06.06.2019
Dirigente de Comisión Interna de UOM y militante de Derechos Humanos. Sufrió los martirios de la cárcel como preso político, debido a su lucha solidaria para con los pobres y los trabajadores. Carlos “tarucha” Gómez parece haber venido al mundo para cargar sobre sus espaldas el dolor de los más necesitados. Un 4 de junio de 1976 la dictadura militar se lo llevaba detenido para encarcelarlo por 5 años. Esta es la historia de un luchador que ha escrito con el sudor de su dolor, las páginas de una historia que se esfuerza por hacer de este mundo un lugar más justo.
Entre la lucha y la cárcel.
El 4 de junio de 1976 es una fecha que nunca podrá olvidar Juan Carlos “tarucha” Gómez, tampoco su familia. Nunca pensó que ese día a las 19:00 hs, un grupo de militares golpearían con violencia la puerta de su casa mientras se estaba bañando, para media hora más tarde hacerle conocer el olor a quemado de su carne. Apenas si llegó a vestirse para salir al zaguán, cuando el mundo se apagó ante su vista bajo una capucha. Con la capucha puesta el juez Federal Luis Miles, quien era un Sargento retirado del ejército, lo acusó de Asociación Ilícita, a ciegas también le pegaron y lo torturaron. Lo desnudaron, lo ataron a una cama de hierro y lo picanearon en diferentes partes del cuerpo, mientras sonaba una música fuerte, que al “tarucha” todavía le suena a un rock. Cuando el mundo se volvió a dibujar en su vista, ya estaba en la Unidad Penal N° 3 de San Nicolás, luego lo trasladan al Penal de Coronda, Luego al de La Plata, para finalizar su periplo en el psiquiátrico de la Unidad Penal de esa misma ciudad. Tenía 19 años.
Carlos “tarucha Gómez”.
Carlos “Tarucha” Gómez es oriundo de Andalgalá, provincia de Catamarca, donde vivía con su padre y su abuela paterna Lucrecia. Su madre Blanca Uribio murió a las 5 horas que Carlos nació, a la cual todavía llora a sus 63 años. De niño lo consolaron diciendo que había muerto por una enfermedad, pero los años maduros le revelaron la verdad. Su madre murió desangrada a raíz del parto. Su padre trabajaba en una tejeduría y recorría los pueblos de montaña llevando los hilos para los telares, luego se queda sin trabajo y viene a San Nicolás a trabajar en Somisa. Meses después arriba Carlos con su abuela paterna Lucrecia. Tenía 8 años. Primero asiste a la escuela N° 16. La casa de su infancia estaba ubicada en el corazón del abrojal, en calle Bolívar 378. Su profunda espiritualidad religiosa, lo llevó a ser monaguillo el Padre Jorge en la Iglesia Lujan. Los sábados a la tarde iba al cine en el Colegio Don Bosco, donde conoció los ejercicios espirituales y de acción solidaria de los Salesianos.
Lucrecia Abuela paterna de Carlos Gomez
“La gente que venimos del Norte, sobre todo los Coya y los Diaguitas tienen una raigambre religiosa y espiritual muy fuerte, recuerdo ir a misa de niño y ver al sacerdote dar la misa en Latín y de espaldas. Yo soy descendiente de Diaguitas, muchos de ellos vinieron como esclavos del sur de Brasil, como la familia de mi madre. La cuestión solidaria también me llega de aquellos lugares, la gente del pueblo era muy solidaria, existía mucho el trueque, por ejemplo mi familia tejía, amasaba y criaba cabras, y cuando se ordeñaba o se hacía queso, se repartía a otras familias también. Vivir entre todos era una ley.”
Tarucha junto a Naldo Brunelli
4 de junio de 1976.
A los 19 años trabajaba en un taller de tornería, finalizada la jornada laboral se cambiaba e iba a la escuela Técnica a N° 2 a estudiar la tecnicatura en tornería, es tornero con título. Pero su costado social nunca lo abandonó. La vocación de Jesús se le metió en la piel, avocó su vida a ser solidario con el prójimo. Trabajaba en iglesias y Comisiones Vecinales, con un pensamiento político que desarrollaba en agrupaciones como La Felipe Vallese y la Juventud Trabajadora Peronista.
“El día que me detienen, habíamos comido un asado de achuras. Hacía mucho frío, cuando me voy a bañar me llevo la estufa a querosene. Cuando salgo del baño le digo a mi abuela Lucrecia si quería que le deje la estufa, es ahí cuando siento una explosión que venía de la puerta de calle. Los militares entran, alguien pregunta por Juan Carlos Gómez, digo que yo. Siento pasos arriba del techo. Me dicen que tengo que acompañarlos, me dejan vestirme y antes de irme lo miro a mi hijo mayor Paulo jugando arriba de la cama con un año y nueve meses de nacido. No llego a pisar el zaguán que me pusieron una capucha.”
Lo llevan a la comisaria primera y estuvo toda la noche encapuchado, el miedo agudizaba el frío. Con la vista negada, la atención se agudizaba en lo auditivo. Escuchó lamentos, llantos y quejas toda la noche, voces jóvenes que gritan nombres, pedían por su padres o por dios. De fondo también música, gritos de dolor, las rejas de los calabozos que se abrían y cerraban, cuando arrojaban cuerpos dentro o los arrancaban arrastrándolos por los pasillos. No sabe cuántos días pasó con la capucha puesta. Hasta que la puerta se abrió, lo sacaron del calabozo. Solo recuerda que dobló hacia la izquierda hasta que escucha una voz.
“Hola tarucha, así que vos sos el famoso tarucha, así que te gusta matar los pibes de los jardines de infantes poniendo bombas, así que andas metido en la isla haciendo simulacros de guerrilla” No tuvo tiempo a decir que en su vida había agarrado un arma, le pegaron una piña en el estómago y lo siguieron golpeando en el piso. Hasta que lo desnudan y lo atan a una cama de hierro donde lo torturaron mientras sonaba una música a alto volumen, que Gómez recuerda como un rock and roll.
El periplo por varios penales.
Antes de perder el conocimiento, recuerda a los militares comer empandas y pedirle que hable, que cante. Cuando se despertó seguía encapuchado y tenía mucha sed. Pensó en tomar su propia orina si no estuviera atado. Luego lo meten en un camión celular y cuando llegan a la puerta del penal de San Nicolás, le quitan la capucha. Apenas ingresa lo meten en los buzones, donde iban a parar los presos políticos que más golpeados y torturados estaban. Pasadas unas semanas lo trasladan a Sierra Chica en avión. En el viaje los golpean y hacen simulacros que los van a arrojar vivos en pleno vuelo. Una vez en el penal de Sierra Chica lo meten en una bañera con hielo debido a los golpes, luego ingresan al calabozo 11, donde se alojaban a los presos políticos del peronismo. En el pabellón 12 estaban los presos políticos del Ejército Revolucionario del Pueblo ERP. Estuvo varios meses sin salir del calabozo, se quiso ahorcar y escuchó una voz, no sabe si Dios o la conciencia, luego se pescó la sarna.
“El encierro me había vuelto loco, estuve 5 meses sólo en un calabozo sin salir a recreo, había encontrado un papel de diario, el cual había leído tanto, que ya lo leía de atrás para adelante”
A la hora de recibir la sentencia, lo trasladan nuevamente al Penal de San Nicolás, después lo llevan al Penal de la ciudad de La Plata. De aquel lugar particularmente Juan Carlos recuerda el partido de la semifinal del mundial, en el que Argentina le gana 6 a 1 a Perú.
“Pasaban con los palos y golpeaban las rejas, decían “esta noche van a bailar”. Nos desnudaron y nos manguereaban con agua fría, pleno invierno. Luego nos acostaron y nos pegaban con los bastones en la planta del pie. Ese día desaparecieron muchos chicos, ya que la sociedad estaba atenta al partido de fútbol, los militares aprovecharon la jornada”
Finalizó sus días como preso político, detenido en la Unidad N° 20 del Hospital Psiquiátrico Borda de la ciudad de La Plata. “Delincuente subversivo Juan Carlos Gómez, nombre de guerra “tarucha” perteneciente a la organización Montoneros” esa fue la catalogación con la que ingresó a todos los Penales, y la catalogación con la que le dieron la libertad, una mañana del mes de febrero de 1981. Salió a la calle acompañado del personal del Psiquiátrico, le preguntan qué quiere comer, Juan Carlos dice “un sándwich de salame y queso”, esperan que se lo coma y se tome una coca-cola que conoció por primera vez, le compran el pasaje en tren con destino a San Nicolás. Estaba tan perturbado que no lo asaltó la felicidad, incluso pensó en pleno viaje a qué penal le tocaría volver. Llego a San Nicolás y fue a buscar a su señora y a su hijo a la casa de sus suegros.
Entre los muchos dolores por lo que atravesó, hay uno que recuerda particularmente y se quiebra, se emociona. Su figura enjuta, sus rasgos fuertes que se esconden detrás de una barba larga, lo asemejan a un Quijote, pero que llora.
“El día que me avisaron que mi abuela Lucrecia se estaba muriendo, los militares me dijeron que me iban a dejar ir a su velorio. Preparé el (mono) y esperé, esperé y esperé en la celda. Nunca vinieron. Lucrecia murió de tristeza porque nunca más me pudo ver” Y llora, llora con un dolor profundo, como si el lamento lo arrancara de una caverna.
Pero la vida le dio revancha, cuando salió de la cárcel, trasladaron el féretro desde el cementerio de calle Francia hasta el cementerio Celestial.
“Presencié cómo sacaban el ataúd que estaba sanito, e hice el acompañamiento de un cementerio a otro” Y vuelve a llorar, pero esta vez con cierta paz.
Juan Carlos Gómez hoy: el referente de los trabajadores.
Mientras estuvo en la cárcel planeó lo que iba a construir en barrio Don Américo desde la vecinal. Y así lo hizo. Salón Comunitario, Escuela del barrio, plaza, veredas comunitarias y una gran huerta que aun recuerda el barrio. Volvió a trabajar y a estudiar. Se apegó al alcohol con el cual luchó y abandonó. Tuvo más hijos. Siguió luchando hasta el día de hoy. Primero ingresó a trabajar a la Usina por el Sindicato de UOCRA. Luego ingresará a trabajar en un transporte donde UOM tenía la representación gremial de los trabajadores. Juan Carlos Gómez organizaba a los trabajadores y hacían paros debido a la falta de sus derechos. Allí conocerá a Naldo Brunelli. Había conoció al Secretario General de UOM en el Penal de San Nicolás. El dirigente siempre recuerda la muerte de uno de sus compañeros, cuando lo encierran en un camión celular y muere a 45 grados de temperatura. Hoy en día “tarucha” Gómez se desenvuelve como Comisión Interna de la Unión Obrera Metalúrgica y Secretario de Derechos Humanos de UOM Seccional San Nicolás, la cual se creó a partir del impulso del referente de DDHH José María Budassi.
“Aprendí mucho de Naldo Brunelli, me protegió incluso ya en libertad, van a pasar muchos años antes de que vuelva un dirigente con la lucidas de Naldo. Brunelli confió siempre en mi a pesar de que me habían catalogado de ser “zurdo”, nunca se molestó por averiguar si lo era o no, sino que se fijó en mis valores y en mi capacidad de trabajo. Siempre fui peronista, soy de cuna peronista. Me marcó profundamente la alegría de mi abuela Lucrecia cuando recibió allá en Catamarca una máquina de coser que mandó Eva Perón.”
A sus 62 años continúa trabajando incansablemente, lleva adelante el legado de los trabajadores, que en su universo se resume en tres referencias: Naldo Brunelli, Cholo Budassi y el legado de Jesucristo. Difícil de abatir, no entra en sus parámetros el cansancio. Más allá de sus labores como dirigente sindical de contratista, excede su trabajo y siempre está dispuesto a dar una mano, dentro y fuera del sindicato, en un barrio, en un comedor o en una villa. La palabra luchador le queda chica, más bien le cabe la palabra gladiador, de quien dirá el Cholo Budassi a este que escribe “no cabe en el mundo del “tarucha” la palabra rendirse.”