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El silencio del león y la sangre del cordero

Ciento treinta personas leyeron su nombre de una lista, en su trabajo de la empresa Motomel que supuestamente andaba bien, y se fueron con las manos vacías a la calle, desempleados, expuestos a la peor desidia. No hubo marchas, no hubo proclamas, no hubo gritos más que los de aquellos que se tragaron un vacio repleto de incertidumbre, solo hubo una buena patada en el culo y si te he visto no me acuerdo.

Las paritarias se retrasan como nunca y no se avizora que se vayan a resolver favorablemente para nadie. Algún paro por allí, otra protesta tibia por allá, pero en una soledad abrumadora y fácilmente desechable por quienes detentan el poder, quienes juegan hoy a dar poco y recibir todo.

Al león lo cachetean como quieren, le sacuden la cola y le despeinan la cabellera pero como en una caricatura vieja permanece bostezando y viendo como le hacen lo que quieren.

Paritarias muertas, aumentos irrisorios, despidos a mansalva, precarización laboral avanzada y los sindicalistas que hablan mucho en programas y radios pero que parecieran no hacer nada, con una CGT aparentemente cooptada por el poder de turno. Hasta el Peronismo, a quién le intervinieron el partido, permanece impávido y en un acecho largo y cansador ¿Qué pasa que no reaccionan?

Después de la humillante golpiza a los jubilados, a quienes les bajaron el sueldo, parecía que se venía un estallido social, pero este fue rápidamente apaciguado por los programas de chimentos y el futbol del verano.

Se asomaron luego algunas marchas multitudinarias que parecían querer poner un freno a las medidas tan abruptas de un gobierno cuya sensibilidad social es directamente nula, más cercana al que les importa un carajo, que a otra cosa.

Pero aun así llegaron nuevos tarifazos, los cuales a upa de un aumento desproporcionado de las boletas de luz, desintegraron las economías domesticas y dejaron por la lona a varios comerciantes.

Con la gente en llamas, desesperada por no saber cómo llegara a fin de mes, no se ve un sindicalismo combativo invitando a la gente a protestar y algunos se conforman con arreglar un 15 por ciento cuando la inflación será como mínimo entre un 25 a 30 por ciento. Menos aún a las organizaciones sociales, que por ahí de a ratos hacen alguna que otra olla popular pero que hoy, en el peor momento, con los funcionarios alegremente llamando al FMI, están muy cómodos paseándose (curiosamente) en autos nuevos y dándose (curiosamente) una gran vida.

¿Qué pasa?

¿Qué les pasa a aquellos a los que uno les deposita un porcentaje de su sueldo mes a mes para que los defiendan en la mesa grande?, ¿Están tomando envión para dar el gran golpe o se rindieron nomas disfrutando vaya uno a saber qué cosa?

¿No va a haber ninguna protesta por la inflación que como coletazo de un dólar incontrolable se traduce en las góndolas y les revienta el bolsillo al ciudadano?, ¿de verdad vamos a tener que acostumbrarnos a vivir con poco mientras que otros, porque no nos quede ninguna duda, otros muy pocos se hicieron millonarios con esta semanita de dólar alzado?. Esos pocos por supuesto tienen la plata afuera y todavía se dan el tupe desde los ministerios de decidir sobre nuestras paupérrimas vidas mientras nosotros esperamos reacciones de quien debería empujarnos, motivarnos, agruparnos y conducirnos.

¿Tenemos que pensar seriamente entonces lo que dice la gente en la calle, que con un folclorismo muy particular recita pintorescamente que los muy traidores se vendieron y dejan que el gobierno nos rompa el alma?

¿Tenemos que soportar el regreso a la televisión del cipayo de Lanata lavando cerebros mediante ondas televisivas diciéndonos que el acuerdo con el FMI nos conviene y que está bien que nos controlen?

¿Ustedes escucharon a los ministros hablar de este arreglo con la banca internacional? Usan frases como que el FMI ya no es lo que era antes, que ahora cambió su actitud con los gobiernos tercermundistas, que ya no toma medidas drásticas, que le demos una oportunidad en nuestras vidas, que todo será para mejor, que estaremos bien. Es lo mismo que dice la mujer golpeada que no denuncia a su marido. El mismo síntoma de Estocolmo que tanto se repite en el cine.

Los únicos que podemos parar esto somos nosotros, unidos y fuertes, pero si el sindicalismo y los movimientos populares van a seguir en la cómoda dejando que todo se vaya a la mierda, si quien debe unirnos no le interesa hacerlo, estamos total completa y absolutamente jodidos.

Lo peor de nuestra realidad es que nos permiten sufrirla, pero no podemos cambiarla.

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