sometido a una intervención quirúrgica en su cuerpo. Lo veía caminar con dificultad pero también en su evolución diaria. También observaba zondas que colgaban de su cuerpo  y en unas horas lo harían del mío: drenajes, suero, zonda del pene. Diego era estudiante de arquitectura, por lo que la charla se hizo amena desde un principio. Creo que el temor a lo desconocido vuelve amable a cualquier persona, pero también creo que el arte de la arquitectura nos acercó en una charla que fue fluida desde primer momento.

Su fue el primer día y la primera noche, entre una purga llamada Fofodón,  libros y pensamientos recurrentes que se clavaban en la cabeza con respecto al momento del quirófano. Todavía no había visto mucho, más que entrar y salir enfermeros para tomar la presión y la temperatura a Diego. A mí aún no me habían tocado.

Pre-quirúrgico.

El día lunes comenzó mi internación con la primera situación traumática: la colocación de lo que se llama una vía directa o vía central por una vena del cuello. Para explicarlo sencillo, sería colocar un catéter para el suero pero no por vena de brazo, sino por una vena que va directo al corazón.

Ese mismo día a las seis de la mañana comencé a ponerme en contacto con una rutina que vive todos los días en las habitaciones y galerías de cirugía. A la hora señalada médicos residentes de cirugía comienzan los recorridos realizando preguntas según las dolencias y problemáticas de cada paciente, testean así la evolución de su obra que los pone cerca de dios (salvan vidas) o de lo que pronto será una próxima intervención. Toman apuntes de las respuestas que dan los pacientes, limpian heridas en el caso que sea necesario y se retiran. Aquella vez sólo me tocaron el abdomen, no había mucho más que hacer. A las dos horas los médicos residentes vuelven a pasar con los médicos directores de cirugía que se informan de cada caso, mientras toman una suerte de “examen” a quienes en un futro los remplazaran o serán sus colegas, también dan indicaciones futuras.

Como ya señalé a eso de las 9 de la mañana los médicos residentes aparecen en escena con una gran cantidad de médicos cirujanos, entre ellos el director de cirugía. En aquella recorrida donde faltaba una hora para que ingiera la segunda purga para limpiar el intestino al que someterán a intervención, uno de los doctores dio una indicación a los residentes que tomaron apuntes con entusiasmo:

– Podemos ya colocarle una vía directa- dijo.

Mi angustia creció sin comprender bien de qué se trataba, pensé que era la colocación de un simple catéter en el brazo como un suero. A la hora una médica residente aparecerá para confirmarme que no era lo que yo pensaba y que mi próxima cirugía se alejaba del nivel de complejidad de la que tuvo mi compañero de habitación, que ya caminaba bastante por la galería con el suero colgando.

Doctor Aldo Gabriel Erben.

Entre aquellos médicos empaticé con uno en particular, su nombre es Aldo Gabriel Erben, oriundo de Chajarí Entre Ríos. Su bisabuelo fue un alemán que escapó de la primera guerra mundial, era artista, pintor y retratista, fue profesor del lugar. Si no recuerdo mal hay en Chajarí una calle o un salón o una escuela con su nombre.  No podré decirlo con el lenguaje técnico pero Aldo es en el momento de mi internación, algo así como el director de los médicos residentes, aunque él aun no completó su residencia en totalidad. Un gringo desenvuelto y seguro de sí, que transfiere confianza y se pone a la par del paciente. La actitud de Erben fue clave en mi historia clínica y en aquel momento previo a la intervención, pero lo que voy a pasar a describir trasciende lo personal y puede ser tomado como ejemplo, tanto para médicos como para pacientes.

Una médica residente apareció en la habitación con una planilla a firmar. En esa planilla yo me hacía responsable del riesgo que conlleva introducir en una arteria aquellas palabras que habían quedado rebotando en mi cabeza: una vía directa, o vía central. Por el contario a lo que había creído, la vía directa no era un simple catéter colocado en la vena del brazo, sino en una vena del cuello que va directo al corazón. Ante tal hecho comprendí que la cirugía a la que me sometía era más compleja que la enfrentada por mi compañero de habitación. La planilla la firmé porque tal práctica conlleva el riesgo de producir un neumotórax (no sé por qué). La gran cantidad de medicamentos antes y pos cirugía, y el riesgo de contraer hemorragia antes o después de la intervención, hace que tal vía directa se practique ante tal condiciones.

Firmo entonces y acostado boca arriba sobre una camilla me llevan a cirugía. El revestimiento blanco en bloques rectangulares  y los tubos de luz, se iban sucediendo ante mi vista, pasaban como en una película acompañados por el rugido de las ruedas de la camilla. Una vez en el quirófano, no me encontraban la vena debido a la deshidratación que me produjeron las dos purgas que tomé para lavar el intestino antes de la operación. Me pincharon reiteradamente, en varias oportunidades, debajo del hombro más cerca del pecho y en el cuello, pero la arteria no aparecía. Empecé a perder el control cuando el cuello se acalambró. Es cuando aparece el doctor Aldo  Erben, me alza los pies para que la arteria aparezca y logra conectarme la llamada vía central o vía directa. Literalmente descargué mis nervios sobre Erben.

La tranquilidad con la que recibió mis nervios, lo dejó comprender que la molestia superaba la cuestión de haber sido pinchado varias veces sin resultado, con el riesgo de contraer un neumotórax, sino que también afloraba de mí cierto temor para afrontar en el día posterior  la operación. Erben lo percibió y pasó a explicarme que todas las prácticas que vería llevar adelante serían para mi curación, a describir procesos futuros pre y pos operatorios. Me dejó tranquilo, porque en el relato se colaba la idea principal de la ciencia de la cirugía: curar. Me invadió una sensación extraña de felicidad. Comprendí que iba a curarme a pesar de lo que significaba una cirugía. Esa noche dormí como no lo había hecho antes. Es un claro ejemplo de lo que significa empatizar con el paciente. Como dirá el médico cirujano Henry Marsh en su libro Ante todo no hagas daño:  “Si le dices a un paciente hay un 10% de probabilidades de que te mueras, lo vas a aterrorizar y aún así va a tener que hacerse la operación. La manera en como presentas la información es muy importante porquetienes que preservar la esperanza y la confianza al mismo tiempo que la honestidad, y eso es muy difícil”. El cirujano baja del limbo de su ciencia y se coloca a la par del paciente, lo tranquiliza para luego subirlo al Olimpo de su dominio, allí lo recuesta como a una presa a la que hipnotizó con dulzura y con su mano maestra dibuja los crepúsculos para que la vida continúe, allí donde cada doctor o residente tiene el don de convocar a Dios como veedor.

Días después a la operación, durante mi recuperación pos-operatorio, charlaremos con el doctor Aldo Erben de infinitas cuestiones. No podía faltar la pregunta ¿Por qué cirujano? La respuesta del doctor fue espontanea y sincera:

-Mucho tiempo trabajé en ambulancia, donde vi muchísimas cosas. Me pasaba que diagnosticaba a la persona, sabía lo que tenía, lo que había que hacer, incluso muchas veces para salvarle la vida, pero después lo tenía que dejar ir, porque no era mi tarea, me llenaba de impotencia, me sentía vacío, quería correr a ayudar a esa persona. Entonces a pesar de mi edad y mi cansancio me decidí estudiar para cirujano-

Pos-operatorio.

Me devolvieron a la habitación con una zonda en el pene, un drenaje y una bomba de infusión clavada en la espalda, la cual me bombeaba anestesia y analgésicos a los intestinos. Ni bien me desperté bajo los efectos de la anestesia, me quite una sonda que me pasaba por la nariz, la cual extrae la bilis. La operación consintió en la extracción de una masa tumoral del colon superior izquierdo descendente. Para eso extrajeron unos 40 cm de intestino y los sellaron con una máquina manual que (para decirlo de manera coloquial) es una especie de “abrochadora de intestinos” y se llama sutura mecánica circular. La operación duró unas cuatro horas y marchó mejor de lo que se esperaba. Dicen que la tranquilidad a la hora de acostarse en el quirófano es fundamental, yo había llegado un poco sedado de la noche anterior con un calmante y me tranquilizaba saber que estaba en las manos de uno de los cirujanos, que tanto la ciudadanía como los demás colegas consideran el mejor: Arturo Eugenio Aragón.

Con su forma despreocupada y de persona sencilla, transmite confianza desde la primera consulta. En su consultorio de calle Alem y Garibaldi, el doctor Aragón recibe a sus pacientes en un silencio de anonimato. Su padre fue secretario de Cultura y Educación de la Pampa durante la presidencia de Onganía- Lanusse, y a pesar de su conservadurismo, por medio del Estado expropió galpones de campos y estancias antiguas para alfabetizar a los hijos de los peones rurales. A Arturo parece que el desierto se le pegó a los huesos allá en su niñez. De las paredes del consultorio cuelgan algunas pinturas rupestres, fósiles o minerales que decoran el lugar. En la segunda consulta el doctor Arturo Aragón supo encontrar la palabra justa para definir lo que me invadía: angustia. No dijo miedo, no dijo ansiedad. Me acuerdo el impacto que hizo en mí la palabra, penetró porque era la palabra justa. Prosiguió entonces diciéndome que tenga fe y que en dos meses iba yo a pagar un asado y que todo esto iba a ser una anécdota. No debe haber ejemplo más claro de empatizar con un paciente que el que acabo de narrar. Lo  comenté con el doctor días después y recuerdo lo que me contestó, más que recordarlo aun lo conservo en un mensaje de texto: “La experiencia de un cirujano se enriquece y se nutre de muchas fuentes, y la principal no científica es la relación y las vivencias de nuestros pacientes. No olvidarse nunca que nuestra razón de existir como médicos, es el paciente y todas sus circunstancias. Si olvidamos esa prioridad debemos jubilarnos” No hay nada que preocuparse cuando el murmullo mundano comenta que el cirujano que intervendrá en tu cuerpo, tiene contacto directo con Dios. Dios falla también, pero lo hace tan pocas veces, que él mismo a veces cree haberse equivocado. Este hombre merece una entrevista aparte, es una escuela de la cirugía y su nombre comienza a traspasar los límites de nuestros alrededores.

El martes 18 a las dos de la tarde entonces estaba en mi habitación ya operado. Desde ese momento hasta el día del alta, pude observar y sentir el calor humano del equipo de enfermeras, enfermeros y auxiliares. El trato amable y cálido, las respuestas con soltura y dinámica a los pedios de quienes cuidan de los pacientes. Siempre un chiste, una palabra de aliento, una recorrida por fuera de la carpeta clínica para saber cómo se encuentra el paciente, si necesita consultar con cirugía alguna cuestión. La mayoría se formó en la escuela del mismo Hospital San Felipe y los que no, estuvieron seguros de elegir su vocación. Los cirujanos aconsejan al paciente empezar a caminar casi inmediatamente después de la operación. Por los pasillos de cirugía se ven pasear con acompañantes y sueros en la mano, a los recién operados. Los enfermeros no pueden disimular la alegría cuando ven el avance en un paciente, y realmente no se dan una idea lo que significa para un paciente ver brotar tal sinceridad, y recibir palabras de aliento por parte de los enfermeros o enfermeras que diariamente proveen de curaciones, sueros y remedios a quienes han salido recientemente de una operación.

Vale aclarar que todo lo escrito hasta aquí que destaca el accionar del equipo todo de cirugía, no es una hipérbole que brota de alguien que pasó por una situación traumática, y el hecho de estar fuera lo hace entrar en cierta euforia y distorsionar la realidad, realmente es como aquí lo narro. El pos-operatorio fue doloroso y sufrí hambre, ya que debido al tema de la intervención tuve que pasar varios días solo con suero. Igualmente el intestino comenzó temprano a tener actividad, siempre fue positivo el avance. Tuve un momento de esplendor donde me abuse y al otro día la presión estaba por el piso y casi no me permitió levantarme de la cama. A todo esto, mi compañero de habitación ya había cambiado. Se fue Diego e ingresó Alex, con una peritonitis que una hora más tarde hubiese sido fatal. Literalmente le salvaron la vida. Tiene 16 años.

No todo es color de rosa.

Ya que esta crónica no me permite a escapar a mi yo (esa maldita primera persona del singular) debido a que es una experiencia personal, aunque trasladada al hecho de la escritura intenta trascender el hecho individual y ser una suerte de testimonio anacrónico, no puedo dejar de decir, que muy rara vez este que escribe escapa al espíritu crítico.  Y no será la excepción, incluso por la salud de los que aquí se intentan destacar, para que el azúcar no corra por esta página, dando un ataque de diabetes y vuelva este hecho narrativo edulcorado.

Repito, se está en las mejores manos una vez se llega a cirugía de hospital San Felipe, pero el camino hasta allí es trabado y nada amable. Y no es un hecho menor, por el contrario es una contradicción grave, ya que el camino de la dolencia debe acelerarse para que la curación se dé dentro de los tiempos que cada dolencia o patología demande. No tiene que ver con el desempeño de los profesionales, sino con cierto manejo burocrático y de políticas de salud, tanto de Nación, como de Provincia y de la misma Dirección del Hospital tal vez. No es de ahora. Hace años que el Estado recae en espacios inentendibles o insoslayables. Por un lado se reciben por año cientos y cientos de médicos profesionales en universidades públicas, mientras por otro lado escasean doctores en la salud pública.

En Hospital Regional  San Felipe de San Nicolás, obtener un turno es tedioso, lleva días a veces. Es demasiado espacioso el segundo turno a obtener. Una vez obtenido un turno hay que cumplir con otro trámite burocrático que exige perder otro día. Los especialistas (que escasean) atienden cada 15 días o más. Rayos funciona dentro de todo de manera ágil, pero la provincia no manda medicamentos  para por  ejemplo realizar un contraste de una tomografía. La guardia no es nada amable y muy lerda. No sucede lo mismo con pediatría. La farmacia rara vez tiene lo que se pide. En definitiva, pareciera que los tiempos del Hospital, no son acordes ni a las exigencias de algunas enfermedades, ni a los tiempos laborales de la sociedad, para empezar un tratamiento hay que perder varios días laborales. Sin dejar de mencionar que los horarios de atención son sólo por la mañana.

En lo personal con dinero propio y ayuda de familiares, pude sin dificultad sortear pasos a seguir y acelerar mi posición para llegar a cirugía, yendo varias veces a los consultorios particulares de los médicos con los que inicié mi tratamiento en el Hospital. Incluso pude comprar la sutura mecánica circular con la que me “abrocharon” los intestinos que cuesta unos 30.000 pesos, pedir la sutura desde el Hospital tarde 3 meses en llegar. Pero la pregunta es ¿Y quién no puede? Somos un país que se jacta de tener salud pública, pero pareciera que a medias. Me gustaría destacar aquí la actitud del Gastroenterólogo César Andrés Pezzotto, quien me hacía ir a su consultorio privado a cierta hora para que no pague consulta ya que no tengo mutual. Creo que la justicia se trata de ser justos, ni más ni menos, por lo que a veces aceptaba y a veces no. Pero la actitud de este profesional es para destacar.

En lo que respecta a cirugía podemos destacar que a las paredes de las habitaciones les falta pintura y aseo a las cortinas, algunas habitaciones no tienen agua caliente en la ducha, la limpieza es continua pero floja, el personal no llega a cubrir tanta demanda, ya que no es estable sólo de cirugía. Se entienden estas debilidades ya que cirugía es un lugar donde constantemente se renuevan pacientes y generalmente las camas escasean. Existe un quirófano que rebalsa de operaciones. Hay que volver a decirlo entonces, estas falencias no tiene que ver con el espíritu médicos, sino con la burocracia y las políticas que se aplican y escapan a la profesión de los médicos, auxiliares, enfermaras/os.

En las mejores manos.

Asegura Roland Barthes en su libro “El placer del texto” que sólo pueden escribir los neuróticos y obsesivos, porque son los que pueden ir y venir de la cordura a la locura. En cambio los cuerdos simplemente se bloquean y los locos se angustian. En estado de internación escribí dos poemas, uno que reproduce la voz del macho opresor y otro que tiene que ver con mis cuatro abuelos. Por qué mí psiquis activó tales temas, creo que tiene que ver con la idea de situación límite a la que arroja la idea de una cirugía a un paciente.

El retroceso a la infancia, al estado más puro, donde la idea de la muerte ni siquiera existe, ni las dolencias, ni las posibilidades de la enfermedad, al menos en la psiquis de un niño. Los abuelos y la niñez es todo lo contrario a lo que sucede en un Hospital, donde muchas veces uno entiende que ha crecido. Y el otro poema quizás ya es un hecho más personal, la  individualidad, ese ser irrepetible, esa única unidad que tiene nombre y apellidos, gustos y estéticas en particular. Aquí entra mi yo y no se puede escapar, quizás esas ganas de luchar por una sociedad mejor y más justa, esa rebeldía innata, ha hecho que escriba sobre determinado tema en plena posición de inmovilidad total. Pero aquí yo soy sólo un puente para que esta crónica me trascienda y el espíritu de su escritura sea para el conjunto de lectores, tantos para los que nunca estuvieron en tal situación, para los que sí y se reconocen, o para los médicos, residentes, enfermeros/as, auxiliares. 

Lo cierto es que el día anterior al alta, el Doctor Aldo Gabriel Erbem pasó a saludar, se iba a su pueblo natal a pasar la navidad con su familia, pasó habitación por habitación para despedirse. Ese día me informó que mi alta era prácticamente un hecho, sólo faltaba la aprobación del Doctor Arturo Aragón, que el día 24 de diciembre se hizo presente temprano por la mañana, bromeó sobre mi acidez de estómago y me indicó no comer embutidos, verduras y frutas crudas, tomar mates, café, alcohol. Luego desapareció tan veloz como lo son sus manos sobre los cuerpos humanos que devuelve a la vida. Minutos después me retiraron el drenaje, la vía central, mis familiares y amigos alistaron mis libros, ropa y cerca del medio día ya me encaminaba directo a casa de mis padres, donde debía pasar un tiempo más de mi recuperación. No me dejaron ir a mi casa. El día que cumplía 40 me interné para extraer la masa tumoral y seguir viviendo. El 24 de diciembre me dieron el alta. Navidad significa nacer. Ese día volví a la calle entonces, nada es casualidad en la vida, sino causal. Quizás algún día entenderé lo que la existencia me quiso decir, advertir o hacer valorar con toda esta experiencia, que envolvió fechas claves, donde también hay una coincidencia sobre la muerte y la liberación como preso político, de una persona que llevo tatuada en el brazo. Pero esa cuestión me la guardo para mí.

En definitiva este relato gurda entre sus líneas un sol que brilla y que no pudo ocultarse, ante la observación y la mirada de un espíritu crítico que todos los días de su vida, desde las profesiones elegidas (docencia y periodismo) lucha para construir una sociedad más justa, más sana, mejor. Por esta razón quiero reconocer y pedir a los médicos residentes, a los médicos cirujanos, enfermeros/as y auxiliares que continúen con tal espíritu en el anonimato de aquellas salas, porque ellos mejor que nadie saben, que hay muchísima gente que necesita de sus manos y su empatía para continuar con sus vidas, gente sin recursos que si no fuera por tal asistencia estuvieran condenados (ya viven expuestos) a más de una desgracia. Ganar dinero está bien, ayudar por vocación es mucho mejor. Como dice Bertolt Brech: “La injusticia es humana, pero más humana es la lucha contra la injusticia” Que estas palabras entonces alumbren sus almas.

                                             Juan Lucas Andrín.

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