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Avispero Político

El hambre (las obras) y las ganas de comer

Por El Lonja

23.10.2019 En esta columna, más de una vez, nos hemos hecho la pregunta del millón: qué cuestiones ponderan, privilegian o en cuales prefieren hacer la vista gorda, les vecines de una ciudad de nuestra ciudad cuando definen el voto a intendente? A los manotazos buscamos respuestas, hemos abusado de dar consejos sin que nadie nos los pidiera. Pifiamos fulero, exagerando adjetivos que salían –a veces- salpicados de vino. Osamos provocar alguna discusión que dispare nuevas grietas, que nos barajen y mezclen de nuevo. ¡Ay, que ejercicio placentero coincidir con quien no coincidiríamos en nada! Eso es un poco la política también. Las sociedades se redefinen constantemente a través del ejercicio de posicionarse ante diferentes y variadas grietas. Obsesionarnos con una, es un poco achicar la cancha y las tribunas. Por tratar de desafiar ese lugar común, el pensador de La Infiel ha recibido elogios y puteadas en iguales proporciones. En el caso de hoy, para seguir en el mismo camino del éxito, vamos a meternos con un típico pensamiento progresista sobre la valoración de las obras públicas, dependiendo quien las ejecute.

Allá por 1904, San Nicolás tuvo un intendente llamado Serafín Morteo que provenía del comercio y la usura local (algunos le llaman la banca, aclara El Lonja). Gobernó durante tres períodos consecutivos y para la mayoría de los historiadores de la zona es considerado como el Messi de la obra pública de este pago. De sus gestiones (murió al inicio de su cuarto mandato), los nicoleños heredamos la pavimentación de algunas avenidas y tres edificios públicos de notoriedad para la ciudad: los Tribunales, el Palacio Municipal y el Teatro Rafael de Aguiar. En una de las mesas del bar de este histórico teatro, El Lonja ha visto -y escuchado- a reconocidos progresistas locales, postear enardecidos sobre el pecado de hacer mega obras, “¡mientras el pueblo pasa hambre!”. Como si la réplica del Colon que tienen detrás, hubiera sido construida en épocas de socialismo utópico. El teatro municipal tardo más de lo previsto en inaugurarse, y se financio en gran parte con unos bonos de deuda que emitió el Municipio y que compraron vecinos distinguidos de la sociedad patricia de la época. Seguramente, se hubiera podido hacer con ese dinero inversiones mucho más beneficiosas para el pueblo que sufría necesidades en aquellos días. Pasó más de un siglo ya, y a todos nos sigue gustando fanfarronear ante los visitantes de poseer una maqueta del teatro lírico más importante del país, incluidos quienes hoy reniegan desde sus veredas contra la construcción de un autódromo o un estadio de fútbol. 

Si volvemos a la pregunta original acerca del sentido que guía o debería guiar al electorado, vamos a encontrar dos caminos principales en la búsqueda de respuestas. Uno supone que la sociedad debiera guiarse por cuestiones ideológicas, ideas altruistas como la paz en el mundo, la igualdad, la soberanía o la inclusión social. Dentro de ese esquema de pensamiento, al momento de juzgar a un intendente nada parece ser más importante que examinar lo mucho o lo poco que ha hecho para combatir el hambre o la desocupación. En el otro extremo del abanico de posibilidades, una tribu autóctona suele sostener que el sentimiento que guía la decisión de la mayoría del electorado es de carácter lógica. En este caso, se considera que cualquier ciudadano entiende que para el mortal que sea elegide intendente, son muchas más limitadas las posibilidades de terminar con la desocupación en la zona que las de construir un estadio de fútbol. ¿Esto quiere decir que la gente prefiere estadios de fútbol antes que pleno empleo? Claramente no. Lo que en todo caso evalúan les ciudadanes, es que hay gobiernos que hacen estadios y otros que no. La discusión a la que todo el arco político le escapa, es porque en aquellos años donde la desocupación en la era del 6%, y el comercio florecía vertiginosamente no se pudo ejecutar un plan para que la ciudad dejara de darle la espalda a su principal belleza natural: el río. Como hemos dicho en otras notas, a veces las familias no piden más que un espacio verde donde apoyar la reposera en su día de descanso.

Es interesante observar en las redes, la cantidad de declarados votantes no macristas que estuvieron desde temprano en el estadio para poder ser parte de algo que ya es patrimonio de esta ciudad. Poco importó si en algunos años el coloso de la Av. Rucci tiene los pastos de un metro de altura o sus plateas lucen como la dentadura original de un anciano. La lógica: hasta ayer no había nada, hoy 20 mil personas viviendo una noche mundialista, transmitidas por una app de celular. Construir sentido, la política también es eso. Denostar estas obras, desacreditarlas en función de otras políticas deficitarias como la salud o la educación, es reñirse incluso con el votante propio.

Los 90 fueron un poco así, grita un dirigente de los ochenta. Di Roquismo y Yogurt Time. Paddle y remises compartidos. El status quo político local sobrevivió a fuerza de cloaca, pavimento y juegos bonaerenses. El pueblo no culpabilizó inmediatamente a la dirigencia política local de las privatizaciones y el anárquico emprendedurismo de la época. El Lonja siempre recuerda a la almacenera María. Comerciante de barrio, perteneciente a una especie ya extinguida incluso antes de la llegada de los chinos. Mientras María despachaba, de fondo se escuchaban las novedades del conflicto de Somisa, aquella señora balbuceaba anotando cifras y productos en la libreta de la esposa de un todavía somisero: “¡Ahora van a tener que trabajar igual que todos, estos vagos!”. El voto de esta gente vale lo mismo que el de cualquiera, por eso hay que analizarlo. Construir sentido. Algo más difícil -incluso- que ganar elecciones.

Para poder estar el sábado pasado en la inauguración del estadio, hubo mínimo diez mil personas haciendo colas en los distintos puntos de entrega de entradas. Una muy buena experiencia hubiera sido ir a conversar con elles, volantes y mate en mano. Hubiera habido sorpresa. Se podía ver -según dicen- a manuelistas y cecilistas mezclades en las largas filas. La grieta se hace dinámica. El Lonja no fue al estadio, pero es inevitable que la zona le recuerde su infancia. A pocos metros del predio, un Lonja adolescente, solía siestear con la gomera por aquellos baldíos cubiertos de basura y osamenta. Para sus padres, la zona era casi la frontera con el indio…y al atardecer, solía volver pensativo de la aventura. A su paso, cruzaba solitarios a los obreros del frigorífico Carsigom. Caía el sol, y ellos encaraban la negrera faena. 

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