26.08.2020 El siguiente texto está compuesto por mensajes de textos que envía desde el Hotel Yaguarón en situación de aislamiento, una profesional de la salud a la espera del resultado del hisopado de covid 19. Pero por momentos da la impresión que dichas líneas o mensajes de textos, pudieron ser escritas desde el exilio o la prisión. Los mensajes están cargados de una significación, donde el ser humano se encuentra ante su sentimiento de finitud, donde la muerte es una amenaza que puede cruzar la puerta de un minuto a otro. Memorias de un aislado de covid 19 es el reflejo concreto de los sentimientos y emociones que asaltan a una persona aislada a la espera del resultado del hisopado, con la posibilidad de contraer el virus.
Soy un pelícano.
Para Marcelo
Mensaje 1: “Estar aislada por riesgo de tener coronavirus no es agarrar un bolso e irte de tu casa a esperar, ojala fuera eso. Estar aislada es dejar en tu casa a tu familia, a tus afectos, que te extrañan y te necesitan. Estar aislada genera angustia e incertidumbre porque, y es la realidad, no sabes que puede pasar; entonces te asaltan sentimientos encontrados, fe y buena onda hasta que te atraviesa la cuota de “realidad”. Extraño mucho a mi familia y mis hijas a mí, hacemos video-llamadas pero no alcanzan, ellas me quieren abrazar y yo a ellas, con la mejor cara por supuesto para que no se preocupen. Ojala pase pronto todo esto porque la verdad, es que duele mucho.”
Marisa acaba de escribir de un tirón aquel mensaje de texto, que no vuelve a leer antes de dejar el celular sobre la cama. Una amiga en común le pasó el número de teléfono de un periodista, que quiere retratar lo más fidedigno posible lo que siente una persona aislada por relación con el virus o un infectado del virus, un contacto estrecho que le llaman. Se recuesta sobre el colchón y abre los brazos, cierra los ojos y se imagina como un ángel vencido sobre la cama. “Fue como una especie de vómito lo que escribí” pensó y se sintió mejor. Esa comparación la hizo acordar a lo que decía un poeta francés, sobre el acto de escribir poesía, también la hizo acordar a los pelícanos. Los pelícanos comen hasta darse una atracón, luego vomitan y se van a un lugar solitario y en ruinas, se sumergen en una dulce melancolía o depresión y se dejan llevar por la corriente del agua, hasta que la indigesta pasa y vuelven a repetir ese círculo. Eso le había contado una de sus hijas, lo había visto en un documental sobre las aves más extraña de mundo. ¡Claro!, ella misma ahora es un pelícano, tumbada en la cama, con una pesadumbre en el estómago, aislada en un hotel lujoso, lujo que no es más que ruinas a la que la arrojó un cazador silencioso, invisible, diminuto, tan diminuto que algunos no creen que exista. Pero Marisa está ahí ahora, sola y angustiada y con un pensamiento recurrente… “puede fallar”.
Marisa vuelve abrir los ojos, como si hubiera saltado de su mente. Lo abrió de pronto, de golpe, como si la invadiera un destello de luz o una idea brillante. Pero no está alegre, camina, se vuelve a sentar, no puede dejar de pensar en sus hijas, amigos, familiares. En ese momento entiende que hasta los protocolos de su formación profesional; tabalean ante la posibilidad de tener en el cuerpo a ese enemigo invisible, que la arrojará dos semanas más en reclusión, en un hotel lujoso en ruinas, donde ella se siente descompuesta como un pelícano. La sola idea del posible hisopado positivo, le llenaron los ojos de lágrimas, y otras ves el pensamiento recurrente… ”puede fallar, mis hijos.” Prácticamente mareada por los pensamientos, agarra el celular y vuelve a escribir un mensaje de texto al periodista, piensa que aquel contacto la puede distraer un poco.
Mensaje 2: “Me siento una presidiaria, no solo por el confinamiento (que uno sabe que tiene un punto final) sino porque no sabes si todo va a estar bien. Cuando uno está apresado extraña todo, simplemente porque estas en contra de tu voluntad. Que se entienda, uno está donde TIENE que estar y no donde desearía, por eso hablo de contra la voluntad. Extraño mi mate, mi patio, mi perro, la luz de mis ventanas….todo.”
Deja el celular arriba de la mesita y se siente más tranquila. La invade una cierta calma, acordarse de las cosas que extraña, vivirlas con la piel, la luz que entra desde el jardín, la sucesión de esos elementos seccionados por la memoria, parecen haberla arrojada a un tanque australiano, lleno de agua mansa. Ahora camina hasta la ventana de la habitación y observa el contra-frente del Hotel, inmóvil, quieto, inerte, siempre igual, a veces algún pájaro rompe la inmovilidad de esa postal de hotel lujoso, que más bien es un hospital. Pero el acto de mirar hacia el exterior la hunde paradójicamente en su niña interior. Y ya no se dibuja la triste anatomía de esa postal de “hospiotel”, sino que ve niños corriendo en la calle, hay una niña feliz que se llama como ella y está peinada con las trencitas, como en el portarretratos del living de la casa, que antes de llevarla a su casa ni bien se casó, estaba en el modular de la casa de sus padres. La foto estaba mirando hacia las largas mesas con manteles del domingo, una postal de una familia italiana, de una película de Felini quizás, y está su padre y su madre y sus abuelos.
Algunas voces en el pasillo la quitaron de aquellas visiones y la devolvieron a la realidad, y otra vez al resultado del hisopado y a la angustia. Mira hacia la puerta como si fuera a entrar los alemanes y ella fuera una niña judía que no llegó a esconderse. Quiere que sea el personal que viene a notificarla sobre el resultado del hisopado, pero no quiero tampoco. Y si le dicen que sí, que es positivo y no sólo tiene que aislarse, sino que ahora puede empeorar al saber que ese enemigo casi invisible, vive en ella ahora con sus garras y sus colmillos, que pasea su mirada por sus venas, que se alimenta de su sangre, que respira su sangre. Y si empeora y si del hotel que es una especie de buzón en la Unidad Penal, la pasan a terapia, prácticamente la antesala a lo desconocido. ¿Cómo será estar solo en terapia infectado de covid?, con el enemigo invisible saltando sobre tus pulmones, donde tu familia está cada vez más lejana y más lejana, tan lejana que hasta quizás no vuelvas a verla nunca más. ¿Se morirá uno de llanto antes que de covid? ¿Será la tristeza la estocada final a sus víctimas? ¿Te mirará a los ojos, reirá o llorara contigo antes de asfixiarte por completo? Pero si es negativo, “si el resultado es negativo voy a girar mi vida” piensa y vuelve a tomar el celular.
Mensaje 3: “En este “pensar obligatorio” me di cuenta que los problemas que tuve, hablando de los cotidianos, ocurrieron en mayor medida por no sentarme a pensar, hacer pausas y rever, la vida es un continuo de tomar decisiones, y yo las estaba tomando a todas sin el respeto que se merecían. Pienso también transmitir a lo que pasan por lo mismo, que seguro superó cosas peores, que se aferre a eso. Que no se deje cegar por el miedo. Y a los demás decirles que no es difícil lo que tenemos que hacer: distancia, barbijo y lavado de manos. Y que tomemos en serio esto que lamentablemente nos tocó vivir: es una pandemia más, si hacemos las cosas bien, así como vino se irá. El hacer cosas por el otro (que es cuidarnos) nos está transformando, nos está dejando ser mejores.”
Ahora las voces son palabras claras. Efectivamente es el personal de salud. Tocan la puerta. Marisa siente un leve mareo, se vuelve a repetir que es doctora, que no puede reaccionar así pero no mejora con ese pensamiento. Una puntada se le reafirmó en el estómago y las risas de sus hijas invadieron la habitación como si estuvieran ahí. Dos ángeles atravesando el mundo con su aliento que ahora le pega en las mejillas. Abre la puerta. Ve dos médicos, dos siluetas dibujadas en una espesura de un hotel lujoso en ruinas, y ella es un pelícano que se acaba de atracar con pescado, está por vomitar, la cabeza le pesa. Los médicos están parados en la puerta, no llega a distinguir si tiene los barbijos puestos. Vienen a decirle el resultado del hisopado.