Hoy se cumplen ocho años del estreno mundial de “Felina”, el último capítulo de la serie “Breaking Bad”. Llegaba así a su fin la extraordinaria creación de Vince Gilligan, genio hacedor de la que para muchos ha sido -y sigue siendo- la mejor serie de todos los tiempos. La icónica historia de Walter White, profesor de química que arrinconado por diversas circunstancias de la vida decide poner sus conocimientos y destreza en una actividad totalmente alejada de su noble labor docente: cocinar la metanfetamina más pura, potente y adictiva del mercado.
Estrenada el 20 de enero de 2008, la ficción emitida por la cadena AMC consta de 62 capítulos que desde el primer fotograma atrapan y arrastran al espectador hasta el instante final. Un vértigo narrativo que deambula por distintos géneros: el drama existencial, la tragedia, la comedia negra, con innegables toques de humor negro y de un western contemporáneo definido por algunos como neo western. Mucho se ha dicho y escrito sobre “Breaking Bad”, resaltando sus enormes virtudes creativas, señalando detalles que pasaron casi desapercibidos al espectador y que enriquecen aun más la significancia de la serie, y analizando tanto la historia central como sus micro-historias aledañas con minuciosidad, desmenuzando esta verdadera metáfora de la condición humana que se recorta como el fondo de la cuestión, amén del contexto temático elegido por Gilligan, es decir el narcotráfico y el mundo de las adicciones. Más allá entonces de todo ese material analítico fácil de hallar en la web, nos proponemos en este artículo destacar apenas diez de las cientos de razones por las cuales vale la pena ver (o volver a ver) esta legendaria serie.
UNO: La tensión y la estructura del relato.
No hay forma que termine un capítulo y el espectador no se sienta compelido a husmear al menos el comienzo del siguiente. No existen baches de ninguna naturaleza, no hay letargos que entorpezcan un fluido visionado, no hay momentos de tedio que inviten a mirar el celular o chequear el correo electrónico o servirse una nueva taza de café. “Breaking Bad” no da respiro. Ni siquiera en el famoso “capítulo de la mosca”, cuando Gilligan pone a Walter White en escenas propias de Teatro del Absurdo, y donde la mosca viene a representar aquello que a todos nos atormenta. Y vaya si el profesor de química va acumulando tormentos a lo largo de la serie. Ese capítulo está plagado de simbolismos entrelazados mediante una riqueza técnica de planos, diálogos y referencias que son difíciles de asimilar en un solo visionado.
Además, la estructura narrativa asombra a cada capítulo. Flashbacks, flashforwards -se destaca el osito de peluche hundiéndose en la pileta de los White-, planos secuencia memorables, pequeños clip temáticos, numerosos “huevos de pascua” o referencias a clásicos del cine -como cuando los apellidos White (blanco) y Pinkman (hombre rosa) propician un memorable tributo a “Perros de la calle” en la escena que Jesse le apunta con un arma a Walter, que está en el piso-, e innumerables detalles que una vez descubiertos realzan aun más la belleza narrativa de la serie.
El pico máximo, el éxtasis narrativo, la cumbre estética de la serie, según la mayoría de las opiniones en el mundo, se da en el decimocuarto capítulo de la última temporada, “Ozymandias”, con una clara referencia al poema del mismo nombre de Percy Bysshe Shelley. Y no agregamos nada más por temor al spoiler. Ese aclamado episodio está considerado por la crítica como el mejor de todos los tiempos, de todas las series, de todas las ficciones.
DOS: La actuación de Bryan Cranston.
Uno de los grandes aciertos de la producción, por no decir el acierto máximo o fundacional: elegir a este actor conocido por sus actuaciones en comedias para encarnar al más grande y complejo villano contemporáneo. Aunque la calificación de “villano” acote demasiado el perfil de Walter White. Pero para destacar y describir la labor actoral -extensamente premiada- de Bryan Cranston nada mejor que echar mano al email que le enviara Anthony Hopkins al terminar de ver la serie. Dejemos pues que Hannibal Lecter hable de Walter White, o mejor dicho, Hopkins de Cranston.
TRES: La actuación de Anna Gunn.
El personaje femenino más importante de la historia fue magistralmente asumido por esta actriz santafesina -Santa Fe, capital de Nuevo México, nada que ver con la Santa Fe argentina-, que tuvo que sufrir incluso el acoso mediático de los fans de la serie, quienes odiaron a Skyler como si formaran parte de una ficción que los subsumía. Es que la también premiada Anna Gunn amalgamó en su perfomance -de manera excelsa- esa mezcla de asombro, indignación, furia, y asimismo la indulgencia, el amago de cierta comprensión y por supuesto la habilidad acomodaticia que va desarrollando en el devenir de su personaje. Mucho de lo que también forma parte en la caracterología de otros icónicos personajes femeninos en ficciones sobre gangsters. Ejemplo, la Carmela de Eddie Falco en “Los Soprano” y ni hablar la Kay Adams de Diane Keaton en “El Padrino”.
CUATRO: La actuación de Dean Norris.
Si algún condimento podía destacarse de manera casi principalísima en la turbulenta historia de Walter White era tener un cuñado trabajando en la DEA. El organismo antidrogas de los Estados Unidos juega un papel fundamental en la trama, y el eje de esa influencia es Hank Schrader, un extravertido pero implacable agente antinarcóticos que está casado con Marie, hermana de Skyler White. Notable y quizá no reconocida cabalmente actuación de un actor generalmente de reparto, que en “Breaking Bad” ofrece una gama de emociones que van desde la simpatía y el histrionismo familiar y laboral, al encono, el resentimiento y la furia culposa que se detona en determinado momento de la historia, y que Norris expresa en gestos, miradas y diálogos que quedarán en la historia.
CINCO: La actuación de Aaron Paul.
Destinado a morir en la primera temporada, su Jesse Pinkman obligó a Gilligan a dejarlo hasta el final, resultando un personaje clave para entender ese via crucis existencial de Walter White, viejo profesor suyo. Una actuación con la que además de ingeniárselas para permanecer dentro del guión, ofreció -como Norris- una variedad de matices encomiable que fueron desde las andanzas casi estudiantiles junto a sus amigos Skinny Pete y Badger, hasta el dramatismo extremo en innumerables escenas. También ganador de un Emmy, el joven actor se posicionó como un gran talento llegando a protagonizar la secuela de la serie en la película “El Camino”.
SEIS: La actuación de Giancarlo Esposito.
Uno de los personajes más ricos y mejor delineados de la serie. Gustavo Fring, un correcto y educado empresario del rubro comidas rápidas, chileno de nacimiento, que financia becas universitarias, maneja una fundación y hasta sponsoriza la maratón anual de la DEA, pero que en el fondo es el principal fabricante y distribuidor de metanfetamina en todo Nuevo México, cargando además una historia trágica detrás. Extraordinaria interpretación, cuidando al extremo detalles estéticos y gestuales, y otorgando al personaje un perfil muy marcado que lo convirtió en uno de los más encumbrados de la serie. Para la historia el plano final de su participación.
SIETE: La actuación de Bob Odenkirk.
El abogado mediático que se ganó una serie propia, “Better Call Saul”, magnífico espinoff que anda por su última temporada y cuenta la historia de este singular personaje de James “Jimmy” McGill que se convierte en Saul Goodman. El histrionismo, la gracia y el carisma de un abogado que conoce todas las “mañas”, sabe todos los trucos y vericuetos legales y maneja todos los atajos judiciales para llevar a buen puerto a sus clientes. Aunque a partir de dos clientes tan “especiales” como Walter y Jesse, verá modificada su excéntrica rutina diaria. Inconmensurable actuación, consagratoria sin dudas. Un personaje que convocaba a “romperla” actoralmente por matices, estética y peculiaridad, pero al cual el actor se encargó de ponerle su sello hoy inconfundible. Magistral Gilligan al pergeñarlo, soberbio Bob Odenkirk al asumirlo con tamaña solvencia.
OCHO: La actuación de Jonathan Banks.
Mike, el del apellido difícil de pronunciar: Ehrmantraut. Un policía retirado con pasado complejo, y una historia familiar también traumática que lo ata a su pequeña nieta, por quien es capaz de todo. Encargado de la seguridad y la logística que mueve Gustavo Fring detrás de la máscara de “Pollos Hermanos”, configura un personaje central en la serie, trascendiendo incluso al espinoff del abogado Saul Goodman y a la secuela de “El Camino”. Guardaespaldas, chofer, detective e investigador privado, un anfibio y efectivo todoterreno que podría definirse como un verdadero “solucionador de problemas”. Gran actuación de este experimentado actor estadounidense de dilatada trayectoria tanto en cine como en televisión.
NUEVE: El aspecto visual.
El secreto de la estética, de la imagen, de la fotografía de “Breaking Bad” en gran medida reside en el escenario natural: la ciudad de Albuquerque. Ese árido ambiente geográfico al cual llega la serie, según se cuenta, casi de casualidad. Los costos de producción no resultaban fáciles de afrontar en el estado de California -donde estaba ideada la ambientación inicial- y las facilidades impositivas y de costos operativos que ofrecía el estado de Nuevo México inclinaron la balanza para llevar allí la filmación. Como decimos en Argentina, “la pegaron”. El desierto, la sierra de Sandía, la vegetación escasa e inconfundible, ofrecieron una escenografía que se erigió en pieza clave, otorgando un marco estético y climático decisivo a la hora de catalogar a la serie como un clásico.
Pero además del marco geográfico, la estética de la serie está cuidada desde el primer fotograma al último. En los vestuarios, en los decorados, en los elementos, en los vehículos, en los objetos tan bien registrados en cada plano detalle. En todo. Cada personaje ofrece una gama de colores propios -se destaca sin dudas el morado o púrpura que rodea a Marie Schrader-, y cada mini historia brinda un enfoque visual trabajado, pensado, fundado. Estéticamente, “Breaking Bad” marca un antes y un después, sin dudas.
DIEZ: La musicalización.
Ecléctica, exquisita, soberbia. Desde el tema principal de títulos compuesto por Dave Porter, pasando por todos y cada uno de los temas seleccionados bajo la supervisión de Thomas Golubic, hasta el final con Badfinger, la banda británica producida por el beatle George Harrison. Uno de los puntos altos de la serie. Con perlas como la aparición de “Los Cuates de Sinaloa”, o “Crapa Pelada” sonando en el tocadiscos de Gale Boetticher, o el toque argentino con “Quimey Neuquén”, remix de Chancha Via Circuito, original de “Los hermanos Berbel” interpretada por José Larralde -suena en una escena clave y fundamental-. Y también con el silencio, como sucede en varios capítulos en los que -salvo la intro- no hay música, y en los que la banda de sonido es aportada por la geografía, los personajes y sus acciones.
Existen muchos otros motivos, variadas razones y extensas fundamentaciones que se pueden agregar y de hecho, pueden encontrarse en miles de sitios, blogs y cuentas de redes sociales que se han creado al efecto. Elegimos estas diez razones porque nos parecen las más fáciles de argumentar y además, las más dignas de destacar. “Breaking Bad” está ahí, a tiro de visionado, a punto de esperar a más espectadores con ganas de emprender una maratón que arranque en el 1 y termine indefectiblemente en el 62. Porque al mismo ritmo que el correcto profesor de química se irá convirtiendo en un monstruo impulsado por su incontenible avaricia y sed de venganza con la vida, el espectador irá “volviéndose bueno” a la hora de elegir una serie. Una serie que, por eso mismo, tiene un efecto colateral: ninguna ficción será fácil de mirar después de ver “Breaking Bad”. La creación de Vince Gilligan eleva el umbral de exigencia del espectador. Por eso es una serie para ver, para rever y para volver a ver cada vez que haga falta.
“Say my name”.