Corría el año 2001 y mientras el país se descascaraba Lucas Salandari, fiel a sus antepasados de trabajo, decide abrir una pizzería en Roca y Ameghino llamada “Lo de Nito” para costear sus estudios. Unos años más tarde Lucas dará apertura a un bar llamado Pucara, por lo que su padre José “Nito” Salandari quedará al frente de la pizzería 12 años hasta el momento de su deceso. Pero la esquina donde aún funciona la pizzería, también está impregnada de la historia de los abuelos de Lucas, tanto por parte de padre como de madre, así se remonta desde el tiempo un grito de trabajo y compromiso social que no puede quedar afuera.
Más que una pizza.
El color amarillo de la muzarella, el aceite justo, el olor ahumado, ni fina ni gruesa, ni crocante, ni blanda. Las pizzas que salían volando por la venta de “Lo de Nito”, todavía quedan en la memoria de los nicoleños, como uno de los mejores productos de la zona. Montada en calle Ameghino y Roca, detrás del quehacer de la pizzería que aún abre sus puertas al público, se teje una historia de sacrifico, compromiso y trabajo.
Historia que nos pone una vez más, ante el anaquel indómito que el capricho del poder no podrá torcer nunca. Los por mayores y menores de esta historia, sobreviven en el relato de los hijos, de los nietos, de los vecinos, para llegar a las página de un diario y asomar así a la posibilidad de dejar sostenida en el tiempo, una atrevida mancha de café navegando en el mar, una lujuriosa gota de luz en las tinieblas del olvido.
La presente historia como cualquier historia, tejida con paciencia de araña, quizás quede incrustada en el patrimonio de la ciudad, como sacando pecho, ensuciándose las manos, sudando, riendo. Como lo hizo José “Nito” Salandari, amasando en el silencio de la ochava de calle Ameghino y Roca, sin saber que el sacrifico sostenido en el tiempo, aunque anónimo, va dejando una impronta susceptible de ser narrada.
La historia está a punto de salir del horno, ahora la benevolencia del lector debe hacer el resto: adoptar esta historia como si fuera suya.
Los inicios.
Lucas Mariano Salandari había cumplido 25 años y no tenía trabajo fijo, como él lo dirá “changueaba.” Quería empezar a estudiar lo que hoy es su profesión: Profesorado de Educación Física, con el tiempo también obtendrá el título de Guardavidas. Corría el año 2001 y el país se descascaraba, la crisis económica llevó al recordado y triste 19 y 20 de diciembre donde mueren 39 personas, pidiendo que el presidente Fernando de la Rúa y su equipo abandonen la presidencia. Bajo una plaza colmada al grito “que se vayan todos”, el presidente abandona La Casa Rosada en un helicóptero.
“Yo vi el derrotero y el sacrifico, la tristeza de mi padre, que a pesar de su compromiso social y su honestidad, no había podido por tener un trabajo fijo o digno que luego no se cayera, entonces me dije, tengo que estudiar y me anoté en el profesorado de Educación Física. Pero ahora tenía otro problema, cómo hacía para mantenerme y pagarme los gastos mientras estudiaba”, expresa Lucas.
José “Nito” Salandari trabajó la gran parte de su vida como obrero de fábrica en diferentes compañías. En el año 2001 la tristeza saltó sobre el cuello del país, más aun sobre la clase trabajadora que ya venía sufriendo la década de privatizaciones en los años 90 con el Menemismo. La privatización de la industria nacional aniquiló una gran cantidad de puestos de trabajo. Entonces Nito junto a su esposa Norma Puleo, abrieron una suerte de pequeño mercado de verduras y carnes, que con el tiempo se fundió. Finalmente “Nito” terminó siendo chofer de un remis nocturno contratado. Tras el cartel de derribo del mercado, el local de calle Ameghino y Roca ahora reunía los muebles y los elementos en desuso de la casa. Pero el caos y el desorden de la esquina abandonada, se re-significo en la creatividad de Lucas, el invisible ajedrez de la historia no desaparece, el patrimonio de historias y voces que aun resonaban en las paredes del lugar, donde anteriormente sus padres habían abierto un mercado en el lugar, operó una idea en aquel joven de 25 años: abrir una pizzería.
“Mi madre tenía un horno pizzero en la casa, se lo había comprado porque cocinaba y vendía tortas, pero no lo había podido conectar. Pero no tenía plata, cuando se lo dije a mis padres y mi abuela, me decían que no, que estaba loco. Mi hermana trabajaba bien en Rosario, entonces le digo si me presta 1000 pesos. Todavía tengo guardada la nota que me envío junto al dinero: “no lo despilfarré, que es mucho sacrificio.”
Los abuelos de Lucas.
Orlando Salandari llega de Italia a la Argentina a los 4 años de edad y sus padres lo llevan a vivir al campo, a Molina más precisamente. Orlando ya mayor se traslada a La Emilia a trabajar en la fábrica de hilados.
“Mis dos abuelos, Orlando Salandari por parte de padre y Puleo por parte de mi madre, trabajaban en la fábrica de La Emilia. En mi familia siempre se recuerda un hecho relacionado a la muerte de Eva Perón. Cuando muere Eva los obreros de la fábrica, entre los que estaban mis abuelos, se vienen caminado de La Emilia a San Nicolás. Produjo mucha congoja porque la dignidad a los obreros de La Emilia se las dio el peronismo, antes trabajaban en condiciones pésimas.”
La familia Salandari y la familia Puleo, enlazan su destino desde varias generaciones atrás, ya que ambos bisabuelos de Lucas vivían en Molina antes de habitar San Nicolás, más precisamente en La Emilia. Cuando su abuelo Orlando dejó La Emilia y se vino a vivir a San Nicolás a calle Ameghino y calle Roca, casa amplia que recorre toda la ochava y es donde hoy funciona la pizzería.
“Mi abuelo materno Juan Puleo, además de trabajar en la fábrica de La Emilia, también lo hacia como constructor con su padre. Todavía frente a La Plaza Mitre hay algunas casas construidas por él, en el frente de esas casas aún se conserva la placa con su nombre: Juan B Puleo Constructor. En La Emilia también varios Chalet de los dueños de la fábrica, también los construyeron los Puleo.”
Lucas recuerda con cariño el escaso ánimo social que tenía su abuelo Oorlando Salandari y también las aventuras con su abuelo Juan Puleo por Bs As: museos, casa de Gobierno, Plaza de Mayo, el famoso Ital Park, el Obelisco, el Cabildo. Asegura que el sentir del peronismo abrazó a las dos familias por igual y que entrada la democracia, las dos ramas de su familia votaron a Luder en aquella elección en la que gano Raul Alfonsín y triunfó la democracia.
Desde la Iglesia de La Emilia creció el compromiso social, la ayuda por los más necesitados. En aquel tiempo paradójicamente era pecado pensar en los pobres, por lo que los padres de Lucas tuvieron que tirar libros a un escusado que había en la parte de atrás de la casa de su abuela materna, cuando una redada militar aterrorizó al pueblo de La Emilia.
“Mis abuelos siempre tuvieron una posición política, mis padres también. Durante la Dictadura tenían una posición definida, no eran a-políticos. Mi viejo junto con los hermanos de mi madre, fueron en un colectivo que salió de San Nicolás rumbo a Ezeiza, cuando volvió Perón después del exilio”.
Lucas no consta con muchas referencias con respecto a lo laboral de su abuelo, pero la única que tiene la conserva como un tesoro:
“Mi abuelo Orlando era pintor, y me acuerdo que en una oportunidad estaba con mis amigos por desayunar en el Bar Citex, cuando se acerca el dueño y me pregunta mi apellido. Se lo digo me dice que mi abuelo iba siempre a pintarle el lugar, me acuerdo que fui corriendo a contárselo a mi padre y él me lo confirmó, es la única referencia que tengo de mi abuelo con respecto a su labor, también lo que dicen, que eran un gran pintor, de los mejores.”
Pasado los años Nito Salandari (hijo de Orlando) se casa con Normal Puleo (hija de Juan) y en la ochava de Roca y Ameghino construyen una casa en el piso de arriba, donde criaron a sus hijos, entre ellos a Lucas quien con el tiempo abrirá la pizzería en la que queda al frente definitivamente Nito, cuando Lucas da apertura a un bar llamado Pucara.
Foto: Jose Nito Salandari
Nito al timón del barco.
A dos años de la apertura de la pizzería, Lucas abre un bar llamado Pucara. El bar dejó una huella en la memoria de la ciudad, por lo que hasta el día de hoy continúa siendo un local nocturno, hoy en día se yergue en el lugar el Bar Alambique. En aquel entonces la Pizzería queda totalmente en manos de José “Nito” Salandari.
“El negocio se terminó transformando en un proyecto familiar, ya que también se comprometió mi madre y mi hermana. Con el cambio de gobierno y de economía, la venta fue creciendo, todo fue mejorando, el consumo se reactivó y el negocio le permitió a mis padres acceder a beneficios que antes no, se pudieron ir de vacaciones, se compró un auto, se puso una pileta.”
Las personas cuando se inspiran en la charla y apelan a recuerdo agradables en su memoria, un brillo particular asomo por los ojos. Ahora Lucas arranca del olvido una imagen que pareciera conservar en las alturas: a Nito amasando en fuentones la masa de las primeras pizzas. A medida que la venta aumentaba, diferentes empleados lo ayudaban en la tarea.
“Siempre fue un auto-didacta, no sólo a la hora de cocinar la pizza que todos buscan, sino que también con todos los oficios que aprendió levantó el negocio: construyó la ventana de calle Roca y la colocó, tiró paredes y volvió a levantar, el negocio fue mutando y él lo fue diseñando y dando respuestas manuales a las exigencias de esas reformas.”
Hoy en día Lucas encarga las pre-pizzas ya amasadas pero no al azar, sino a un elaborador que se acerca mucho a la masa de Nito, quien falleció en el año 2013 después de estar 12 años al frente de la pizzería:
“Mi profesión me demanda tiempo, además Prender el horno, amasar, cocinarlas y apagar el horno, luego por la noche volver a prenderlo para vender las pizzas: o compro las pre-pizzas o cierro el negocio”.
Lucas se va inspirando y acudimos entonces a una explosión de magnesio, que haya congelado algún momento de los inicio de la pizzería
“En la única foto que conservo de los primeros tiempo de la pizzería, se ve el frente del negocio y un cartel que dice Muzarella especial y Fugazeta, y tenía unos redondelitos para ponerle el precio. Lo que hoy se vende tan poco pensé en colgarlo de nuevo.”
En la ochava de calle Ameghino y Roca, todavía se encienden los hornos y como en un ciclo interminable, las voces y la historia se pone en marcha, en otro tiempo, con otros rostros, donde todavía resuenan los ecos, ese fuentón donde Nito amasaba, esos gritos de dignidad y llano de los viejos Salandari y Puleo cuando llegaron caminado a la ciudad dese La Emilia para velar a su jefa espiritual. Todavía en un banco de plaza a las puertas de la pizzería, Lucas sin saberlo quizás, sigue resumiendo la sangre y la historia de sus abuelos, cuando puso a rodar un proyecto gastronómico para pagar sus estudios. Que la historia entonces tenga un lugar para ellos, los héroes anónimos que han construido con el sudor de su labor y su compromiso, parte de la historia de esta ciudad. Que marche una Especial para Dios entonces que a veces se olvida de hacer justicia.