23.04.2019 Gabriela Ahumada viene de transitar una vida dura. Salió adelante, pero no por eso dejó de saber que hay gente que sufre y siempre estuvo dispuesta a dar una mano. Después de dada de alta en una terapia sobre duelos, le diagnosticaron cáncer. Entonces comprendió que después de mucho tiempo debía encargarse de ella. La vida como una cruz invisible que cargó a sus espaldas, se le materializó en la médula. Su actitud y su fuerza, pueden ser vistas como aleccionadoras cuando la vida se mira cara a cara con la muerte, aunque ella siga pensando que es sólo cuestión suerte.
Una internación distinta
“Me fui a internar con una valija grande. Me llevé zapatillas, ropas con muchos colores, pantuflas, y las “panchas”, souvenires y mandalas, muchos mandalas, auriculares y libros. Una novela que sí leí y libros de autoayuda que no terminé de leer. Todos los días, distintas personas limpiaban la habitación y una enfermera hacía la cama. Yo les decía que no, que yo me acomodaba el lugar. Estamos acá para atenderte repetían, “pero si todavía me puedo mover, lo voy a hacer yo”, les contestaba. Así que bien temprano por la mañana, me ocupaba de los quehaceres de la habitación y me cambiaba como si estuviera en la calle, incluso me ponía zapatillas. Me di cuenta que mis actitudes sorprendían para bien al personal médico. La mayoría de las personas que se internan no se arreglan, usan pantuflas o se visten con ropas oscuras, yo jamás, siempre me vestía colorida. Solamente una vez usé un gorro negro porque era el único que tenía. Me hacen una quimioterapia fuerte para borrarme la memoria de la médula y se me cae el pelo.
Ni bien salí de la internación viajé hasta Baradero y pedí prestada una peluca. Mis compañeros de trabajo me decían que me ponga un pañuelo. Yo no tenía problema de usar un pañuelo, lo que no quería era explicarle a cada cliente por lo que estaba atravesando. No solamente yo iba a tener que explicar mi situación a los clientes, mis compañeros de trabajo también. Cuando salí de la internación, una señora comenzó a hacerme gorritos, entonces yo le compraba lanas de colores chillones y flúor. Mi mamá me retaba, me decía que así llamaba la atención. Lo que mi madre no entendía es que yo soy vendedora, vendo todas las ofertas del Banco donde trabajo, y como vendedora le desvío la atención a la gente. La gente me vía con el gorrito y les encantaba el color, no llegaban a notar la falta de cabello”.
¿Tengo cáncer?
“Yo vivo sola. Cuando estaba sola lloraba un montón. Cuando estaba con mi médico clínico que tengo confianza, también lloraba un montón. Una semana antes de internarme cito a una amiga mía y le pregunto si tengo cáncer. Vi su cara, sus gestos. Tengo cáncer. Listo. Me interno sabiéndolo. Pensó que lo tenía sobreentendido, ya que me veía hablar tan naturalmente de la enfermedad, pero no. A mí me habían dicho que tenía un mieloma. No soy una persona que dice “no quiero que todo el mundo se entere”. Apenas me lo dijo mi médico clínico me volví al trabajo y se lo conté a mis compañeros. Mi médico nunca usó la palabra cáncer. Todos mis compañeros se pusieron a buscar qué era un mieloma, porque yo no sabía cómo explicárselo. Una noche hice lo mismo y me puse a leer en Google, fue lo peor que hice.
-¿Es un cáncer?
-Es un mieloma
-Pero yo leí que es un cáncer.
-No leas más.
-¿Es un cáncer o un mieloma?
-Un mileoma que se trata como un cáncer.”
Yo, Gabriela Ahumada
“Yo, Gabriela Ahumada, soy muy creyente, tuve suerte y la sigo teniendo. Se la atribuyo a muchas cosas, soy de mucha fe. Primero creo que Dios me dio una mano y segundo tengo una personalidad que me ayudó a salir adelante. Me preguntaba cómo hago para medir mis palabras a la hora de hablar de mi enfermedad. Anoche pensaba en esta entrevista y me causó mucho dolor, porque hay quienes tenemos suerte y quienes no la tenemos. En lo personal me siento afortunada, pero a mi modista se le murió el hijo de 23 años de un cáncer. Quién tiene suerte y quién no. Anoche decidí que iba a venir a esta entrevista, pero tuve intención de consultarlo con mi psicólogo. Alejandro es el segundo psicólogo que llega a mi vida, anteriormente asistí a terapia con una psicóloga especializada en duelos.
Fui 3 años a terapia con la especialista en duelos. Había tenido una pérdida muy importante y necesitaba resolverlo sí o sí. Según la psicóloga no era el único duelo que tenía por resolver. También me había separado. Duelos en el sentido amplio de la palabra. Un día antes de la primera internación en el año 2018, comencé una nueva terapia con Alejandro. Él me buscó por medio de una amiga. Alejandro abandonó los estudios para ser sacerdote y estudiar psicología. Para mí tiene una especie de “don” y no es un decir. Además el Padre Ignacio siempre bendice su trabajo. No es cualquier psicólogo, para decirte algo, el paciente no se sienta enfrentado durante la terapia, sino a la par. Siempre tiene a mano la virgen de la Trinidad, el Sagrado Corazón de Jesús. Me dijo que me lleve agua bendita y recuerdo una breve conversación que tuvimos.
-¿Vos lo fuiste a ver al Padre Ignacio?
-Sí.
-¿Y qué te dijo?
-Que me voy a sanar.
-¿Y vos creés que te vas a sanar?
-En realidad no sé, lo único que sé es que estoy haciendo lo que los médicos me dicen”.
Descubren el cáncer
“Cinco meses después de dada el alta de mi terapia sobre duelo, me descubren el cáncer. Unos meses antes me habían extraído el útero. Para ser más precisa: me operé del útero en octubre del 2017, a fines de diciembre del mismo años comienza el malestar y los análisis. A fines de enero del año 2018 me confirman que tengo cáncer. Me entero que necesitaba dos trasplantes cuando voy a hacerme el primero. Por el tipo de mieloma, uno de los más espesos y complicados, necesitaba otro trasplante para limpiar bien la médula. En el primer trasplante me colocaron en la médula una cantidad de células y en el segundo trasplante las que faltaban.
Cuando comienzo a sentir un dolor en el costado de mi abdomen, fui al médico pensando que me había desgarrado. Me hacen una placa y no había un desgarro como pensaba. Pero me dolía y mucho, no podía levantarme de la cama. Los análisis tumorales me dan negativo, porque en octubre me habían sacado el útero y los análisis me los hice a principio de diciembre de 2017. En enero del 2018 comienzo con los estudios. Me hacen una tomografía y me salen lesiones osteolíticas. Después de este estudio mi médico clínico dice que no le gusta lo que ve. Entonces consulto a otro médico para tener una segunda mirada. Este segundo doctor me manda a hacer un análisis de gammaglobulina, los resultados arrojan el peor diagnóstico: mieloma múltiple. Es una enfermedad de personas mayores, preferentemente de hombres. Es un cáncer hematológico poco común, es decir en sangre. En verdad no es en la sangre, pero la medicina lo trata en la sangre. Es en el “caracú” de la médula para que se entienda. Se produce por el exceso de una proteína, la cual produce una descalificación en los huesos.
Para ser donante de médula es un proceso muy simple, si las personas supieran habría más donantes quizás. Primero te dan un pinchazo, luego si parece una persona que necesita trasplante y es compatible, comienzan con el proceso. El proceso se trata de extraer las células, luego las guardan a menos 90 grados. Para eso te conectan en una máquina, te sacan sangre, filtran lo que necesitan, en mi caso las células, hay veces que necesitan plasma. Depende de tu sangre son las cantidades de horas que lleva el proceso, no te podés dormir y estás constantemente abriendo y cerrando la mano del mismo brazo donde está la aguja conectada. En mi caso fui mi propio donante”.
Ayudar sí, cargar no
“Todos los que me quieren me dicen que me enfermé por andar siempre atrás de la gente, intentando ayudarlos. Con Alejandro, mi psicólogo, llegamos a la conclusión que yo ayudaba, sí, pero no sólo acompañaba, sino que cargaba con el problema del otro. Él también cree que me enfermé por eso. Yo creo que es muy cruel que sea así, sobre todo para mí que soy creyente, pero vale aclarar, soy una creyente rebelde.
Estoy en desacuerdo con varias cuestiones que plantea la iglesia. Creo en algunos “interceptores”, no en todos. Sí creo en el Padre Ignacio, en otros sacerdotes no, porque he visto a algunos hacerse la casa propia con el aporte de los fieles. El Padre Francisco dijo que hay que tener humildad. Mi mamá me puso a mí y a mis hermanos en un Hogar de Huérfanos cuando yo tenía ocho años. A mis hermanos los crié allí dentro. Viví y conviví con monjas y curas once años. Para mí ayudar pasa por cuestiones muy particulares que nada tienen que ver con la iglesia. Como te digo que soy creyente y que le agradezco a Dios su ayuda, también te digo que no voy nunca a misa. No sé quién es Dios, pero creo en algo superior, de energías, le digo Dios porque soy cristiana.
La actitud positiva para con las adversidades de la vida, no viene de mi fe, creo que más bien está relacionada con la historia de mi niñez. En el Hogar de Huérfanos yo la pasaba muy mal, siempre esperaba al otro día, porque al otro día iba a ser mejor. Una voz interna me decía “esperá hasta mañana, que mañana a esta hora te vas a sentir bien”. Al otro día controlaba la hora y llegaba a la conclusión de que ayer estaba sufriendo por algo y que hoy me estaba riendo. Así pasé los once años allí dentro. Por eso cuando me fui a internar pensé; “si estuve tanto tiempo encerrada en el hogar, como no voy a poder estar internada unos días”. Igualmente fue todo un desafío, porque no me asustaba la idea de estar encerrada y aislada del mundo por 30 días o más, sino que me aterraba la idea de tener que estar sin hacer nada.”
Actitud Macro
“Hace ocho años que el Banco donde trabajo, me destaca con lo que se conoce como “actitud macro”, y para mí siempre fue suerte. Yo me di cuenta con mi enfermedad, debo traer algo de innato con respecto a la actitud. Siempre supe que iba a estar bien, yo sigo en tratamiento y mi enfermedad es crónica, no se va, por eso no me gusta decir que estoy curada, pero sí que estoy completamente segura que voy a estar bien. El Padre Ignacio me dijo que me iba a sanar. Actualmente sigo con quimioterapias cada 15 días, tengo 2 años más por delante con el tratamiento, pero estoy muy bien, y creo que voy a estarlo una vida. Mi psicólogo me dijo que todavía tengo que descubrir para qué llegó la enfermedad a mí, algo me quiere decir su aparición. Aún no lo sé. Lo único que puedo asegurar es que mientras estuve internada, si era lunes esperaba a que sea martes. Iba aceptando día a día lo que me tocaba, pero siempre supe que iba a salir, que voy a salir adelante, no sé si mañana, un año, dos, pero voy a salir. Siempre se puede y yo voy a poder hasta el último suspiro. Lo mío en el fondo creo que es un instinto de supervivencia. Una voz ha brotado de mi interior, me dicta que quizás deba ocuparme más de mí, ver la vida desde otro lugar. Debo dejar de cargar con dolores ajenos. No es casualidad que el cáncer me haya nacido en la médula, en la columna”.