El dicho popular reza “pueblo chico, infierno grande”, no estamos exentos de eso, si bien nuestra ciudad es más antigua aún que la fundación de Argentina como nación, tenemos algo de pueblo, y dicotómicamente tenemos algo de metrópolis.
En los albores de la internet se hablaba de un concepto de “aldea digital”, en donde se armaban pequeñas comunidades de usuarios, de anónimos digitales que se unían por determinada afinidad.
Con la llegada de la web 2.0, las famosas redes sociales, estas aldeas se multiplicaron exponencialmente, agrupándonos en distintos intereses, limitándonos a ser pequeñas comunidades digitales y ahí caímos como micro sociedades en el infierno grande…
Basta con decir que al chofer de la línea 15 le huelen las axilas para que una horda de salvajes anónimos digitales arrojen lluvias de piedras, entonces el sudoroso chofer termina siendo además pedofilo, cantor y comunista… y surgen los comentarios fáciles de teclado como “yo lo vi sacándose un moco mientras le miraba el culo a un cura!”.
El pueblo chico ahora es digital y es peligroso, porque queda grabado en servidores, y pueden herir eternamente a quien se someta al escarnio público.
La diferencia de los pueblos chicos con estas aldeas digitales es que en los pueblos, tarde o temprano, los escraches terminan olvidados.
Hay que tener cuidado con las emociones de la web 2.0, no es sano para nadie que todos tengamos el poder de ser jueces y parte de todos, y nos creemos que somos justicieros al denunciar públicamente el sudor del colectivero de la línea 15…
