25.07.2018 / 20.15. La camioneta tenía la calefacción al máximo, al punto que me saqué la campera y seguí manejando con la música fuerte, distendido y disfrutando del trabajo. Al llegar a Álvarez, subo por Alberdi y me dispongo a cruzar las vías cuando veo que desde el desagüe debajo de las vías, se ve una puerta improvisada por donde escapa una humareda que me avisa que en ese lugar puede haber gente.
Sigo unos 50 metros después de las vías y estaciono, bajo, me abrigo, ya que llueve y hace frío. Me intrigó saber si realmente podría haber gente viviendo allí, por lo que lentamente me fui acercando hasta el desagüe por donde pasan los rieles del ferrocarril.
Al bajar al zanjón grité un suave “Buenas tardes”, un par de veces hasta que, medio agachado desde la oscuridad de ese túnel se asoma una figura, lenta y de rostro sufrido, hombre de gorra y mate en mano. Moviendome un poco alcanzo a ver adentro, una pava calentándose con leña y madera acumulada para sostener el fuego.
Enseguida no ponemos a charlar, Raimundo Cejas viene de Rosario, dice que tiene hijos allá y que desde hace tiempo vive debajo de las vías. “Antes vivía con mi señora, pero ella falleció y bueno, yo me quedé acá”.
Me comenta que tiene 63 años pero parece de muchos más, “trabajo de lo que sea, albañil, pongo membranas o lo que salga, pero con este clima no hay nada, está duro”. Su orgullo no le permite decirme si necesita algo para sobrevivir, pero está a la vista que nada tiene, ni techo, ni comida ni trabajo, nada, sólo la realidad agobiante de vivir en una zanja que lo echará de ahí cuando empiece a juntar agua de lluvia.
Raimundo no lo dice, no con palabras, pero sí con la mirada, necesita ayuda, necesita que alguien le de una mano y en eso estamos y esperamos que desde aquí podamos lograr apaciguar el dolor invisible que generan la soledad y la miseria.